22 abr 2016

Cuenta atrás.


Tres, dos, uno...

Siempre quise esto, desde que estalló la guerra hace dos años. Siempre. Recuerdo la herida recalcitrante de no poder hacer nada; las horas interminables haciendo cola con la nieve cayendo sobre los miles de muchachos jóvenes que habíamos fuera;  las ganas irrefrenables de entrar en combate a sabiendas de que, posiblemente, podría no volver a casa.

¡Hasta que por fin llegó el SÍ!, entonces comenzamos con las instrucciones y adiestramientos para la guerra. De la misma manera nos obligaron a cortarnos el pelo, a levantarnos corriendo a la madrugada, a formarnos cuando pasaba algún alto mando, a cualquier hora y en cualquier lugar. Sin embargo, no todo ese sacrificio tenía que ver con las instituciones y con las horas de preparación. También hubieron despedidas, madres sobre el suelo llorando, la mayoría de veces, implorando a sus hijos e hijas que no fueran. Sí, se derramaron muchas lágrimas.

Luego vino la emoción y la valentía intrínseca del desconocimiento de lo que una conflagración suponía. A medida que íbamos llegando a nuestro destino las cosas empezaron a perfilarse tal cual eran en realidad: pueblos devastados, cadáveres por todas partes, gente vagando en busca de comida, infantes llorando por la pérdida de sus padres y la magnitud demoledora de verse solos en el mundo... . Sin embargo, el sentimiento que más fuerte permanece es el de la venganza; todos los días escuchábamos propaganda contra el enemigo, tanto así que nos enseñaron a odiarles, a verles como monstruos y no como personas. Así, supongo, será más fácil arrebatarles la vida.

Y, por fin, hoy me ha tocado guardia. Creo que el camuflaje está bien hecho y que estoy totalmente fuera del alcance de los otros centinelas. A mi lado está Nikhola, es un par de años más joven que  yo y,sin embargo, su seguridad y aplomo me rebasan por todos los lados. Debemos llevar más de cinco horas aquí arriba, las vistas son perfectas y nos permiten ver todo lo que pasa a varios kilómetros a la redonda: justo delante nuestro hay un camarada contra la pared, bebiendo un poco de agua de su cantimplora, más adelante, dirección suroeste, una de las pocas chicas de la unidad parece estar hablando con alguien aunque está sola y, hacia el sur, yacen apilados los cuerpos de los compañeros y compañeras caídos.

Hace unos minutos hemos escuchado unas voces, guardamos silencio unos instantes y nos damos cuenta de que no son de los nuestros; su acento es distinto. Erguimos un poco el cuello y con el rabillo del ojo vemos tres figuras, con unos uniformes distintos de los que llevamos, caminando silenciosamente. Dos de ellos se mueven al compás de las órdenes que reciben de un tercero que se queda relegado. Entonces soy consciente de que tengo que disparar por primera vez.

-¡Prepárate!- me dijo Nikhola-, están apunto de salir de nuestro radio de visión, ¡tenemos que disparar ya!
-Aún tenemos algo de tiempo y necesitamos colocarnos de nuevo sin que se nos vea-le contesté-.
-A la de tres disparamos- dijo en tono autoritario-. ¿Estás listo?
-Eso creo.

En aquel momento supe que tendría que hacerlo aunque no quisiera. Daba igual lo que sentía antes, esa sensación de deber se había esfumado porque lo que tenía delante no era el enemigo sino tres seres humanos que serían llorados u olvidados como nosotros dos.

-¡Venga, es el momento!- Susurró con frialdad enterrada en la voz-.

Entonces comenzó a contar mientras yo apretaba con todas mis fuerzas mi DSR-1 y me preparaba para apretar el gatillo.

Tres, dos...

El tercer soldado enemigo corría entre los arbustos dejando atrás a sus colegas abatidos. Unos segundos después la tercera bala de Nikhola le atravesó.


Jearci Brown

Jearci Brown
Hoy han de llover estrellas porque no he de llorar por penas, hoy te haré el amor? yo, el enamorado poeta con letras de mil poemas mientras el sol paga su condena.

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