3 sept 2010

Recuerdos de toda una vida

Yo había escuchado hablar de la historia del viejo hombre que vivía refugiado en la cima de una montaña, lo que sabía de él me resultaba tan maravilloso y único que hizo que me decidiera a querer escuchar su historia. Yo era un joven escritor, que quería llenar de vida y magia cada página que escribiera. Así pues fui en busca del anciano y cuando me topé con él, le conté mis deseos. Él accedió sin dilaciones, feliz de tener compañía y alguien con quien hablar.
Resultaba extraño verlo ahí sentado, triste, apagado, vencido. Sus palabras se asemejaban a un lobo cuyo aullido se va apagando mientras la luna llena oculta su majestuosidad tras la ventana. Mientras tanto, yo escribía su historia con la esperanza de que el resto de personas la escucharan con el corazón, dejando atrás sus temores y prejuicios.
La humanidad y sus miradas incrédulas no estaban preparadas para aquellas escenas anormales y obscenas. El amor formaba parte de un segundo plano en la mayor parte de los enlaces nupciales que tenían lugar con cierta regularidad, pero este no sería uno más. Esta unión no tendría testigos ni oyentes, curas o iglesias, sería amor puro, sincero, perpetuo. Aún sigue preguntándose cómo ocurrió todo, la manera en la que se conocieron y sucedieron las cosas fue tan inverosímil que día a día entre susto, sudor y huidas furtivas pensaba que lo que le había ocurrido era un sueño que se había materializado.
Louis y Elía se conocieron un día como otro cualquiera del siglo XVI, en el peor invierno que había tenido lugar en ese pequeño pueblo, una estación cruel que se estaba cobrando la vida de cientos de personas pero que por contrapartida traería consigo el mayor regalo que se puede dar a un ser humano. La mañana en la que se conocieron, Elía se encontraba con su padre, el señor Mazer, dueño de la mina, en la que trabajaban la mayor parte de los hombres mayores y jóvenes de aquel poblado; ambos se hallaban en la entrada de la misma, vigilando como era costumbre que todo funcionara correctamente cuando Louis, su padre y su hermano arribaron a aquella cueva oscura con olor a muchedumbre. Los tres saludaron cabizbajos, con sus ropas sucias y andrajosas, sin esperar respuesta alguna. Sin embargo, Louis se vio gratamente sorprendido cuando aquel joven elegante y distinguido, se dirigió a él en un momento de descuido de su padre. Incrédulo, mantuvo gacha su cabeza con la intención de darse media vuelta y entrar en la mina mas por una extraña razón no lo hizo.
Súbitamente su rostro, ahora enrojecido por una mezcla de vergüenza y miedo, se elevó hasta que pudo distinguir el rostro del dueño de aquella voz dulce y cálida, para posteriormente petrificarse. No se daba cuenta de que se hallaba inmóvil ante aquel ser conocido y desconocido al mismo tiempo, sólo sentía como sus miradas se encontraban en silencio, como todo aquello que los rodeaba desaparecía para dejarles a ellos dos, uno en frente del otro, hasta que por fin Elía rompió aquel silencio al preguntar: -¿es usted mudo? Louis rápidamente se dio cuenta de su estupidez y volvió en sí ipso facto. Sin pensárselo dos veces le respondió que no, que por supuesto que no era mudo, que simplemente no se creía que alguien de una clase social alta pudiera dirigirse a él sin prejuicio alguno. Ambos se rieron de su respuesta hasta que por fin, dijeron sus nombres justo en el momento en el que el dueño de todo aquello irrumpía para darle una bofetada a aquel altanero que se atrevía a dirigirse a su hijo.
Con ese gesto recordaba como se había terminado la maravillosa e inolvidable primera vez que se vieron, cómo después de eso él había experimentado en su mugre habitación, a solas, una cascada de sentimientos que nunca había tenido, cómo una serie de pensamientos rondaban su cabeza y cómo los recuerdos de aquella escena volvían a él sin tregua alguna, haciendo que su ansia por verle de nuevo fuese in crescendo y que un miedo sin precedentes le atacara con la misma fuerza con la que un león muerde a su presa hasta conseguir estrangularla. Su esperanza era mínima puesto que era consciente de las circunstancias pero, a pesar de ello, algo en su interior hacia que mantuviera su ilusión.
