Estaba amordazado y atado contra una
silla llena de herrumbre, en mitad de algo parecido a un sótano. El
suelo estaba manchado de una especie de líquido oscuro y de las
paredes colgaban trastos abandonados y cubiertos de polvo y óxido; entre
ellos distinguió un espejo viejo y roto, unos remos carcomidos y una
pila de libros desperdigados por la base de los muros. Afuera llovía,
al menos era lo que parecía ocurrir puesto que, contra una pequeña
ventana que hacía esquina, chocaban constantemente gotas.
Algo le resultaba vagamente familiar de
ese lugar aunque no estaba seguro de qué era, pero tenía la
sensación de que ya había estado allí antes. Seguía mirando
alrededor, buscando algún detalle que dispersará sus dudas cuando
creyó oír la reverberación de lo que parecía una sonrisa que se
acercaba paulatinamente a donde estaba él. Mientras estaba
concentrado en encontrar su procedencia, creyó ver la silueta de
alguien que corría pegado a la pared. Posiblemente lleve aquí
conmigo desde el principio-pensó asustado-; le insistió para que se
detuviera y diera la cara pero esa persona seguía desplazándose de
un rincón a otro incansablemente. Fue entonces cuando cayó en la
cuenta de que esa sonrisa le resultaba familiar.
- -¿Eres tú verdad?- Le gritó reclamando su atención-. ¿Dónde está tu cuidador?
No obtuvo ninguna respuesta verbal. Sin
embargo, consiguió que dejara de correr pero no así de reírse,
cada vez con más fuerza. Entonces levantó la mano y apuntó con su
dedo izquierdo justo detrás de donde lo habían dejado maniatado .
Volvió la cabeza y lo vio, serio como siempre, mirándolo
imperturbable. La sonrisa cesó y, tanto el cuidador como el señor
bajito viraron sus rostros hacía la derecha en donde, de pie y
detrás de unos muebles sucios, estaba Borja, esperando a ser
invitado a participar.
Comenzó a acercarse poco a poco y,
una vez estuvo a altura de sus acompañantes, paró de caminar y se
puso de rodillas delante de él, que seguía sin dar crédito a lo
que estaba presenciando. Le preguntó varias veces por qué lo hacía,
quiénes eran ellos y por qué no los detenía mas no contestó a
ninguna de sus preguntas. Lo único que hizo fue besarle justo en el
momento en que iba a seguir con sus reclamos. Entonces, entre la
desesperación y la esperanza, correspondió a sus labios hasta que
un pequeño pinchazo en su dedo índice le hizo darse cuenta de que
ese ya no era su novio, al menos no el que creía conocer.
Borja agarró su mano y la sostuvo
entre una de las suyas y el soporte del brazo izquierdo de la silla,
y comenzó a clavar en la yema de sus dedos la punta de una pequeña
navaja de bolsillo. Cada vez que terminaba con uno, le besaba,
limpiaba sus lágrimas y pasaba al siguiente y, cuando hubo terminado
con todos, se puso en pie y se apartó. Posteriormente, el hombre
bajito le desató y lo arrastró, haciendo gala de una fuerza
impensable, hasta una columna donde lo volvió a amarrar.
Se estaba quedando dormido cuando Borja
volvió a acercarse. Él no trató de disuadirlo porque sabía que
era inútil; simplemente, se aferró a la esperanza de que, hiciera lo
que hiciera, terminara pronto. Guardó silencio y le sostuvo la
mirada mientras le rompía la camisa. En esta ocasión no hubieron
besos, tan solo se limitó a hacerle pequeños cortes por el pecho y
la barriga, dibujando en su cara, simultáneamente, esa media sonrisa
de triunfo que ya había presenciado otras veces. Volvió a alejarse
pero tan solo por unos segundos, puesto que regresó portando entre
sus manos un palo gordo de punta redonda con el que propinó, sin
darle tiempo a asimilar lo que iba a pasar, un golpe seco en el brazo
derecho. El eco del cúbito partiéndose en dos inundó cada recoveco
a su alrededor y el grito de dolor fue tan desmesurado que incluso
perturbó al hombre bajito, que dejó de reírse por unos instantes.
Luego, repitió el mismo movimiento contra su pierna derecha,
dejándolo soportar su peso por los miembros de su otro lado.
Borja se quedó estático y pronunció
el nombre de su novio, que había perdido la conciencia tras el
segundo golpe. En su subconsciente, él escuchó la voz llamándolo
y, lentamente, fue abriendo los ojos. Cuando volvía estar medio
lucido de nuevo, reparó en que no estaba atado y en el hecho de que
no le dolía nada. Borja estaba a su lado, en la cama, llamándole
para que despertara. Al verlo, se echó a un lado y se levantó de la
cama de un salto con la intención de ponerse a salvo. Una hora más
tarde, habiéndole contado a su novio lo que había soñado, entraron
en el cuarto de la lavadora, donde en la pared de en frente, justo al
entrar, descansaban uno remos y una pila de libros perfectamente
ordenada.