16 nov 2016

Salvaje




Cada vez que cierro los ojos
Siento el húmedo tacto de tus manos resbalándose sobre mi cuerpo
Tus labios tiernos y suaves
Perdiéndose en la profundidad de mi cuello.

Cada vez que cierro los ojos
La imagen de tu cuerpo desnudo
Fundiéndose en uno solo con el mío
Deleita el gozo que en tu ausencia he de apagar hasta extinguirlo.

Cada vez que cierro los ojos
La fuerza descomunal de tu deseo
Embistiendo salvaje el punto exacto donde converge el mío
Hace que el mundo a mi alrededor pierda sentido.

Cada vez que cierro los ojos
Noto tu naturaleza erigirse en mi interior
Y con el glorioso movimiento último de tu cintura
Me abandona el susurro destinado a tus oídos. 

17 oct 2016

Su nombre



¿Es este frío suficiente?
Para aislarle a él
Para apartarle del todo.

¿Es este frío suficiente?
Para protegerle a él
Para salvarlo de mi sed.

¿Es este frío suficiente?
Para mantenerlo lejos
Para sostener el muro.

¿Es o no este frío suficiente?
Para permanecer sereno
Para amortizar el impacto.

¿Estoy preparado lo suficiente?
Para dejarlo entrar
Para cruzar la puerta.

¿Estoy preparado lo suficiente?
Para decirle todo
Para callarme nada.

¿Estoy preparado lo suficiente?
Para darle mis palabras
Para cambiar mi prosa.

¿Estoy o no preparado lo suficiente?
Para entregarme a él
Para pronunciar su nombre.

¿Es este frío suficiente?
¿Estoy preparado lo suficiente?

¿Es él quién cambiará mi historia?

¿Es él quién escalará el muro?
Para reclamar mi nombre.
Para ocupar todo

¿Es él quién arrebatará mi vida?
Para transformarla en algo nuevo
Para reescribir mi historia.

¿Es el quién traerá la luz?
Para iluminar el camino
Para traerme de vuelta.

11 sept 2016

Noche estrellada.



Toda mi capacidad se ha ido
Es el primer sentimiento que experimento
Al ponerme de pie y observarme de tanto en tanto en el espejo.

Las palabras no están, no fluyen,
En ese va y ven ondeante de belleza reveladora.
No hay posición o lugar alguno donde halle la inesperada visita de las musas
Ni suficientes lágrimas o voz en grito que puedan aliviar mi alma.

Frustrante desequilibrio entre los colores del cielo,
La realidad y la profundidad espeluznante de mi desconexión con el mundo.

A veces me pregunto si el resultado de la tranquilidad permanente
O de la pluralidad de sensaciones repetitiva.

Encuentro este nuevo espacio que habito
Repleto, lleno, cargado, amontonado, abarrotado, desbordado.
DESBORDANTE.

Sonidos, voces, colores, palabras, gestos,
personas, olores, lugares...,
Todo confluye en lo mismo.

A veces evoco la monotonía de antaño
Entre las cuatro paredes de mi habitación repleta de libros y colores tibios.
Con el olor a café de una taza aún caliente y recién terminada sobre la mesita de noche,
Con el sol ondeando en lo alto en pleno día
O con el cielo repleto de nítidas estrellas.
Ahora la luz del astro padre es distinta
Y el paisaje nocturno es mas como una representación viva de la obra de Van Gogh.

En esta nueva tierra de ardillas juguetonas,
Cuervos que entonan su canto al crepúsculo
Y zorros agazapados tímidamente entre los arbustos,
He encontrado de nuevo el equilibrio perdido.

9 may 2016

Los dueños de los predios.