Pasaron dos o tres semanas, no lo recordaba muy bien, puesto que ya hacía muchos años que había ocurrido, hasta que por fin pudo volver a verlo y como desde ese momento su vida no volvería ser la que fue. Según se acordaba, todo aconteció un domingo, en el que tanto su familia como él iban a comprar al mercado y a la iglesia a pagar sus ofrendas. Recordaba como su madre le mandó a casa a llevar lo poco que pudieron adquirir con el mísero dinero que ganaban en el trabajo y como de camino, a las afueras del pueblo, un enorme caballo marrón le atropelló llevándose por delante todo cuanto traía consigo y como al reponerse del fuerte golpe se encontró con Elía a su lado, tendiéndole la mano para ayudarlo a levantar. Las primeras palabras que pudo escuchar fueron las del chico pidiéndole perdón de una y mil maneras por lo ocurrido y otras que le pedían que le dejara acompañarle a casa para ayudarle a llevar lo poco que se había salvado. Su respuesta inmediata fue un “no” rotundo, pero la insistencia del rico joven doblegó finalmente su obcecación.
Una vez hubieron llegado, el joven jinete se cercioró de que la victima de su imprudencia estaba bien y cuando lo comprobó se dispuso a marcharse. Aquel pensamiento sólo duró una milésima de segundo puesto que Louis le dio las gracias y le dijo que no se marchara, que se quedara con él un rato más a sabiendas de su atrevimiento. Elía no pudo resistirse al escuchar que aquel joven pobre y al mismo tiempo bello, le decía que desde la primera vez que se vieron en la mina no había podido dejar de pensar en él y de desear volver a verle aunque sólo fuera para aclarar qué era lo que sentía. Poco después, desmontó de su caballo y se quedó con Louis hablando. Durante ese rato, de nuevo, para ellos no existía nada más que ese lugar y ese momento. Sus corazones latían, bombeando con fuerza la sangre que por él circulaba, y podían sentir como toda ella se acumulaba en sus rostros. Hablaron largo y tendido, ambos contaron al otro cómo eran sus vidas, envidiando la libertad que uno tenía mientras que el otro envidiaba la riqueza del contrario.
Hasta que no oyeron las voces de la familia de Louis, no se percataron de lo tarde que era. Las destartaladas chimeneas de las otras casas colindantes escupían una negra cadena hacia el cielo que era señal que la hora de cenar se acercaba y el momento de que Elía regresara a casa. Optaron por despedirse, pero antes de eso se citaron pasados tres días, a la media noche del último, a las afueras del otro lado del pueblo.
El tiempo transcurría muy despacio, ambos únicamente conseguían aplacar sus ganas de verse cuando se hallaban trabajando en la mina, en el caso del pobre y estudiando en el del rico. Sus respectivos seres cercanos les habían llamado la atención en varias ocasiones como consecuencia de su falta de atención en las tareas que desempeñaban.
Durante los pocos minutos que tardó en contarme lo que había hecho en el margen de tiempo que ellos habían acordado hasta su próxima cita, pude entrever un atisbo de melancolía en sus ojos, parecía que inclusive ahora era capaz de revivir los sentimientos que por ese entonces le azotaban y no daban tregua alguna a sus fervientes deseos de tenerle cerca. Fue entonces cuando me pregunté sí realmente dos seres completamente distintos serian capaces de amarse de tal forma que su amor transcendiera más allá de la muerte y qué habría sentido aquel anciano el día en que le perdió. Él prosiguió con su historia hasta el gran día. Su voz se tornó dulce y, poco a poco, se fue llenando de vitalidad, al compás del río de palabras que brotaban a través de su boca. Aquel frágil anciano me contó que al salir de su casa y mientras cruzaba el pueblo, todos los huesos de su cuerpo gritaban de dolor cuando el viento chocaba contra él, cortándole por dentro y por fuera, pero que su corazón latía en ocasiones con tanta fuerza que eso le dio la energía necesaria para llegar a su destino. A esas alturas de la noche las calles tenían un aspecto totalmente distinto, por cada callejón el manto blanco que cubría la superficie del suelo invitaba a salir corriendo en busca de un lugar cálido, a salvo del frío, de los gritos mudos de aquellos que lloraban de pena por sus familiares perdidos, algo que por suerte él no tenía que lamentar puesto que los miembros de su hogar eran pocos y todos seguían con vida.
