27 feb 2016

A escondidas.







Director: Mikel Rueda
Protagonistas: Adil Koukouh y Germán Alcarazu.

Relato basado en la película.

IBRAHIM

Hacía ya casi un día que había dejado atrás a Rafa, sentado, con el brazo herido y con el corazón roto. El suyo lo estaba también. Su mejor amigo, el único al que consideraba como tal, con el que había sentido ciertas cosas que nunca había experimentado antes estaba ahora lejos de él, en un país donde no le querían y del que estaban a punto de echarle para lanzarlo de cabeza a otro lugar donde no tenía nada ni a nadie. Sabía que había hecho lo que tenía que hacer pero su corazón no le decía lo mismo.

No estaba seguro de cuánto tiempo se pasó aferrado a aquellos hierros que impidieron que se escurriera por debajo del camión pero eso no era lo que le preocupaba; su cabeza no paraba de discurrir: ¿Y ahora qué? ¿Cuál tenía que ser su siguiente paso? ¿A dónde debía dirigirse? Tenía hambre, frío y sueño aunque carecía de dinero y un techo en el que pasar la noche. La incertidumbre de si recurrir a los servicios sociales sería una buena idea le acribillaba los nervios. Estaba en otro país, pero… ¿y si la orden de expulsión tenía vigencia también ahí? Entonces habría pasado por todo eso en balde.

Lo primero que tenía que hacer era conseguir algo para comer. Con la barriga llena, las opciones fluirían mejor por su mente. Antes de buscar comida, entró a un baño público para lavarse la cara e intentar adecentarse un poco. Cuando terminó, salió dándole las gracias al trabajador que le había dejado usar el servicio y empezó a buscar un mercado. El que encontró era pequeñito pero tenía fruta, verduras, un puesto de comida rápida... Los trucos que le había enseñado Youssef le sirvieron para robar un par de manzanas y una bolsa de papas recién fritas. No era mucho, pero sí suficiente para mitigar la fatiga que tenía. Deambuló por las calles de Toulouse durante varias horas, en un intento por poner sus ideas en claro. Lo que tenía por seguro era que debía buscar algún marroquí que le diera algún consejo sobre qué podría hacer allí. Fue entonces cuando entre el vaivén de las calles escuchó una conversación en español en medio del preponderante fluir galo.

Se acercó lo más rápido que pudo para no perder la oportunidad de conseguir algo de ayuda, pese a que sabía que su desconfianza y timidez podrían jugarle una mala pasada; y, cuando estuvo a la altura de los dos hispano parlantes, armándose de valor, se dirigió a ellos sin titubear:

‒ ¡Hola! ‒dijo un poco más fuerte de lo que deseaba‒. Me llamo Ibrahim y sé que no me conocéis de nada y que esto no debe pasaros muy a menudo, pero ¿podríais, por favor, escucharme unos minutos?

Los dos chicos intercambiaron un par de miradas que no trasmitieron muchas esperanzas, sin embargo, al final uno de ellos le contestó desviando los ojos de su amigo y posándolos en él:

‒ Sí, claro ‒dijo muy bajito para luego hacer carraspear su garganta y continuar hablando‒. ¿En qué te podemos ayudar?
‒ Acabo de llegar aquí, apenas hace unas horas, desde España, del País Vasco, y no tengo dinero ni ningún sitio donde pasar la noche. No os estoy pidiendo ninguna de las dos cosas, solo que no sé a dónde debería ir para conseguir ayuda, ¿sabéis de algún sitio al que pueda acudir?.
‒ Lo sentimos mucho ‒dijeron los dos prácticamente al mismo tiempo.
‒ Y bueno, no estamos muy seguros de qué podrías hacer ‒continúo uno de los muchachos‒, pero podrías acudir al consulado. Quizás allí pueden echarte una mano, aunque eso tendría que ser mañana porque ahora seguramente no habrá nadie en el edificio.
‒ ¿Y tenéis idea de dónde está? ‒preguntó Ibra con un deje de alivio en su voz.
‒ No, no lo sabemos, pero podemos preguntar. Alguien tiene que poder decirnos algo.
‒ No quiero molestaros más, no puedo pagaros con nada, ni siquiera puedo invitaros a tomar algo porque no tengo con qué pagarlo.
‒ No te preocupes por eso; además no nos cuesta nada acompañarte y preguntar por ti ‒le contestó sonriendo el chico que llevaba más tiempo callado.
‒ ¡Muchas gracias!, de verdad, ¡gracias! ‒les dijo Ibra mientras empezaban a caminar.