Durante muchos años deseé poder sentarme delante de una máquina de escribir y contar mi historia aunque nunca llegase a manos de nadie. Quería que todo aquello que me ha hecho ser como soy quedara plasmado en papel, con la esperanza de que nunca se perdiera. Es así como he llegado hasta aquí; al punto culminante de mi vida en donde ya solo queda contar los días para el último y darme toda la prisa posible para que el tiempo no se haga con la victoria. Así pues, creo que ha llegado el momento añorado:

Nací en un pueblo pequeño, habitado en aquel entonces por unas pocas familias, burros , cabras y algún caballo viejo de raza ralea que desentonaba totalmente con el cuadro que desde fuera podría contemplarse. Mis padres eran dos señores campesinos, que como todos los negros de la región, trabajaban en las plantaciones que durante los últimos años habían germinado como panales de abejas. Eramos felices; niños dichosos que jugábamos inocentes entre los adultos y los animales soñando con ser los dueños de los predios y que ignoraban por completo la realidad que día a día sufrían nuestros padres pese a que, en muchas ocasiones por no decir a diario, veíamos suceder vejaciones y atrocidades de todo tipo.

Recuerdo que una vez, yo debía de tener unos cinco o seis años, acababa de terminar de ordeñar una de las pocas vacas que teníamos y que hacia mucho frío. Mi ropa, como la de cualquier otro trabajador, a penas daba para resguardarnos un poco de las inclemencias del tiempo, entonces, al ver el vapor que desprendía el cubo con la leche se me antojó probar un poco, “el amo no se dará cuenta”-pensé-, aunque para mi mala suerte, justo en el momento en que metía uno de mis dedos en el líquido, él entraba en el granero. Solté el cubo y le supliqué que me perdonara, que no volvería a hacerlo y que tenía frío y hambre y que, por eso, había decidido beber un poquito de aquella leche humeante. Él se colocó a mi altura, agarró el balde, me tiró la leche por encima y, posteriormente, empezó a azotarme con el cubo desaforadamente. Mis padres me encontraron ahí varias horas después, calado y lleno de moratones.

En otra ocasión, años más adelante, una de las hijas de los patrones y mi hermana pequeña estaban jugando en el jardín trasero, cerca del antigüo pozo de la casona, se lo pasaban realmente bien. Aún recuerdo sus carcajadas viscerales y desenfrenadas. El caso es que mi hermanita encontró una piedra muy bonita: era lisa y parecía brillar con la luz del sol. Entonces, Laia, así se llamaba la hija de los dueños, vino corriendo y le pidió que se la entregara. Judith, nombre al que respondía mi hermana, se negó, era suya, ella la había encontrado, “si quieres te la enseño pero no te la voy a dar”- algo parecido creo que le dijo-, entonces Laia se irguió y le dijo emulando a sus padres: “Te ordeno que me la des , tú y todo lo que tienes es de mi propiedad, no te lo volveré a repetir. Judith movió la cabeza de un lado para otro y, de repente, la otra niña le dio una bofetada, le quitó la piedra, la insultó y, posteriormente, dio media vuelta y se marchó.

Mi hermana se quedó muy triste, estuvo varios días sin apenas hablar.

Así era nuestra vida; nuestras madres les criaban y nuestros padres trabajaban sus tierras y aún así nos odiaban. Los padres de los blancos les enseñaban a odiarnos.

Sin embargo, el episodio más traumático que he presenciado fue la noche en que murió mi padre. Aquel día había sido como otro cualquiera: mucha faena de sol a sol, un calor infernal, ruidos de animales, gritos de los capataces... en fin, lo mismo de siempre. Al llegar la noche, todos los criados y su prole estábamos cenando y riendo a carcajadas, a pesar de las dificultades recuerdo que siempre sonreíamos, cuando uno de los dueños irrumpió en nuestra cocina. Llamó a mi padre, que amagando un poco se puso de pie, y le ordenó salir para reunirse con él en el patio. Allí le esperaban tres empleados de confianza del patrón. Dos de ellos le agarraron y le ataron a un árbol y,el tercero, empezó a azotarle y llamarle ladrón, ¡le llamaban ladrón! Le golpearon durante varias horas, al amanecer ordenaron soltarle;aún escucho el sonido del cuerpo al impactar contra el suelo.
Lo recogieron, le llevaron a su cama y las amigas de mi madre la ayudaron a limpiarle las heridas. Olía mucho a sangre; la espalda de mi padre era como una gran herida abierta. Le pusieron su camisa blanca y su mejor pantalón y lo metieron en una caja de madera. Al anochecer lo cremaron. La señora Brigitte cantó todo el tiempo el blues favorito de mi padre.

