23 ene 2012

Te quiero, adiós.



-¡Cállate! le grité con toda la frialdad con la que fui capaz- No quiero que te muevas, que respires, que mires, que oigas, que escuches, no quiero que hagas absolutamente nada, todo cuanto tienes que hacer es quedarte tal y como estas…

Eres muy guapo, ¿te lo habían dicho alguna vez?, supongo que sí, de lo contrario estarían ciegos, mas esta sociedad de mierda está plagada de personas que aún teniendo la capacidad para mirar, contemplar y observar no son capaces de ver nada.

Mientras le decía eso, él apenas se movía, estaba bañado en sudor y me miraba con una cara mezcla de expectación y de miedo. Me ponía muchísimo verlo así.

En clase fueron pocas las veces que me mirabas o que te dirigías a mí, yo en cambio nunca he parado de mirarte, de admirar tu belleza, tus labios que tan dulces y jugosos se me antojan, de imaginarte entre mis sábanas, de espiarte en las duchas mientras fingía tomar un baño, aunque esos pequeños espacios mojados y repelentes me dieran más asco que nada el mundo, todo con tal de poder estar cerca de ti.

Pensé que eras diferente, que no eras el típico muchacho de 17 años que se ríe de los demás sin motivos, que se dedica a aprovecharse de los que son más débiles, pero me equivocaba.

Fui yo quien te envió la carta, aquella por la que estuviste preguntando porque querías saber su remitente. Todo lo que deseabas en ese instante era encontrar a ese ser, el cual te confesaba sus sentimientos, unos profundos, férreos y sinceros sentimientos que te conmovieron, al menos fue lo que yo escuché que le decías a tu mejor amigo, quien simultáneamente se burlaba de ti. Nunca llegaste a preguntarme si sabía algo relacionado con la carta, en cierto modo deseaba que lo hicieras porque quizá hubiera sido lo suficientemente valiente como para confesarlo.

Deja de mirarme así, yo no tengo la culpa de quererte de esta manera, eres tú con tu maravillosa e impactante belleza quien me obnubila y me paraliza, eres tú que no paras de exhibirte y de provocarme desnudándote delante de mí, haciéndome perder la razón.

Voy a quitarte la mordaza, quiero besarte, ¿verdad que vas a dejarme?.... ¡por supuesto que lo harás! En el fondo lo deseas tanto como yo. Voy acercarme a ti, no te muevas, no lo hagas por favor.



“No lo hagas por favor” es lo único que recuerdo haberle escuchado decir con claridad, mientras su boca se acercaba peligrosamente a la mía. Me besó, el muy cabrón sólo me quitó la mordaza, lo único que quería de verdad era besarme, al menos eso es lo que puedo deducir ahora. Ojalá todo se hubiera quedado en un simple beso, ojalá....

Después del beso sus labios empezaron a resbalar por mi cuello mientras sus manos descendían poco a poco por mi cuerpo hasta llegar a mi entrepierna, luego las dejó allí, moviéndolas y acariciándome, nunca había sentido tanto asco. Posteriormente, sus manos desabrocharon mi pantalón, las introdujo dentro de mis calzoncillos y se entretuvo mucho rato es esa posición. Yo únicamente podía mirar y gritarle con los ojos, con la boca, con mi cuerpo vacío de sensaciones, que parara, que no siguiera, él dijo algo de que las personas no éramos capaces de ver con claridad, sin embargo, ahora era él quien no podía atender a razones y escuchar algo más que no fueran sus propios impulsos.

Por un momento se alejó prudentemente de mí, me miró de arriba a abajo, acto seguido se arrodilló, volvió a acercarse y me hizo una mamada, lo más sorprendente de todo es que, incluso detestando lo que me hacia, y sintiendo más asco que en toda mi vida, mi pene no podía dejar de estar completamente erecto. Después de hacerme eso, se subió encima de la cama donde me tenía tumbado, nunca me di cuenta en qué momento se quitó la ropa y se postró encima de mi cintura, sentí todo, como lubricaba mi pene y el calor interior de su cuerpo. Estaba aterrorizado, pero él parecía estar en la gloria.

Una vez hubo terminado, se echó a mi lado, y puso su cabeza entre la mía y mi hombro, inclinada en dirección a mi cara, mientras sus manos y píes rodeaban mi cuerpo. Se quedó un rato en esa postura, luego se levantó, me colocó un pañuelo en la nariz, me besó en la frente, me dio la espalda y vi como se alejaba. Finalmente desapareció del alcance de mi vista, aunque creo que me quedé dormido.

Al despertar estaba desatado, al lado de la cama había una mesita de noche con un sobre, lo abrí:

“Siento mucho haberte hecho esto, siento mucho haberme hecho esto, no soy un loco, ¿sabes? Únicamente estaba enamorado de ti. Me faltó valor para contarte mis sentimientos pero todo cambia cuando las parcas y el barquero te piden el dinero de un viaje sin retorno. Me he entregado a ti por primera vez, nunca antes lo había hecho con alguien, no era la manera de hacerlo, lo sé, pero no conocía ninguna otra, espero puedas perdonarme algún día. Te dije que las personas eran ciegas incluso pudiendo ver, con esta carta espero darte la luz para que me ayudes a encontrar el perdón y puedas ver más allá de todo lo que ha sucedido esta noche, es mucho pedir, pero sé que tú no eres de esa clase de ciegos. Te quiero”


Me quedé en silencio y sin moverme durante un buen rato, cuando reaccioné me acerqué a la ventana de la habitación donde estaba, saqué la cabeza, respiré el frío aire del invierno, y descendí por las escaleras que ese tipo de edificios comunitarios suele tener en esta parte del país. Al llegar a casa se lo conté a mi madre, ella llamó a la policía. Lo buscaron pero no lo encontraron hasta unas semanas más tarde. Cuando lo hallaron, su cuerpo era un bloque de hielo y su cara un espejo inquebrantable, pálido, helado. Sentí pena, dolor, y un gran remordimiento por no poder perdonarle. Es estúpido que lo haya intentado siquiera, y más estúpido aún el sentir dolor. Lo cierto es que se equivocó, al fin y al cabo soy tan sólo un ser humano incapaz de ver más allá de la esencia de las cosas.

Jearci Brown

Jearci Brown
Hoy han de llover estrellas porque no he de llorar por penas, hoy te haré el amor? yo, el enamorado poeta con letras de mil poemas mientras el sol paga su condena.

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