No tardaron más de una hora en dar con alguien que les facilitó la dirección de la embajada de Marruecos en Toulouse. La persona que les indicó cómo llegar era también marroquí; una señora llamada Fara.

Cuando hubieron conseguido la dirección, Ibra se despidió de ellos preguntándoles por alguna manera de localizarlos para poder, algún día, agradecerles como era debido lo que habían hecho por él. Mas, sin embargo, uno de los chicos le paró de lleno en el momento en que les dio la espalda para echarse a caminar:
‒ ¿A dónde se supone que vas a ir? ‒le preguntó una vez hubo conseguido que se diera la vuelta‒. ¡Tú te vienes conmigo a mi casa!
‒ ¡¿Estás loco?! ‒le reprendió su amigo en voz baja‒, ¡si no le conoces de nada!
‒ ¿Y qué quieres que haga? ¿Pretendes que le deje pasar la noche en la calle? ‒preguntó con un tono de reproche en la voz.
‒No es nuestro problema, ya le hemos ayudado bastante y no teníamos por qué hacerlo. No me malinterpretes; a mí también me da mucha pena, pero ir más allá está totalmente fuera de lugar.
‒ ¡Eh!, ¡Ibrahim!, ¡espera!.
‒ Tu amigo tiene razón, no me conocéis de nada. Será mejor que os marchéis.
‒ Sí, nos iremos pero tú te vienes conmigo. Ya nos hemos arriesgado cuando decidimos ayudarte, sin saber si nos estabas mintiendo o no, pero decías la verdad. Además, yo no podría dormir hoy tranquilo sabiendo que mañana podría leer en el periódico que has aparecido muerto ‒soltó con mucha calma‒. Tengo un sofá donde puedes dormir. No es muy cómodo pero es mejor que nada y…, bueno, tendrás comida que llevarte a la boca esta noche. Mañana por la mañana te acompañaremos a la embajada y solucionaremos tu situación y si, por lo que sea, no damos con una salida, te quedarás conmigo mientras llega.
‒ Pero no tengo con qué pagarte ‒gritó con la voz quebrada.
‒ Bueno, pues ya negociaremos alguna manera para que me des las gracias. Ahora vamos, que se hace tarde y tengo hambre y supongo que tú también ‒zanjó su nuevo amigo.

Al día siguiente, una vez desayunados y habiéndose cambiado de ropa salió de casa, junto a su nuevo amigo, Aday, para dirigirse a la embajada. A pesar de ser verano la mañana había amanecido bastante fresca, así que el acompañante de Ibra se decantó por ir en taxi. Al subirse le entregó un papel doblado al taxista:

¿5 Avenue Camille Pujol? preguntó el taxista en francés. ¿Es esa la dirección?
Sí, está bien. Gracias contestó Aday.

Al llegar, se encontraron con un edificio pequeño, con la mayor parte de color marrón, salvo por la parte inferior, donde estaba la entrada, que era gris y en la que rezaba en lo alto: “Consulat général du Royaume du Maroc à Toulouse”. Entraron y al salir la vida de Ibra tenía todas las papeletas de ir a mejor en poco tiempo.

Mientras se solucionaba el caso de Ibra (un menor llegado a Francia sin acompañante), permaneció en casa de Aday, a cambio de que le echara una mano con las tareas de casa. En poco menos de dos meses Ibra consiguió el permiso de residencia.


RAFA

Todo había cambiado en su vida desde que Ibra apareció. Al conocerlo, todas esas dudas y sentimientos encontrados respecto a Marta y, a las chicas en general, se habían ido disipando por sí solas, igual que una calle que se queda vacía tras una multitud. Sin embargo, ahora ya no estaba y no sabía nada de él desde aquella noche en la que le tuvo que ver marcharse porque no le quedaba otro remedio; lo único que le quedaba era la mitad del amuleto de la amistad que le había regalado en la playa, los lugares donde habían estado juntos y la incertidumbre respecto a la suerte de su amigo.

Guille sospechaba vagamente lo que pasaba. Quizás se había dado cuenta mucho antes que Rafa de que sus afinidades eran distintas a la de los otros y así se lo hizo saber una tarde en la que se fumaban un porro en el tejado donde estuvo por primera vez a solas con Ibrahim.

