Sé que soy diferente, creo que siempre
lo he sido. A veces, cuando veo a los niños y a las niñas jugando
juntos, no sé por qué motivo, mis ojos siguen el movimiento de los
otros chicos. Me gusta jugar con ellos, a veces me gusta incluso
cuando tomamos siestas después de comer. En especial me
gusta dormir al lado de la colchoneta de Jesús. Es el niño mejor
parecido de todo el colegio.
A veces, también, otros niños me
llaman cosas malas, cosas que ellos mismos no saben qué significan.
Yo prefiero olvidarme y hacer caso omiso. Sin embargo, en unas
contadas ocasiones me han hecho sentir mal y eso me pone triste.
Con frecuencia en mi cole las niñas
hablan de que ahora son novias de uno de los niños, que se mandan
notitas diciéndose que van a estar juntos para siempre, que ellas se
sienten como princesas y que ellos son sus príncipes azules. Por
otro lado, cuando ellos hablan dicen que tienen varias novias pero
que una en concreto es la más guapa, incluso que alguna les ha
besado en los labios. Me resulta gracioso imaginarme la situación
porque dos personas besándose en la boca como los adultos me parece
repugnante. ¡Si es que muchos se manchan toda la boca cuando están
comiendo! Eso cuando no se están comiendo los mocos.
Yo no pienso en ese tipo de
situaciones. No, yo no. Yo no sé a quién debería mandarle cartas o
a quién debería besar a escondidas en el recreo. A mí solo me gusta
tomar siestas, escuchar a mis compañeros hablar de sus cosas y jugar
con ellos cuando se presenta la oportunidad. Sin embargo, sé que de
cierta manera soy diferente.