Llevaba
sin hablar con él mucho tiempo, tanto que ni siquiera sabia en qué
parte del mundo se encontraba, a qué se estaba dedicando o si salía
con alguien. Su recuerdo vino de repente a mi cabeza, tras una
conversación con una de mis mejores amigas que me transportó a una
situación un tanto complicada con la que tuve que lidiar años
atrás. Fue entonces cuando cogí mi teléfono, escribí su nombre
en el buscador y me encontré con una realidad inesperada por
completo: él ya no estaba, se había evaporado. Hacía un par de
años que había exhalado su último aliento... .
El
día que nos conocimos yo estaba devastado por completo;me habían
roto el corazón de una manera en la que jamás lo habían hecho
antes y aún así él me convenció para ir a tomarnos un café y
entablar la que sería nuestra primera conversación.
Creo
recordar que era un día inusualmente frío de enero, especialmente
porque la hora a la que habíamos acordado quedar. La gente que había
alrededor estaba saliendo disparada hacía los bares y cafeterías de
alrededor para entrar en calor. Había vaho por todas partes,
proveniente de las conversaciones que todos ellos estaban
manteniendo, era casi como si una nube se hubiera caído del cielo y
se hubiera quedado flotando a la altura de nuestras cabezas.
Él
me había dicho que llevaría una bufanda de color marrón oscuro con
rayas negras y un abrigo en los mismos tonos. Yo llevaría una
bufanda gris, con una chaqueta del mismo color. Así sabríamos de antemano quienes éramos y evitaríamos malos entendidos. Yo ya lo había
visto por el campus, siempre muy bien rodeado de gente, lo cual poco
después cobraría todo el sentido ya que era un ser con un corazón
y una pureza excepcionales. Cuando creía que a su llegada me encontraría
convertido en una estatua de hielo, lo vi girar la esquina y
acercarse con la cabeza en un ángulo neutro, como si le diera
vergüenza mirarme a los ojos y, al mismo tiempo, quisiera llegar con
el plante intacto.
Me
saludó con dos besos, algo que no me esperaba para nada, tratándose
de un chico tan guapo y masculino. Se disculpó inmediatamente por su
retraso y, un par de minutos después, estábamos sentados delante de
dos tazas de café bien calientes.
Recuerdo
que me dijo que estaba de erasmus; era un estudiante de turismo en su
último año y había decidido dejar París para mejorar su español
y cambiar de aires. Yo supuse que tendría que haber un motivo por el
que quisiese hacerlo y, tras pensarlo brevemente, se lo pregunté.
Algo parecido a esto me contestó:
“Para
serte sincero, porque no me gusta decir mentiras, es un poco por la
vida que tenía allí. Mis padres no se tomaron nada bien el hecho de
que su único hijo fuera gay y, tras afrontar momentos bastantes
desagradables y tristes para mí, me tuve que marchar de mi casa para
meterme en un cuartucho horrible, en la última planta de un edificio
con peor apariencia aún. Una de mis tías me ha ayudado mucho, sobre
todo económicamente y bueno, también intentando hace cambiar de
parecer a mis padres pero hasta el día de hoy las cosas siguen
igual. Un día en clase me propusieron esta opción y tras solicitar
la beca y arreglar todo el papeleo me vine aquí y es lo mejor que me
ha pasado en mucho tiempo; mis compañeros de piso son muy majos y se
están portando muy bien conmigo. Así que más o menos esa es mi
historia, ¿qué me dices de la tuya?”
Yo
no pude decirle nada, me faltaba experiencia y delicadeza para
responder apropiadamente a todo lo que me había dicho. Así que
simplemente le conté lo que me había pasado: acababa de dejarlo con
mi ex, con quien había compartido unos cuantos años de mi vida,
unos bastantes complicados con muchas idas y venidas, hasta que una
de ellas, él se había enamorado de otro y yo me había quedado para
vestir santos. También le dije que no me apetecía tener nada con
nadie porque todo era muy reciente. A esto, él puso su mano sobre la
mía, la apretó lo justo mientras me decía que era normal y que me
tomara mi tiempo para recobrarme, que un chico tan guapo como yo y,
presumiblemente, buena persona, encontraría alguien que me iba a
hacer feliz cuando menos me lo esperara.
Nos
terminamos el café y nos marchamos. La verdad es que no recuerdo si,
una vez acordado que nos veríamos de nuevo, nos despedimos con un
abrazo o con un beso. Puede que con los dos o, quizás, sin ninguno.
Supongo que nunca podré preguntárselo.
Lamentablemente,
no puedo decir que volvimos a quedar porque estaría mintiendo. Sin
embargo, si que seguimos charlando de tanto en tanto por whatsapp o
cuando nos cruzábamos por el campus. La última vez que hablamos,
los dos teníamos veinticuatros años; por aquel entonces yo vivía
de nuevo en mi isla, Lanzarote, y él estaba en Barcelona, trabajando
para una cadena hotelera. Yo le dije que iría pronto a visitar a mis
mejores amigas y acordamos vernos de nuevo allí. Ese recuentro al
final nunca tuvo lugar porque llegada la fecha, él se había mudado
de vuelta a Francia un par de semanas antes.
Esa
sería nuestra última conversación.
Quería
hablar con él, el día en que lo busqué para saber como le iba. Me
gustaría saber qué le pasó, como dejó el mundo unos pocos meses
después de haber cruzado nuestras últimas palabras pero remover la
herida de la gente que fue cercana a él no es ni remotamente
considerable. Así que supongo que todas mis dudas se quedarán
intactas. Esta noche solo sé que me siento triste, frágil y, sobre
todo, vulnerable.
Mi
amigo fue un ser roto, que se recompuso a fuerza de voluntad y
positivismo, que dio amor cuando se lo habían negado. Para mí hoy,
es inspiración.