Cuentan
de mí muchas historias, algunas son tan fantasiosas que llegan a rondar el
borde de lo absurdo, otras, sin embargo, son tan ciertas y contadas con tanta
minuciosidad que parece que fuese yo mismo quien las narrara al mundo, mas nada
de nada ha estado más lejos de la realidad.
Desde
que nací fui muy diferente al resto: tamaño, ideas, belleza y un sinfín de
etcéteras que de enumerarlos sería la lista más larga jamás elaborada. Todo cuanto puedo decir de mí es que nací una
noche de domingo, en un año bisiesto y que cumplo años cada cuatro. Según mis
cálculos hoy cumpliría 5 años y es, precisamente, ese el motivo por el que he
decidido contar yo mismo mi historia, sin adorno ni floritura alguna, omitiendo
onomatopeyas, hipérboles y demás tecnicismos que de nada valdrían.
Se me
olvidó decir que mi madre era una duende y mi padre un elfo. Y si, soy un enano
con la belleza de un elfo. Aunque este aspecto de mi vida sólo lo conoce mi
familia ya que de cara a la sociedad soy
un humano común y corriente.
Como
bien dije antes, y para aquellos que no lo hayan entendido, vine al mundo un
domingo por la noche, exactamente a las 00:00:00, justo en la hora que deja de
ser 28 de febrero para dar paso al 29 de ese mismo mes. Mi parto no fue doloroso ni el embarazo difícil,
de hecho a mi querida madre ni siquiera se le hubiera notado que estaba en
estado a no ser porque mis padres tuvieron la genial idea de trasladarse del
todo al plano humano y allí, como todos sabrán, la sociedad vive en un continúo
circulo de apariencias. Mis padres no iban a ser menos.
Para
los humanos mi madre era una embarazada
común y corriente y, como podrán empezar a suponer, mi parto fue un espectáculo desde el
principio hasta el final: gritos y llantos fingidos, insultos gratuitos y una
mujer tan falaz y soez que podría haber corrompido al mismísimo Lucifer. Mi padre, como no, montó un show menos
notorio pero a la altura de un padre que se precie y con embarazo psicológico:
nauseas, vómitos, desmayos y cualquier comportamiento que rozara lo histriónico.
Lo
único verdadero de mi bienvenida al mundo fueron las lágrimas de gozo porque he
decir en su defensa que fui un bebé querido y ansiado.
Como
mis progenitores, ante la sociedad yo era un bebé normal, pero ante sus ojos era algo más enjuto de lo que debería haber
sido. Con el paso de los años… y antes de seguir con mi historia he de hacer un
pequeño paréntesis para aclarar
algo (por órdenes y deseos propios, sólo
y digo “sólo” refiriéndome a “exclusivamente” , celebro mi cumpleaños los años
bisiestos) … con el paso de los años me transforme en un niño perspicaz, locuaz
y extremadamente precoz, claro está que, en teoría, tengo cinco años, aunque
puestos a ser francos y razonables tengo veinte, eso daría sentido a la
información que acabo de proporcionaros.
Debido
a mi escaso tamaño tanto el ficticio (el humano) y el real (resultante de madre
duende y padre elfo) me costó un poco más encontrar mi sitio en el mundo y es
que los niños y las niñas humanas y sobrenaturales podían llegar a ser muy
crueles y, como consecuencia, no tenía muchos amigos. Cuando decidí buscarme un
trabajo para pagarme mis propios caprichos, porque he decir que soy una persona
instruida y sabia a pesar de no ir a la universidad, tuve ciertas dificultades
puesto que nadie quería contratar a un adulto con enanismo por muy guapo,
inteligente y sabio que pudiese llegar a ser.
Respecto
a mi “problema” tengo que decir que
nunca me supuso un contra sino más bien un pro pero supongo que debe ser porque
quien nace de cierta manera, en cierto grado, llega aceptarse con cierta
resignación y cierto amor propio, y es que de haber sido de otro modo,
ciertamente no habría podido vivir con cierta tranquilidad y felicidad. Y
hablando de ciertos, es totalmente verdad cuando digo que desprendo mucho amor
propio.
Después
de tantos circunloquios he de empezar a concretar.
Una
tarde, mientras veía un programa de esos tan absurdos con los que los humanos
parecen disfrutar como una noche pasional,
escuché como en la calle un coche con megáfono transmitía la noticia al vecindario
de que uno de los circos más grandes del mundo vendría a pasar una larga
temporada en la ciudad y, en ese preciso momento, esos en los que tienes la
certeza de que el destino te ha metido los dedos en los ojos para ayudarte a
ver tu potencial futuro, decidí ponerme en marcha a tan inhóspito lugar.