Al atravesar la salida del pueblo, escuchó a lo lejos las pisadas de un caballo y sin darse cuenta, se vio a sí mismo corriendo montaña arriba. Cuando alcanzó la cima, pudo divisarlo y una luminosa sonrisa cruzó su cara, le admiró en silencio, observando la majestuosidad de cada uno de sus movimientos. Allí estaba, encima de su caballo, con un tono rosado en sus mejillas y su nariz a causa del frío, con las ropas elegantes que le hacían tan atractivo, con esa mirada que hacía que todo lo demás se convirtiera en imágenes difusas y que acallara todo cuanto le rodeaba.
Su parsimonia al acercarse a Elía, hizo que este se asustara cuando le escuchó decir “hola” a sus espaldas. Aún recuerda la expresión de su cara, con los ojos abiertos de par en par y el gritito que salió despedido de su blanca garganta y que a él se le antojó gracioso e infantil. Posteriormente y, una vez repuesto del susto, Elía bajo ágilmente de su caballo e impulsado por su alegría y el ansia por verle de nuevo, abrazó a Louis y se aferró a él durante varios minutos. Sus corazones corrían a toda prisa en sus pechos, sincronizados, felices por el recuentro, enamorados. Ambos pudieron sentir el latir del otro; ambos pudieron sentir que ahora su vida pertenecía al otro.
Al separarse, sus miradas se cruzaron, sus rostros estaban tan próximos que como por arte de magia sus labios se encontraron y se fundieron en un largo y pasional beso. Todo iba a pedir de boca, hasta que se percataron de que alguien les estaba observando muy cerca de donde se hallaban. Súbitamente, algo se agitó tras ellos y vieron como se alejaba a mucha velocidad en dirección al pueblo.

MARK
Eran poco más de las 11 cuando vio despertar a su hermano. Le resultó extraño ya que a esas alturas, los ronquidos de su hermano eran tales que, a su lado, el crujir de las maderas de su casa era como las pisadas de las hormigas que correteaban juguetonas por el suelo. Esperó a que saliera de la habitación para levantarse y cuando le vio cruzar la puerta de su casa, decidió seguirle. Cruzó el pueblo con gran terror pero, su curiosidad y preocupación por lo que hacía su pariente eran mayores y continuó la marcha.
Cuando se acercaba a la montaña que había a las afueras del pueblo, pudo escuchar el trote de un caballo subiendo la ladera y vio como, al mismo tiempo, su hermano le imitaba. No quería ser descubierto, así que aguardó escondido y una vez que le vio detenerse cerca de la cima, salió disparado tras él, con la agilidad de un felino que se acerca grácilmente a su presa. Justo al arribar a las proximidades de la cima, su cuerpo quedó paralizado y su voz se esfumó de golpe, la escena que contemplaban sus ojos era tan inverosímil que ahora estos estaban abiertos como platos. El retrato de aquellos muchachos juntando sus labios y abrazándose le resultaba muy desagradable.
De pronto su voz volvió a él traicionera, poniéndole al descubierto, y al ver que ellos se habían percatado de su presencia, se echó a correr a toda prisa y, en un abrir y cerrar de ojos, se vio gritando “mamá y papá” en la entrada de su casa. Sus padres vinieron corriendo a ver que había alterado tanto a su hijo y cuando éste estuvo lo suficientemente tranquilo para hablar, le sonsacaron toda la información y para cuando el niño casi había terminado de contárselo todo, su padre ya se disponía a salir de casa montado en cólera. El niño contempló a su madre llorar desconsolada y su voz volvió a abandonarle de nuevo, para no volver durante mucho tiempo.
Durante un momento, pensé que no sería capaz de continuar contándome su historia ya que parecía cansado a causa del esfuerzo que hacía para seguir hablando. Le pedí que parara y se tomara un descanso y para convencerle, le aseguré que yo seguiría allí para cuando despertara. A regañadientes aceptó y se metió en la cama para hacer una larga pausa. Sabía que esa noche no escucharía ni una palabra más sobre su vida, así que decidí calentar un poco de leche que el viejo debió de haber obtenido de sus vacas esa mañana y tomar algo de queso para irme a descansar también.
