13 mar 2016

Pesadillas. Parte IV: Herrumbre.

Estaba amordazado y atado contra una silla llena de herrumbre, en mitad de algo parecido a un sótano. El suelo estaba manchado de una especie de líquido oscuro y de las paredes colgaban trastos abandonados y cubiertos de polvo y óxido; entre ellos distinguió un espejo viejo  y roto, unos remos carcomidos y una pila de libros desperdigados por la base de los muros. Afuera llovía, al menos era lo que parecía ocurrir puesto que, contra una pequeña ventana que hacía esquina, chocaban constantemente gotas.

Algo le resultaba vagamente familiar de ese lugar aunque no estaba seguro de qué era, pero tenía la sensación de que ya había estado allí antes. Seguía mirando alrededor, buscando algún detalle que dispersará sus dudas cuando creyó oír la reverberación de lo que parecía una sonrisa que se acercaba paulatinamente a donde estaba él. Mientras estaba concentrado en encontrar su procedencia, creyó ver la silueta de alguien que corría pegado a la pared. Posiblemente lleve aquí conmigo desde el principio-pensó asustado-; le insistió para que se detuviera y diera la cara pero esa persona seguía desplazándose de un rincón a otro incansablemente. Fue entonces cuando cayó en la cuenta de que esa sonrisa le resultaba familiar.

  • -¿Eres tú verdad?- Le gritó reclamando su atención-. ¿Dónde está tu cuidador?

No obtuvo ninguna respuesta verbal. Sin embargo, consiguió que dejara de correr pero no así de reírse, cada vez con más fuerza. Entonces levantó la mano y apuntó con su dedo izquierdo justo detrás de donde lo habían dejado maniatado . Volvió la cabeza y lo vio, serio como siempre, mirándolo imperturbable. La sonrisa cesó y, tanto el cuidador como el señor bajito viraron sus rostros hacía la derecha en donde, de pie y detrás de unos muebles sucios, estaba Borja, esperando a ser invitado a participar.

Comenzó a acercarse poco a poco y, una vez estuvo a altura de sus acompañantes, paró de caminar y se puso de rodillas delante de él, que seguía sin dar crédito a lo que estaba presenciando. Le preguntó varias veces por qué lo hacía, quiénes eran ellos y por qué no los detenía mas no contestó a ninguna de sus preguntas. Lo único que hizo fue besarle justo en el momento en que iba a seguir con sus reclamos. Entonces, entre la desesperación y la esperanza, correspondió a sus labios hasta que un pequeño pinchazo en su dedo índice le hizo darse cuenta de que ese ya no era su novio, al menos no el que creía conocer.

Borja agarró su mano y la sostuvo entre una de las suyas y el soporte del brazo izquierdo de la silla, y comenzó a clavar en la yema de sus dedos la punta de una pequeña navaja de bolsillo. Cada vez que terminaba con uno, le besaba, limpiaba sus lágrimas y pasaba al siguiente y, cuando hubo terminado con todos, se puso en pie y se apartó. Posteriormente, el hombre bajito le desató y lo arrastró, haciendo gala de una fuerza impensable, hasta una columna donde lo volvió a amarrar.

Se estaba quedando dormido cuando Borja volvió a acercarse. Él no trató de disuadirlo porque sabía que era inútil; simplemente, se aferró a la esperanza de que, hiciera lo que hiciera, terminara pronto. Guardó silencio y le sostuvo la mirada mientras le rompía la camisa. En esta ocasión no hubieron besos, tan solo se limitó a hacerle pequeños cortes por el pecho y la barriga, dibujando en su cara, simultáneamente, esa media sonrisa de triunfo que ya había presenciado otras veces. Volvió a alejarse pero tan solo por unos segundos, puesto que regresó portando entre sus manos un palo gordo de punta redonda con el que propinó, sin darle tiempo a asimilar lo que iba a pasar, un golpe seco en el brazo derecho. El eco del cúbito partiéndose en dos inundó cada recoveco a su alrededor y el grito de dolor fue tan desmesurado que incluso perturbó al hombre bajito, que dejó de reírse por unos instantes. Luego, repitió el mismo movimiento contra su pierna derecha, dejándolo soportar su peso por los miembros de su otro lado.


Borja se quedó estático y pronunció el nombre de su novio, que había perdido la conciencia tras el segundo golpe. En su subconsciente, él escuchó la voz llamándolo y, lentamente, fue abriendo los ojos. Cuando volvía estar medio lucido de nuevo, reparó en que no estaba atado y en el hecho de que no le dolía nada. Borja estaba a su lado, en la cama, llamándole para que despertara. Al verlo, se echó a un lado y se levantó de la cama de un salto con la intención de ponerse a salvo. Una hora más tarde, habiéndole contado a su novio lo que había soñado, entraron en el cuarto de la lavadora, donde en la pared de en frente, justo al entrar, descansaban uno remos y una pila de libros perfectamente ordenada.  

Jearci Brown

Jearci Brown
Hoy han de llover estrellas porque no he de llorar por penas, hoy te haré el amor? yo, el enamorado poeta con letras de mil poemas mientras el sol paga su condena.

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