25 abr 2013

Conocidos extraños



Ahí estaba él tras cinco largos años de ausencia, el mismo corte de pelo, esos inmensos ojos claros,  la máscara de hombre duro, la belleza de antaño impoluta pero ya no era, había cambiado.

Durante mucho tiempo me pregunté cómo sería el reencuentro, de haberlo claro está, pensé una infinidad de veces en la reacción al cruce de miradas, esas familiares y, simultáneamente, ajenas miradas, en el modo en que se comportaría mi cuerpo al tacto del suyo aunque, principalmente, me preocupaba cómo se sentiría mi corazón al besar esos pequeños labios que mucho tiempo atrás casi amé.

Él llegó tarde al que igual que hacia siempre cuando, en otros tiempos,  nos dábamos cita. Yo esperaba en la puerta de su casa, única testigo de lo que sucedió entre nosotros, medio ansioso, medio a la defensa y, sobre todo, un poco asustado al desenlace de la velada.

Se acercó a mí y me tendió la mano, yo apreté la suya con fingida firmeza porque mis rodillas se tambaleaban como torre de naipes al ras de viento. A Dios gracias no se dio cuenta de ese detalle.Mantuvimos una extraña conversación de palabras forzadas, rebuscadas y escogidas, al fin y al cabo éramos dos seres conocidos reconociéndose  y redescubriéndose nuevamente. Comimos y bebimos: él una Coca Cola yo un vaso de agua.

Nos pusimos reservadamente al día o ,más bien, diría resumidamente  de nuestras experiencias vividas en compartida ausencia. Ahí lo noté, fue algo demasiado sutil, casi como un deje, como fugaz pero que se quedó el suficiente rato en el aire para poder palparlo. Luego hubo una especie de tiempo muerto, donde ambos cavilábamos acerca de cómo seguir adelante. Finalmente, marcó el siguiente paso.

Nos besamos, su boca sabía igual, conservaba ese sabor dulce que tanto me gustaba. Nos desnudamos, primero con la mirada, acto seguido, con todo el cuerpo. A continuación nos unimos pero no fue como antaño, en esta ocasión solo fue sexo, placentero, embriagador y enganchador. A pesar de eso, él mantenía esa delicadeza puntual que demostraba al rozar su nariz con la mía, como un gesto cariñoso, imposible de definir sin que suene grotesco. En ese segundo me pareció volverlo a ver.

Al terminar nos vestimos rápidamente, cual carrera cuyo premio fuera sacudirse de encima ese vacío que se quedó atrapado entre los dos. La victoria fue suya. Después me besó mientras se despedía y cerraba la puerta tras de mí.

A la noche siguiente, volvimos a vernos por mutuo acuerdo y fue completamente diferente y deferente. Yo era tal cual me veía en el presente, estaba a mil leguas de distancia del niño que conoció  y de la persona que aparenté ser el día anterior. Esta vez hubo algo más de complicidad, de pasión, quizás algunas puntadas de cariño y hubo, también, una revelación: “Nunca volvería a sentir por él lo que casi permití nacer dentro de mí en el pasado”.

Al decirnos adiós, nuevamente, me besó pero este fue más largo e intenso. Me tomó por sorpresa su mano en mi espalda, atrayéndome hacia él. Yo le respondí posando la mía en su rostro, acariciándolo con afecto, intentando hacerle saber que seguramente sería una despedida definitiva. Lo último que vi fue su perfil sonriendo cuando justo antes de cerrar la puerta le dije: “Si vuelves a besarme de esa manera me quedo en tu casa de por vida”.

Finalmente bajé por las escaleras dejándolo atrás sin saber si volvería a verlo alguna vez.

Jearci Brown

Jearci Brown
Hoy han de llover estrellas porque no he de llorar por penas, hoy te haré el amor? yo, el enamorado poeta con letras de mil poemas mientras el sol paga su condena.

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