Los primeros rayos del sol empezaron a salir de su escondite para mostrarse de nuevo esplendorosos, creando sombras bajo ellos, como la chimenea de una casa que la calienta y le da una apariencia melancólica y romántica. Era un amanecer precioso. Sin embargo, eso fue lo segundo que contemple ya que los quiquiriquíes de los gallos que tenía aquel viejo oso dormilón en su corral ocuparon toda mi atención durante varios minutos. Tras intentar conciliar el sueño de nuevo, en vano, me puse en pie y salí a lavarme la cara al patio, lo cual no fue una muy buena idea debido a que el agua estaba helada y la experiencia no fue nada agradable. Tenía tanto frío que entré en la casa de nuevo y Louis, me esperaba sentado con un vaso de leche calentita en la mano. Le di las gracias en repetidas ocasiones. Una vez que mi temperatura corporal volvía a ser la adecuada, proseguimos con la historia.
Louis me preguntó con voz ronca debido a la resequedad de su garganta, -¿por dónde nos quedamos?- a lo que no hizo falta que respondiera puesto que el mismo retomó el hilo de la misma al cabo de unos segundos. Sus primeras palabras fueron “tal y como te contaba anoche”, fue un beso mágico e inolvidable, mas todo eso se iría al traste un rato más tarde cuando escuchamos la voz de mi padre, que gritaba mi nombre de forma desesperada y furiosa. Nos quedamos estupefactos ante la idea de haber sido descubiertos, pero parecía tan absurdo que enseguida bajamos la guardia y me despedí rápidamente de Elía, prometiendo vernos de nuevo la noche siguiente a la misma hora. Comencé el descenso por la ladera y vi a mi padre. Su expresión no invitaba al saludo o a bajar la cabeza por la regañina que me esperaba, más bien te obligaba a dar media vuelta y salir corriendo sin mirar atrás. Poco después lamenté no haberlo hecho.
En el mismo instante en el que llegué al punto donde se encontraba mi padre, obviamente con la cabeza baja, sentí un fortísimo impacto en la cara que me dejó aturdido, forzándome a sentarme en el suelo en busca de un punto que me diera estabilidad. Sólo oía gritos y más gritos que se clavaban en mi cabeza, como las zarpas de un águila que se ciñen a su presa. Para cuando recobré el sentido de las cosas, comprobé que las facciones de mi padre se habían relajado y ahora mostraban angustia, miedo e incluso dolor. No pude mirarle a la cara, porque ya sabía el motivo de su comportamiento, únicamente me di la vuelta y corrí tan rápido como me fue posible. “Nunca antes tuve tanto miedo”, me confesó Louis, mi mente daba vueltas y mis pensamientos eran borrones descoordinados que volaban libres por mi cerebro. A mis espaldas eran cada vez más las voces que se escuchaban y era de esperar, puesto que mi padre montó mucho bullicio mientras cruzaba el pueblo. Sabía que no iba a poder regresar a mi hogar y que nunca volvería a ver a mi familia.
Mientras corría pude divisarle a lo lejos. Era él, montando su caballo. Grité su nombre desesperado y él se percató de ello ya que en seguida y, a pesar del largo trecho que nos separaba, se detuvo para, posteriormente, venir en mi dirección. Sentí que estaba a salvo. Durante un segundo pensé que era un caballero, que venía en mi busca para protegerme de los malos, cuando me di cuenta de la estupidez de aquello, me sonrojé avergonzado. Él estaba tan preocupado por ver qué me había ocurrido que no espero a que su caballo se detuviera, y se lanzó con tal fuerza que estuvo prácticamente a punto de aterrizar de bruces. Me abrazó desesperado, repitiendo una y otra vez, -¿estás bien?-, -¿Qué ha ocurrido?-. A pesar de que me alegraba de verle, las cascadas que colgaban de mis ojos seguían su curso sin detenerse. Intenté explicarle lo ocurrido, pero mis palabras ya se habían silenciado mucho antes de escucharse. Sin explicación alguna me besó y por fin una tranquilidad sobrecogedora inundó todo mi ser. Yo respondí a su beso, aferrándome a él con todas mis fuerzas, perdimos el equilibrio y caímos al suelo, nos fundimos el uno con el otro de nuevo. Su mano recorrió toda mi anatomía mientras yo le desprendía de toda su ropa. Nuestros cuerpos desnudos eran inmunes a la fría nieve, la cual parecía derretirse ante aquel intenso calor que desprendíamos. Era nuestra primera vez, pero a pesar de ello sabíamos perfectamente lo que había que hacer, me dio la vuelta y su cuerpo y el mío formaron uno sólo. Yo era suyo y él era mío. Juntos para siempre. Sentía tanto placer, mientras sus labios se deslizaban por mi cuello y mi espalda, mientras sus manos acariciaban mi piel simultáneamente. Le amaba, mi corazón era suyo, nunca nadie me separaría de él.