Al día siguiente, todos,incluidos mi madre y yo, regresamos al trabajo. Reanudamos nuestras labores para los asesinos de nuestro padre.

Ahora, parece que todo ha cambiado; podemos votar y pasear por los mismo locales que frecuentan los blancos,¡incluso hay negros en puestos importantes de las principales empresas del país! Hace poco mi bisnieto me trajo mi taza de té y se sentó conmigo a hacerme compañía y darme conversación, cuando uno de sus amigos pasó por delante del porche, al despedirse le dijo algo que nunca había escuchado antes, la palabra creo recordar era “nigga” , le pregunté sobre la marcha qué significaba y él me contestó: “ significa negrata bisa”. Estuve riéndome sin parar varios minutos.


22 abr 2016

Cuenta atrás.


Tres, dos, uno...

Siempre quise esto, desde que estalló la guerra hace dos años. Siempre. Recuerdo la herida recalcitrante de no poder hacer nada; las horas interminables haciendo cola con la nieve cayendo sobre los miles de muchachos jóvenes que habíamos fuera;  las ganas irrefrenables de entrar en combate a sabiendas de que, posiblemente, podría no volver a casa.

¡Hasta que por fin llegó el SÍ!, entonces comenzamos con las instrucciones y adiestramientos para la guerra. De la misma manera nos obligaron a cortarnos el pelo, a levantarnos corriendo a la madrugada, a formarnos cuando pasaba algún alto mando, a cualquier hora y en cualquier lugar. Sin embargo, no todo ese sacrificio tenía que ver con las instituciones y con las horas de preparación. También hubieron despedidas, madres sobre el suelo llorando, la mayoría de veces, implorando a sus hijos e hijas que no fueran. Sí, se derramaron muchas lágrimas.

Luego vino la emoción y la valentía intrínseca del desconocimiento de lo que una conflagración suponía. A medida que íbamos llegando a nuestro destino las cosas empezaron a perfilarse tal cual eran en realidad: pueblos devastados, cadáveres por todas partes, gente vagando en busca de comida, infantes llorando por la pérdida de sus padres y la magnitud demoledora de verse solos en el mundo... . Sin embargo, el sentimiento que más fuerte permanece es el de la venganza; todos los días escuchábamos propaganda contra el enemigo, tanto así que nos enseñaron a odiarles, a verles como monstruos y no como personas. Así, supongo, será más fácil arrebatarles la vida.

Y, por fin, hoy me ha tocado guardia. Creo que el camuflaje está bien hecho y que estoy totalmente fuera del alcance de los otros centinelas. A mi lado está Nikhola, es un par de años más joven que  yo y,sin embargo, su seguridad y aplomo me rebasan por todos los lados. Debemos llevar más de cinco horas aquí arriba, las vistas son perfectas y nos permiten ver todo lo que pasa a varios kilómetros a la redonda: justo delante nuestro hay un camarada contra la pared, bebiendo un poco de agua de su cantimplora, más adelante, dirección suroeste, una de las pocas chicas de la unidad parece estar hablando con alguien aunque está sola y, hacia el sur, yacen apilados los cuerpos de los compañeros y compañeras caídos.

Hace unos minutos hemos escuchado unas voces, guardamos silencio unos instantes y nos damos cuenta de que no son de los nuestros; su acento es distinto. Erguimos un poco el cuello y con el rabillo del ojo vemos tres figuras, con unos uniformes distintos de los que llevamos, caminando silenciosamente. Dos de ellos se mueven al compás de las órdenes que reciben de un tercero que se queda relegado. Entonces soy consciente de que tengo que disparar por primera vez.