Heme
pues que partí hacia el emplazamiento del circo y no os podéis imaginar lo
impresionante que me resultó el ir aproximándome cada vez más. Desde más de un
kilometro de distancia se podía avistar un gran techo hecho de globos de helio
con las palabras “Welcome”,
“Bienvenido”, “Willkomen”,”Benvenuto” y
así, un gran numero de palabras que venían a ser lo mismo.
Cuando
me encontraba a medio kilometro de distancia contemplé como dos grandes torres
rojas, de aspecto medieval, se alzaban ante un pórtico que daba paso al
interior, acompañadas de una gran muralla azul que rodeaba todo el
emplazamiento, desde fuera se percibía en el aire el olor de algodón de azúcar
recién hecho, palomitas de colores, manzanas caramelizadas y todos los dulces
con los que alguien pueda soñar. Se oía el sonido de trompetas, ruidos de
animales, gritos de los domadores, las eufóricas celebraciones de los espectadores cuando algo
increíble debía de tener lugar, en fin, se sentía que el lugar estaba más vivo
que una selva en plena noche.
Atravesé
la puerta de la entrada, protegida por dos mujeres algo rellenitas, con los
mofletes pintados de rosa y con largos y
anchos vestidos rojos que cubrían desde sus hombros hasta el suelo, pegadas con
los brazos en cruz a las torres en un intento de camuflarse con el color de
éstas, y con los ojos muy abiertos para no perderse ni el detalle más nimio de
cuanto se aproximaba a ellas. Mi sorpresa fue cuando en un vehemente movimiento
les levanté el vestido para aliviar mi curiosidad, en cuanto al tamaño de estas
se refería, y me topé con unos sancos de
tamaño descomunal.
Exaltado
me adentré en ese maravilloso mundo con el objetivo de encararme con el dueño
para pedirle trabajo. Pregunté en cada puesto de dulces que había, a los
animales, porque al ser hijo de un elfo no me supone ninguna dificultad, a un
grupo de payasos que muy simpáticamente me dijeron que no sabían donde estaba,
a dos domadores que estaban ensayando un nuevo número encima de un elefante
pero resultó inútil. Nadie conocía su actual paradero.
Entré
en la carpa, ahora vacía puesto que era el periodo de entre shows, mas dentro
únicamente había columpios violetas que supuse harían de asientos para el
público y que rodeaban un gran escenario redondo suspendido en el aire y sujetado
por unas cuerdas de apariencia delicada por cada uno de sus lados, y unas
escaleras en el centro del mismo que se
hundían en las profundidades debajo de éste.
Debido
a ese motivo decidí subirme al columpio más próximo a la tarima, balancearme con
todas mis fuerzas y saltar en el momento clave. Casi pierdo la vida pero lo
conseguí. Cuando me encontraba más
recuperado del shock que me supuso ese salto vertiginoso, de un brinco me puse
en píe y eché a correr al epicentro del
circulo, descendí por las escaleras llegando
una habitación donde no había nadie, por haber no había ni luz. Resignado y deprimido me dispuse a subir de
nuevo y a marcharme a casa dejando atrás la certeza que con la que salí de
ella, cuando sentí que no estaba sólo, que allí, en uno de los extremos, oculto
en la oscuridad había alguien observándome. Decidí esperar.
No sé
cuánto tiempo pase al lado de la escalera hasta que lo que sea que hubiese allí
haciéndome compañía decidiera dar la cara y presentarse como es debido. Y como no, finalmente, el ser, más diminuto
que un diminuto, sonrió y se dejó ver.
Tras
una calurosa y rara presentación, y lejos de dar más vueltas al tema con
adornos literarios, el hombre, que resultó ser el dueño del lugar, decidió
contratarme porque decía que tenía algo especial que no todo el mundo era capaz
de ver. Yo, en mis adentros, pensé que era el hijo un enano con enanismo y que
podía verme tal y cual era en realidad.
Encontré
mi sitio y aprovechándome de la deidad que da ser un ser sobrenatural, y digo deidad no porque sea un dios sino por
la gracia que da la dinastía, me convertí en todo cuanto había soñado sin saber
que lo soñaba: mago, malabarista, trovador, payaso, etcétera, etcétera, di paso
a un sinfín de historias de personas que venían al circo y se convertían en
testigos de mis hazañas.
Así que
ya veis, ésta es mi verdadera historia, con algún que otro adorno, porque no
creo que os hayáis tragado eso de que no iba a emplear ninguno, una cualquiera, eso si sois capaces de obviar
que no soy un ser común, así os pido el favor de que si algún día, en algún
lugar, escucháis mi historia, no la verdadera sino una con florituras, contéis la que yo os he legado porque sabéis
que cuando se es conocedor de la verdad siempre hay que decirla o eso decía mi
abuela la elfo en uno de sus ataques de sabiduría.
Fin.