3 mar 2014

El horizonte.



Llevo tantos años sobre este mismo suelo, sin moverme un ápice, extendiendo mis ojos más allá de las montañas, del horizonte sobre el mar; con el sol calentándome la vida, con las nubes que cada mañana, y lo mismo por la noche, bajan a lavar mi cuerpo, a humedecerlo, calándome el frío hasta las raíces, recordándome que, aunque inerte soy y sigo siendo un ser vivo.

Lo más gratificante de mi larga existencia, tan larga que ni siquiera recuerdo cuánto tiempo hace que aparecí,  es la cantidad de historias de las que he podido disfrutar y vivir en primera fila. No se vayan a pensar que todas son interesantes porque algunas son tan penosas que los alisios que constantemente me zarandean de un lado para otro las arrastran con ellos. Pero hay otras… ¡esas sí que son para recordar! Primero que nada y antes de ponerles al tanto de unas pocas, que vaya por delante que no soy una entrometida-metomentodo-hocicuda-chismosa. No. No señor, que una no tiene la culpa de que los demás vengan a casa ajena a lavar sus penas. Y dicho esto, creo que puedo empezar a trasmitírselas, eso si están dispuestos a dedicarme un poquito de tiempo. Si es así, mejor que se pongan cómodos.

La más memorable es sin duda la de mis dos ancianos y entrañables visitantes; cada día, a lo largo de 40 años, venían por mis tierras a correr, eso al principio del todo, y con el paso de los años, a caminar, unas veces juntos y en silencio y, otras tantas, uno delante y la otra detrás.  Les escuché hablar de sus problemas una infinidad de veces: de la enfermedad de su hija pequeña que a punto estuvo de morir de una neumonía, de la cabra que tuvieron que vender para pagar sus deudas aunque tuviesen que olvidarse de comer queso y tener leche fresca cada día, de la pelea monumental que habían tenido porque él apareció una jornada como otra con olor a mujer de la vida alegre y, poco después, porque ella como venganza se exhibió con minifalda por la plaza del pueblo en pleno domingo a la salida de la misa del medio día. Y así podría seguir infinitamente porque cuatro décadas dan para muchas aventuras y desventuras.

Sin embargo, se querían, bueno más que quererse, se adoraban ¡vaya que sí!

En algunas ocasiones, venían por aquí solitos, a desahogarse con el viento, que invitaba a la palabra y luego se la llevaba en un viaje sin retorno; era entonces cuando se profesaban su amor: “qué sería de mí sin sus cuidados, cómo me vestiría o me acordaría de subirme la bragueta si no fuera por ella”, “ qué bonita está cuando se recoge el pelo en ese moño despeinado “, “ qué haré si primero se me va ella, qué haría con la fragancia a almizcle y margaritas que deja en su lado de la cama”. Decía él inconsciente de mi presencia.

 “ Este viejo cascarrabias cada día está más chocho, pero que guapo está cuando se pone su camisa azul de rayas blancas” , “ aunque hayan pasado los años, cada vez que me abraza siento que todo mi mundo está entre sus brazos” , “me preocupa su porvenir si me fuese yo antes que él y más aún que será de mí si se me va antes él”…

 Y así se pasaron su matrimonio, hasta que un buen día dejó de venir ella y, posteriormente, él, o fue al revés. Supongo que no habrán podido sin la presencia del otro a su lado, indiferentemente del orden en el que se hayan marchado.

Otra de la que me acuerdo bien, más que nada porque no hace mucho que sucedió, es la de dos muchachos que se bajaron de un coche blanco y se dedicaron a dar vueltas por los alrededores durante largo rato. Primero con aspecto de estar tratando un asunto arto serio,  luego, escrutándose desordenadamente para, finalmente, venir a posar sus tafanarios debajo de mi sombra. Entonces sí que pude escucharlo todo: uno  le recriminaba al otro su falta de valentía, le decía que estaba cansado de su tira y afloja, de concederle tiempo para que se aclarase, que se merecía a alguien que fuese capaz de arriesgarlo todo por él. Y el otro, bueno si pudiesen haber visto su cara, se podrían escribir miles de historias con sus expresiones; sus palabras eran menos concisas: “es demasiado difícil”, “no puedo arriesgarlo todo por algo que no sé si saldrá bien”, “no eres capaz de entender que esto que nos está pasando no es como cambiar un cojín, es cambiar la decoración entera” y la más dura, a mi parecer más inmadura, “esto es cuanto puedo ofrecerte”.

Yo no entiendo de amores modernos, que ya soy muy mayor, pero que poco aguante tiene la juventud de hoy en día; supongo que tener tantas opciones en su vida no les permite ver las cosas con la simplicidad que llevan intrínsecas.

El caso es que se marcharon de allí, sin esa relación tan inusual que parecían no tener, aunque creo que, seguramente, vuelva a verles merodear por aquí, si eso ocurre espero que sean buenas nuevas, así podré contárselos la siguiente vez que tenga oportunidad.

No quiero resultar cansina- agobiante-aburrida- chocha- cursi, así que les contaré rápidamente la vez que más miedo he pasado, mi peor vivencia,  y de paso cambiamos el tono de este coloquio que bien resulta ya irritante.

Estaba yo tan tranquila, disfrutando de la agradable brisa de la última hora de sol de un día de verano,  escuchando el silencio, el sonido del mar a lo lejos, animales y bichos varios correteando montaña abajo,  risas dispersas de algunos vecinos de las casitas colindantes; viviendo lo que se llama un “día perfecto” cuando de repente, un relente súbito y feroz me golpeó y zarandeó con todas sus fuerzas, durante horas me tuve que agarrar con mis raíces al suelo firme, rotar mis hojas en la dirección en la que soplaba para que no me las arrancara o dañara; ese día creí que me arrancaría y me soltaría por la ladera y acabaría siendo recogida por un aparatejo de esos modernos que usan para desplazarse los humanos,  después de que los perros que veía de vez en cuando por allí me dejaran su marca impresa. Tal es así que desde entonces me he cambado un poquito para que no me vuelva a pasar lo mismo.


Y ahora si, les invito a que se marchen, que una ya está muy mayor y tanto esfuerzo me deja agotada. Pero vuelvan, no mañana ni pasado, pero háganlo, que de aquí no me moveré y seguro que más historias podré referirles.

Jearci Brown

Jearci Brown
Hoy han de llover estrellas porque no he de llorar por penas, hoy te haré el amor? yo, el enamorado poeta con letras de mil poemas mientras el sol paga su condena.

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