-¡Prepárate!- me dijo Nikhola-, están apunto de salir de nuestro radio de visión, ¡tenemos que disparar ya!
-Aún tenemos algo de tiempo y necesitamos colocarnos de nuevo sin que se nos vea-le contesté-.
-A la de tres disparamos- dijo en tono autoritario-. ¿Estás listo?
-Eso creo.

En aquel momento supe que tendría que hacerlo aunque no quisiera. Daba igual lo que sentía antes, esa sensación de deber se había esfumado porque lo que tenía delante no era el enemigo sino tres seres humanos que serían llorados u olvidados como nosotros dos.

-¡Venga, es el momento!- Susurró con frialdad enterrada en la voz-.

Entonces comenzó a contar mientras yo apretaba con todas mis fuerzas mi DSR-1 y me preparaba para apretar el gatillo.

Tres, dos...

El tercer soldado enemigo corría entre los arbustos dejando atrás a sus colegas abatidos. Unos segundos después la tercera bala de Nikhola le atravesó.


4 abr 2016

Pesadillas. Parte Final: Ellos.



“Ayúdame” fue lo último que me dijo Borja antes de meterse en el edificio blanco.

Salí corriendo tras él incluso antes de que terminara de mover los labios, ¿había estado fingiendo simpatía por esos dos hombres solo por miedo a las consecuencias?- fue la primera pregunta que me planteé mientras cruzaba el umbral de la puerta hacia la oscuridad-.

Volví a descender por la trampilla, esta vez sin vacilar, tan rápido como me fue posible. El tubo parecía brillar más que en la anterior ocasión y, a lo lejos, vi perfectamente la espalda de Borja que se alejaba a grandes pasos entre una infinidad de pasillos que no reconocía. Grité su nombre para que se detuviera pero parecía no escucharme; continúo corriendo hasta que ambos llegamos a una lóbrega estancia de muros altos,humedad penetrante y sensación de abismo invencible. En el centro, una estructura imponente daba vueltas portando entre sus cimientos cientos de formas distintas y medio iluminadas por una luz tenue que se colaba tímida desde dentro.

Me aproximé a paso lento, escudriñando todo a mi alrededor, en busca de los dos hombres que sabía me estaban esperando porque notaba su mirada clavada en la espalda igual que en ocasiones anteriores. Cuando llegué al centro descubrí que lo que giraba interminablemente era un carrusel, que a excepción de los focos, parecía recién fabricado. Sin embargo, lo que me sorprendió no fue el hecho de encontrarme algo así en semejante lugar sino descubrir que las figuras que había en medio tenían formas humanas dispuestas sin distinción: hombres, niños, mujeres y personas mayores. Todas con la misma sonrisa de triunfo que Borja reflejaba en muchas ocasiones.

Cuando reaccioné ante aquel horror en forma de atracción de feria, unas pequeñas sombras se reflejaron en un cristal que rodeaba el eje sobre el que se soportaba aquel monstruoso ejemplar, y entre ellas estaba Borja, flanqueado de nuevo por el hombre bajito y su cuidador. Esquivé cuanta figura se me puso por medio, no sin caerme de bruces un centenar de veces, hasta que les dí alcance por primera vez. Solo nos separaba la transparencia inmaculada de esa irrompible superficie.

Sin embargo, había algo raro en la actitud de aquellos individuos, era como si se hubiesen intercambiado los roles y ahora el cuidador era el perturbado y este, a su vez, el otro. Lo cierto era que ninguno de esos sinos me interesaban, tan solo quería saber quiénes eran, por qué hacían aquellas cosas y, sobre todo, por qué lo habían tomado como a uno más del grupo. Ninguno respondió. Ante aquel silencio solo me quedaba la opción de entrar, enfrentarme a ellos y liberar a Borja; por ese motivo, intenté, en vano, romper el cristal de nuevo o buscar una puerta o algún otro recoveco por el que colarme aunque mis esperanzas empezaron a desinflarse al darme cuenta de que aquella estructura estaba cerrada herméticamente.