Su vida continuó con las mismas rutinas de siempre: clases, colegas, entrenamiento y partidos de waterpolo... Tan solo una cosa más se había hecho cotidiana en su vida y era la de visitar cada día un lugar donde hubiese estado con su amigo. Al principio lo hizo por añoranza, pese a que Guille le recordaba una y otra vez que no era una buena idea, porque en su fuero interno deseaba encontrarse un día con alguna nota o algún mensaje de Ibra donde le diría cómo dar con él.

Sus padres seguían ajenos a todo lo que le estaba ocurriendo.“Jamás lo entenderían” le repetía a Guille cada vez que sacaban el tema, y aunque deseaba encontrar ayuda de un adulto sabía que su única esperanza era Alicia.


Alicia había movido cielo y tierra para solucionar la situación de Ibrahim una vez que supo por boca del propio Rafa que había huido del país en un camión rumbo a Francia. Denunció a la Fiscalía por su mala praxis y, después de mucho papeleo y batallar, consiguió que revocaran la orden de expulsión que pesaba contra él y que agilizaran su permiso de residencia. Cuando Rafa lo supo no cabía en sí de alegría aunque la parte casi imposible de solventar sería dar con su paradero.

Pasaron algunos meses y él empezaba a sentirse mejor aunque a veces recordara todo lo ocurrido; ya apenas iba a los lugares donde vivió los mejores momentos de su vida y, de vez en cuando, era capaz de quitarse el colgante y dejarlo a buen recaudo en su dormitorio.

Una tarde, tras finalizar el entrenamiento, pasaron cerca del edificio en cuyo tejado, hacía unos meses, había probado su primer cigarrillo y decidió subir para descansar un poco antes de regresar a casa. No llevaba mucho rato sentado, tirando piedras contra la misma lata oxidada de antaño, cuando empezaron a caer pequeñas gotas que, posiblemente y a sabiendas de cómo funcionaba en su pueblo el tiempo, se convertirían en una tromba de agua de las buenas. Así que salió disparado de allí para resguardarse de la inminente lluvia.

Mientras cenaban y escuchaba a su padre decir una de las tantas barbaridades y sin sentidos que soltaba por la boca al ver el telediario, el móvil sonó en su habitación. Terminó de cenar y ayudó a su madre a fregar la loza; luego les dio las buenas noches y se fue a dormir. Estando ya en la cama miró su teléfono y vio que tenía un mensaje desde un número que no conocía y otro con un aviso de su buzón de voz. El primero que abrió fue el del destinatario desconocido que ponía simplemente:
Hola Rafa, supongo que ya ni te acordarás de mí, o puede que sí. ¿Mañana en la oficina de Alicia a las 15:00?”.

No podía ser posible. Cómo iba a ser él. Debía de tratarse de una broma de alguno de sus colegas que le había mandado el sms desde el teléfono de alguno de sus padres. Ibra no sabía que ya no tenía nada que temer por lo que ir a la oficina de Alicia sería una idea estúpida para alguien que desconoce qué ha pasado en su ausencia. Decidió dejarlo estar; ya ajustaría cuentas con sus amigos al día siguiente.

Dejó el móvil en la mesita de noche y apagó la luz pero justo antes de cerrar los ojos recordó el segundo mensaje, así que volvió a encender la lámpara y marcó el número del servicio del buzón de voz.

Sí, soy yo, Ibrahim” decía una voz al otro lado. Era la suya.

Sintió una gran presión en el pecho. Se había quedado sin aire y las manos no le respondían. Su cuerpo entero no le obedecía. En su cara no había rastro de expresión. Toda la vorágine del principio, antes de conocerle, volvió a él de golpe. La noche y la mañana siguiente se hicieron eternas.

Guille le acompañó. Necesitaba a alguien que sirviera de gancho con la realidad, que le ratificara lo que fuera que fuese a pasar en unos minutos. Al llegar a la puerta de la oficina se detuvo en seco. Esa puerta y el interior del edificio le daban la impresión de estar separados por un abismo infranqueable. Su gran amigo, que estaba a su lado como cada día desde que se conocieron, le dijo muy despacio que no podían quedarse fuera:

Tenemos que entrar, Rafa, ¿o es que acaso ya no quieres verlo?
Lo sé, pero... ¿qué puedo decirle? Ha pasado tanto tiempo… susurró con cierta tristeza-.
Ya lo sé, pero tenemos que entrar y ver qué es lo que pasa ahí adentro. Vamos, yo estoy contigo.

