Alguien me estaba observando, desde
algún lugar en aquellas cuatro paredes donde me encontraba atrapado.
Sabía que estaba rodeado de muros fríos y robustos y que tenía que
estar muy aislado ya que apenas se escuchaba nada ni corría el aire.
Hacía rato que me había quedado sin voz intentando conseguir la
respuesta o el auxilio de alguien, por lo que cualquier esperanza
que quedara se vio reducida a la piedad de aquella persona que me
había metido allí.
Me senté en el suelo, exhausto de dar
vueltas y golpes, a la espera de lo que fuera a ocurrir. Entonces,
trascurridos unos minutos, percibí lo que parecían unas tuberías
chirriando estrepitosamente. Acto seguido, me levanté y empecé a
tantear de nuevo el cubículo. Unos instantes después, una corriente
de aire atravesó mi cuerpo y mis pies se entumecieron al contacto de
lo que supuse sería agua. Al principio solo se trataba de una capa
fina , como la que deja el sereno al caer por la noche; sin embargo,
poco a poco el nivel empezó a subir... .
Cuando tenía el agua por las
rodillas, algunos recuerdos brotaron de lo más profundo de mi mente,
donde los había dejado relegados, y los sentimientos que venían
ligados a ellos despertaron, también, de su letargo. Todos al mismo
tiempo: como aquella primera cita con Borja, en la que quedamos para
tomarnos un café en la plaza de Haría , a media tarde. Recuerdo que
hacía bastante frío para ser las tres y que, a través
de las ramas de los arboles, se colaban pequeños rayos de sol que
daban cierto regocijo. Al terminar el café subimos al mirador y,
tras una larga conversación, dio el primer paso y me besó.
También, recordé la separación de
mis padres, la muerte de mi tío, los paseos con mi perro Tuny por la
playa de Arrieta y las tardes en casa de mis amigas charlando y
tomando cervezas. Entonces supe que no saldría de allí y que,
posiblemente, nadie, salvo la persona que había abierto los
conductos por donde brotaban ahora a borbotones los chorros de agua,
sabría jamás de mi paradero.
De repente, una pequeña luz se
encendió y pude vislumbrar una cara a través de la rendija por
donde salía; me dirigí hacia allí y, al alcanzarla, vi a Borja, con el
semblante serio. Al verme, levantó la mano en mi dirección y,
súbitamente, dos figuras se posicionaron a su lado. Eran ellos de
nuevo, el señor bajito y su cuidador; esta vez ambos sin expresión
alguna.
Ya apenas lograba a hacer pie; movía
las manos y las piernas para mantenerme estable aunque me resultaba
insoportablemente doloroso. El agua estaba demasiado fría y notaba
cada poro de mi piel desgarrarse a su tacto, como si miles de pequeñas
agujas se me fueran clavando una a una por todo el cuerpo y volvieran
a soltarse y clavarse en un bucle interminable. Mientras tanto, Borja
seguía impasible. Los hombres que le acompañaban le susurraban
ahora cosas al oído. Sin embargo, sus ojos estaban concentrados en
mí; me observaban como dos espectadores que disfrutan de una buena película en una sala de cine.
Mis extremidades comenzaban a
contraerse por la temperatura y una pequeña somnolencia empezaba a
abrirse paso. Temblaba y me hundía cuando mi cuerpo no respondía.
En varías ocasiones creí no poder volver a salir a flote. Mis
dedos empezaban a ponerse azules y apenas podía respirar
El agua estaba a punto de llenar todo
el cubículo, tan solo quedaba un palmo hasta el techo y fue
entonces cuando cesó el frío y, con él, los escalofríos. Mi cuerpo
aceptaba su destino. Y mientras la gravedad hacía su trabajo y la
oscuridad empezaba a envolverlo todo paulatinamente, lo vi de nuevo,
en esta ocasión solo, con una pequeña sonrisa dibujada en los
labios, la misma que suele poner cuando consigue algo que desea y,
cuando las fuerzas me habían abandonado por completo y la última
bocanada de aire que conservaba en los pulmones salió al exterior,
cerré los ojos y deseé regresar a ese mirador, a aquella tarde en
donde todo fue perfecto.
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