Empezaba a desesperarme, quería sacarlo, alejarlo de aquellos hombres y, sin darme cuenta apenas, comencé a embestir el cristal con todas mis fuerzas. La risa del que antes era el cuidador era incluso peor que la del otro, más profunda, gutural y aguda. Inclusive el hombre bajito reía. Ambos se burlaban de mis intentos fallidos. Fue entonces cuando vi lágrimas en los ojos de Borja que en un arranque de rabia golpeó el cristal desde dentro, gritando simultáneamente mi nombre, hasta que el hombre bajito le agarró por detrás, con la misma fuerza con la que me había arrastrado aquella noche en el sótano y, el otro, rodeó con las manos su cabeza y, antes de que pudiéramos decir o hacer nada más, le rompió el cuello ante mis ojos.

El mundo se detuvo, apenas por unos segundos, porque, por fin, hablaron:

“No podrás librarte de nosotros nunca. Volveremos a visitarte cada vez que te ilusiones con alguien, cuando en tu corazón empiece a nacer el amor, vendremos a arrebatártelo. Somos los que rompemos los lazos y estamos en todas partes.”

Yo estaba en el suelo, apoyado contra el cristal y, cuando me puse en pie, ya no estaban ahí. Seguí con la cabeza sus voces y los vi fuera del carrusel, sujetando entre sus manos a Borja. Seguían hablando:

“¿Ves todas esas personas a tu alrededor? Son otros como él, seres de corazones frágiles que creen amar pero no es así. Antes no pudiste romper el cristal porque representa la barrera que él mismo, en su subconsciente, puso contra ti. Solo él podía romperla si de verdad lo hubiese deseado y, en efecto, antes creímos que lo haría pero era rabia y pena, no amor. Una vez que entramos en el círculo que se ha creado entre dos personas y que empieza a romperse, nos colamos y acabamos con él. Las sonrisas que tienen todas esas personas que dan vueltas en el carrusel representan el triunfo pasado de haber encontrado el amor. Y esto representa su muerte-dijeron moviendo los brazos alrededor-. Cuando despiertes Borja estará a tu lado pero ya no verás en sus ojos lo que veías antes. Su amor ya no te pertenece, ahora es nuestro”.

Mientras terminaban de hablar, volvieron a entrar en el carrusel y pusieron el cuerpo de Borja entre las otras figuras, con la mano levantada señalándome y con la sonrisa de triunfo que todas aquellas personas compartían.


Entonces, abrí los ojos.  

2 abr 2016

Noche y suspiro.





Delicada mano
Sueño de cada noche
Recurrente aire que revuelve mi pelo
Suave brisa que me trae tu aroma
Asoma el beso que has de posar sobre mis labios.

Cuerpo de inmaculadas líneas
Donde he de buscar el eco y el suspiro
Repósalo ahora sobre la arena blanca
Robemósle el calor a la Madre Tierra.

Hermosa armonía ajena
Que mis dedos han de tocar virtuosa
Entona con tu voz profunda
Las notas que he de escribir en la partitura.

Delicada mano
Sueño de cada noche
Entreguémosnos a la naturaleza humana
Sincronicemos nuestro último aliento
Bajo el silencio confidente de Eros. 

23 mar 2016

Pesadillas. Parte V: Silencio.



Hacía mucho calor, por la luz que había bien podrían haber sido la una o las tres de la tarde. Lo más curioso de todo era que las nubes en el cielo no se movían y que los árboles que se veían en la distancia estaban estáticos. Era como si el mundo se hubiera detenido y tan solo ellos, que estaban de pie dentro de la piscina en la parte de atrás del edificio blanco, y yo, como un espectador en el borde de la misma, estuviéramos allí, acaparando todo el movimiento del universo.