Dos minutos después, tras un intento inútil por aplacar sus nervios, ambos entraron. A la primera persona que vieron fue a Elisa que, al ver dos pares de zapatos delante de ella, levantó la mirada de entre sus hojas y sonrió al ver que se trataba de Rafa:

Están en el aula. Alicia le está poniendo al tanto de lo que ha ocurrido. No deben tardar mucho más pero si lo deseas puedes entrar, ya que me consta que lo tuyo no es tener paciencia en los momentos de mayor tensión dijo riéndose mientras le guiñaba un ojo a Guille buscando complicidad.
No, está bien así, me voy a sentar aquí mismo... No, en el escritorio…, en la silla… Evidentemente no me voy a sentar encima de tus papeles, quiero decir... dijo gesticulando como loco mientras daba vueltas de un lado para otro‒. Bueno, me voy a sentar allí, en esa silla....
Tranquilízate, Rafa, ven, vamos a sentarnos le empujó Guille en dirección a los asientos.

Estaban cada uno en un mundo distinto, ensimismados, tanto que ninguno se dio cuenta del momento en el que Alicia e Ibrahim salían del aula.

¿Qué pasa? ¿Es que no tienes más amigos? le gritó Ibra desde el umbral de la puerta.

Rafa apartó la mirada del suelo y buscó la procedencia de la voz. Dejó la silla atrás de un salto y se quedó de pie, mirándolo, como si fuera una aparición. Estaba rígido, igual que la noche anterior tras leer el mensaje.

Creo que deberíamos salir y que nos dé un poco el aire mientras ellos hablan. Luego os invito a tomar algo les sugirió Alicia a Guille y a Elisa.
Sí, yo creo que es una buena idea. Chicos, os esperamos fuera dijo Elisa cerrando la puerta tras de sí.

Se miraron mutuamente durante varios minutos. Ibra no sabía qué hacer; no esperaba esa reacción de Rafa. No sabía cómo interpretarlo, si como algo positivo o lo contrario. Finalmente, se armó de valor y se acercó él primero hasta que la cabeza de Rafa quedó a la altura de sus hombros. Acto seguido, vio como él se sacaba el colgante que tenía por debajo de la camiseta y lo depositaba entre sus manos. Luego de la forma más delicada posible y con los ojos anegados en lágrimas Rafa le abrazó.

Pero, ¿cómo es posible? le preguntó Rafa mirándolo aún con incredulidad. Pensé que nunca más te iba a volver a ver.
Yo también lo creía, pero al llegar a Toulousse conocí a un par de españoles que se portaron muy bien conmigo, dejándome quedar en su casa y ayudándome a solucionar mi situación legal. Hace poco me han dado el permiso de residencia francés y desde que he tenido la oportunidad he vuelto.
¿Sabes ya que Alicia luchó como una leona para que te dejaran en paz y te dieran el permiso de residencia aquí?
Sí, de eso era de lo que estábamos hablando antes en el aula. Me ha dicho que tengo que renunciar a uno de los dos permisos. Llevará unos meses y mucho papeleo pero dice que ya está todo solucionado y que puedo quedarme ya aquí si así lo deseo. Y no solo eso; se ha ofrecido a que me quede en su casa con ella hasta que cumpla la mayoría de edad y pueda decidir por mí mismo.
Eso quiere decir que... dijo tartamudeando Rafa.
Sí, eso quiere decir que me quedo, idiota le contestó Ibra mientras le revolvía el pelo.

Ibra se quitó su colgante y lo unió al que acababa de ponerle Rafa entre las manos.

Creo que la última vez que nos vimos tú tenías un brazo mal herido dijo Ibra mirándolo a los ojos.
Sí, y tú me lo intentaste curar como hice yo con tu rodilla en el baño de mi casa, justo antes de..., bueno, ya sabes dejó la frase a medias.
Justo antes de que nos besáramos, puedes decirlo, no pasa nada. ¿Recuerdas que cuando te di el colgante te dije que si alguna vez las dos partes llegaban a separarse había que hacer lo imposible para juntarlas de nuevo? le preguntó a Rafa-.
Sí, lo recuerdo...


Y mientras Rafa terminaba de hablar sintió el calor de los labios de Ibra sobre los suyos, como aquella única vez en la noche en la que se separaron. Acto seguido salieron de la oficina con el amuleto unido de nuevo colgando en el cuello de Ibra. 

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Jearci Brown

Jearci Brown
Hoy han de llover estrellas porque no he de llorar por penas, hoy te haré el amor? yo, el enamorado poeta con letras de mil poemas mientras el sol paga su condena.

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