Todo el ambiente era magnifico, a pesar de ser una noche fría, la luna mostró su mejor gala para nosotros, las estrellas revoloteaban juguetonas a su alrededor, parecía que nos estaban sonriendo. Allí estábamos él y yo, abrazados, desnudos encima de nuestras ropas, ahora humedecidas por la nieve. Estábamos a punto de dormirnos, no sé bien si era a causa del frío o de esa agradable situación, cuando un conjunto de gritos y objetos empezaron a chocar contra nosotros. Ahí estaban, la noticia de lo que aquel individuo, cuya identidad aún desconocíamos y que seguro había contado a mi padre, se había difundido. Estaban furiosos, una multitud de piedras caían sobre nuestros cuerpos aún descubiertos, estábamos intentando huir cuando súbitamente un fuerte golpe se escuchó, todos se quedaron en silencio, mientras una enorme piedra se estrellaba contra el suelo. Elía se desvanecía tras ella con una mueca de dolor que iba desapareciendo al mismo tiempo que él se precipitaba contra el suelo. La gente que estaba allí se tornó aterrada, sus gritos llenaron todo aquello que nos rodeaba, pero yo no era consciente de ello, toda mi atención se centraba en aquel cuerpo desnudo que minutos atrás se fundía con el mío. Mi corazón se estaba muriendo, me coloqué junto él y le acerqué contra mi pecho. Le dije que le amaba, que no me dejara, que nos iríamos del pueblo para refugiarnos en las montañas y que una vez estuviéramos ahí seriamos felices. No hubo respuesta. Su corazón se apagaba lentamente, mi desesperación, mi dolor, mi tristeza aumentaba a una velocidad impresionante, pensé que jamás volvería a escuchar su voz aterciopelada, pero no fue así. Entreabrió los ojos e intentó levantar su mano para acariciarme la cara mas, en medio del trayecto, la cogí y la situé entre nosotros, agarrándola con fuerza. Me dijo que huyera, que no me quedara y que si no lo hacía correría su misma suerte, me hizo prometérselo al ver que yo me negaba a abandonarle y, una vez escuchó el “ te lo prometo” que tanto quería, cerró sus ojos profundos y durmió para no despertar nunca más. Miré enajenado con rabia a mi alrededor, pero ya no había nadie. Únicamente estábamos él y yo y un cálido manto rojo que cobijaba aquellas blancas y heladas nubes terrestres.
Después de eso no tengo ninguna imagen más de todo aquello, mi siguiente recuerdo fue cuando desperté del shock al ver a mi hermano pequeño tras de mí mientras escapaba del pueblo. Volví atrás y le pedí que se marchara, le dije que no podía venir conmigo, pero él no me miraba a la cara, su rostro estaba húmedo, sus ojos eran como dos presas a punto de reventar y soltar toda el agua que almacenaban. Me contó que había sido él quien se escondía de nosotros en la montaña y quien había contado a todos lo que vio. Deseé matarlo, pero no pude, sólo pude darme la vuelta y correr como había hecho anteriormente con mi padre.
Louis terminó su historia contándome que después de la muerte de Elía se había refugiado en las montañas y que aunque pareciera extraño, nunca, ningún habitante del pueblo o familiar suyo fueron en su busca. Se puso en pie y me dio las buenas noches, yo me despedí y le dije que me marcharía esa misma noche, supuse que querría estar solo con sus recuerdos, amándole en silencio. Me agradeció el haberle escuchado y yo le aseguré que contaría su historia para que nunca jamás algo como eso volviera ocurrir y así lo hice. Conté su historia, algunos la escucharon, otros simplemente la ignoraron y otros me llenaban de injurias ante aquella atrocidad.
Pasado un tiempo regresé a casa del viejo para contarle que había cumplido mi juramento, pero él ya había muerto. Era uno de los inviernos más espantosos que la humanidad había vivido.

Jearci Brown

Jearci Brown
Hoy han de llover estrellas porque no he de llorar por penas, hoy te haré el amor? yo, el enamorado poeta con letras de mil poemas mientras el sol paga su condena.

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