Borja me miraba como solía hacer, de una manera dulce y nostálgica, como si tuviese miedo a que fuera a marcharme y no volver; de hecho, de no haber sido por sus dos sombras, una susurrándole cosas y la otra agarrándole la mano izquierda, hubiera saltado a la piscina para abrasarlo. Sin embargo, en tan solo unos segundos, los sentimientos que se proyectaban a través de sus ojos desaparecieron y dieron paso a un vacío desprovisto de emociones.

Mientras tanto, entre miradas y esa quietud abyecta, un pequeño soplo de aire se levantó de la nada, trayendo consigo el eco de un minúsculo movimiento de agua. Parpadeé y, súbitamente, la piscina empezó a llenarse a una velocidad pasmante. Borja intentó liberarse de aquellos dos hombres que le agarraban con fuerza y me miraban, simultáneamente, riéndose a todo pulmón. Por primera vez, escuché como gritaba mi nombre con claridad y algo totalmente ajeno a mí, me impulsó a saltar al agua para liberarlo. Cuando estuve dentro, casi llegando a donde se encontraba retenido, el nivel del agua dejó de crecer y la expresión de desesperación que tenía se esfumó.

Por unos instantes aquel patio guardó un silencio sepulcral; yo dejé de avanzar, Borja empezó a reírse a carcajadas y el hombre bajito y su cuidador levantaron las manos en mi dirección. Cerré los ojos unas milésimas de segundo y, al abrirlos, ya no estaban conmigo en el interior de la piscina. La escena se había dado la vuelta y, ahora, ellos estaba fuera, en el borde, señalándome mientras el agua reemprendía su antigua tarea. Comencé a nadar hacía las escaleras para salir de allí cuanto antes y, una vez estuve fuera, me di cuenta de que ya no estaban en el mismo sitio.


Borja estaba apostado en la entrada del edificio blanco, apuntándome con su mano mientras los dos hombres que iban con él se daban la vuelta para introducirse en el interior; fue entonces cuando creí verle pronunciar “ayudáme” justo antes de girarse y desaparecer en las entrañas de aquella construcción.  

13 mar 2016

Pesadillas. Parte IV: Herrumbre.

Estaba amordazado y atado contra una silla llena de herrumbre, en mitad de algo parecido a un sótano. El suelo estaba manchado de una especie de líquido oscuro y de las paredes colgaban trastos abandonados y cubiertos de polvo y óxido; entre ellos distinguió un espejo viejo  y roto, unos remos carcomidos y una pila de libros desperdigados por la base de los muros. Afuera llovía, al menos era lo que parecía ocurrir puesto que, contra una pequeña ventana que hacía esquina, chocaban constantemente gotas.

Algo le resultaba vagamente familiar de ese lugar aunque no estaba seguro de qué era, pero tenía la sensación de que ya había estado allí antes. Seguía mirando alrededor, buscando algún detalle que dispersará sus dudas cuando creyó oír la reverberación de lo que parecía una sonrisa que se acercaba paulatinamente a donde estaba él. Mientras estaba concentrado en encontrar su procedencia, creyó ver la silueta de alguien que corría pegado a la pared. Posiblemente lleve aquí conmigo desde el principio-pensó asustado-; le insistió para que se detuviera y diera la cara pero esa persona seguía desplazándose de un rincón a otro incansablemente. Fue entonces cuando cayó en la cuenta de que esa sonrisa le resultaba familiar.

  • -¿Eres tú verdad?- Le gritó reclamando su atención-. ¿Dónde está tu cuidador?

No obtuvo ninguna respuesta verbal. Sin embargo, consiguió que dejara de correr pero no así de reírse, cada vez con más fuerza. Entonces levantó la mano y apuntó con su dedo izquierdo justo detrás de donde lo habían dejado maniatado . Volvió la cabeza y lo vio, serio como siempre, mirándolo imperturbable. La sonrisa cesó y, tanto el cuidador como el señor bajito viraron sus rostros hacía la derecha en donde, de pie y detrás de unos muebles sucios, estaba Borja, esperando a ser invitado a participar.

Comenzó a acercarse poco a poco y, una vez estuvo a altura de sus acompañantes, paró de caminar y se puso de rodillas delante de él, que seguía sin dar crédito a lo que estaba presenciando. Le preguntó varias veces por qué lo hacía, quiénes eran ellos y por qué no los detenía mas no contestó a ninguna de sus preguntas. Lo único que hizo fue besarle justo en el momento en que iba a seguir con sus reclamos. Entonces, entre la desesperación y la esperanza, correspondió a sus labios hasta que un pequeño pinchazo en su dedo índice le hizo darse cuenta de que ese ya no era su novio, al menos no el que creía conocer.

Borja agarró su mano y la sostuvo entre una de las suyas y el soporte del brazo izquierdo de la silla, y comenzó a clavar en la yema de sus dedos la punta de una pequeña navaja de bolsillo. Cada vez que terminaba con uno, le besaba, limpiaba sus lágrimas y pasaba al siguiente y, cuando hubo terminado con todos, se puso en pie y se apartó. Posteriormente, el hombre bajito le desató y lo arrastró, haciendo gala de una fuerza impensable, hasta una columna donde lo volvió a amarrar.

Se estaba quedando dormido cuando Borja volvió a acercarse. Él no trató de disuadirlo porque sabía que era inútil; simplemente, se aferró a la esperanza de que, hiciera lo que hiciera, terminara pronto. Guardó silencio y le sostuvo la mirada mientras le rompía la camisa. En esta ocasión no hubieron besos, tan solo se limitó a hacerle pequeños cortes por el pecho y la barriga, dibujando en su cara, simultáneamente, esa media sonrisa de triunfo que ya había presenciado otras veces. Volvió a alejarse pero tan solo por unos segundos, puesto que regresó portando entre sus manos un palo gordo de punta redonda con el que propinó, sin darle tiempo a asimilar lo que iba a pasar, un golpe seco en el brazo derecho. El eco del cúbito partiéndose en dos inundó cada recoveco a su alrededor y el grito de dolor fue tan desmesurado que incluso perturbó al hombre bajito, que dejó de reírse por unos instantes. Luego, repitió el mismo movimiento contra su pierna derecha, dejándolo soportar su peso por los miembros de su otro lado.


Borja se quedó estático y pronunció el nombre de su novio, que había perdido la conciencia tras el segundo golpe. En su subconsciente, él escuchó la voz llamándolo y, lentamente, fue abriendo los ojos. Cuando volvía estar medio lucido de nuevo, reparó en que no estaba atado y en el hecho de que no le dolía nada. Borja estaba a su lado, en la cama, llamándole para que despertara. Al verlo, se echó a un lado y se levantó de la cama de un salto con la intención de ponerse a salvo. Una hora más tarde, habiéndole contado a su novio lo que había soñado, entraron en el cuarto de la lavadora, donde en la pared de en frente, justo al entrar, descansaban uno remos y una pila de libros perfectamente ordenada.  

4 mar 2016

Pesadillas, Parte III: Espectadores.

 Alguien me estaba observando, desde algún lugar en aquellas cuatro paredes donde me encontraba atrapado. Sabía que estaba rodeado de muros fríos y robustos y que tenía que estar muy aislado ya que apenas se escuchaba nada ni corría el aire. Hacía rato que me había quedado sin voz intentando conseguir la respuesta o el auxilio de alguien, por lo que cualquier esperanza que quedara se vio reducida a la piedad de aquella persona que me había metido allí.

Me senté en el suelo, exhausto de dar vueltas y golpes, a la espera de lo que fuera a ocurrir. Entonces, trascurridos unos minutos, percibí lo que parecían unas tuberías chirriando estrepitosamente. Acto seguido, me levanté y empecé a tantear de nuevo el cubículo. Unos instantes después, una corriente de aire atravesó mi cuerpo y mis pies se entumecieron al contacto de lo que supuse sería agua. Al principio solo se trataba de una capa fina , como la que deja el sereno al caer por la noche; sin embargo, poco a poco el nivel empezó a subir... .

Cuando tenía el agua por las rodillas, algunos recuerdos brotaron de lo más profundo de mi mente, donde los había dejado relegados, y los sentimientos que venían ligados a ellos despertaron, también, de su letargo. Todos al mismo tiempo: como aquella primera cita con Borja, en la que quedamos para tomarnos un café en la plaza de Haría , a media tarde. Recuerdo que hacía bastante frío para ser las tres y que, a través de las ramas de los arboles, se colaban pequeños rayos de sol que daban cierto regocijo. Al terminar el café subimos al mirador y, tras una larga conversación, dio el primer paso y me besó.

También, recordé la separación de mis padres, la muerte de mi tío, los paseos con mi perro Tuny por la playa de Arrieta y las tardes en casa de mis amigas charlando y tomando cervezas. Entonces supe que no saldría de allí y que, posiblemente, nadie, salvo la persona que había abierto los conductos por donde brotaban ahora a borbotones los chorros de agua, sabría jamás de mi paradero.

De repente, una pequeña luz se encendió y pude vislumbrar una cara a través de la rendija por donde salía; me dirigí hacia allí y, al alcanzarla, vi a Borja, con el semblante serio. Al verme, levantó la mano en mi dirección y, súbitamente, dos figuras se posicionaron a su lado. Eran ellos de nuevo, el señor bajito y su cuidador; esta vez ambos sin expresión alguna.

Ya apenas lograba a hacer pie; movía las manos y las piernas para mantenerme estable aunque me resultaba insoportablemente doloroso. El agua estaba demasiado fría y notaba cada poro de mi piel desgarrarse a su tacto, como si miles de pequeñas agujas se me fueran clavando una a una por todo el cuerpo y volvieran a soltarse y clavarse en un bucle interminable. Mientras tanto, Borja seguía impasible. Los hombres que le acompañaban le susurraban ahora cosas al oído. Sin embargo, sus ojos estaban concentrados en mí; me observaban como dos espectadores que disfrutan de una buena película en una sala de cine.

Mis extremidades comenzaban a contraerse por la temperatura y una pequeña somnolencia empezaba a abrirse paso. Temblaba y me hundía cuando mi cuerpo no respondía. En varías ocasiones creí no poder volver a salir a flote. Mis dedos empezaban a ponerse azules y apenas podía respirar


El agua estaba a punto de llenar todo el cubículo, tan solo quedaba un palmo hasta el techo y fue entonces cuando cesó el frío y, con él, los escalofríos. Mi cuerpo aceptaba su destino. Y mientras la gravedad hacía su trabajo y la oscuridad empezaba a envolverlo todo paulatinamente, lo vi de nuevo, en esta ocasión solo, con una pequeña sonrisa dibujada en los labios, la misma que suele poner cuando consigue algo que desea y, cuando las fuerzas me habían abandonado por completo y la última bocanada de aire que conservaba en los pulmones salió al exterior, cerré los ojos y deseé regresar a ese mirador, a aquella tarde en donde todo fue perfecto.

27 feb 2016

A escondidas.







Director: Mikel Rueda
Protagonistas: Adil Koukouh y Germán Alcarazu.

Relato basado en la película.

IBRAHIM

Hacía ya casi un día que había dejado atrás a Rafa, sentado, con el brazo herido y con el corazón roto. El suyo lo estaba también. Su mejor amigo, el único al que consideraba como tal, con el que había sentido ciertas cosas que nunca había experimentado antes estaba ahora lejos de él, en un país donde no le querían y del que estaban a punto de echarle para lanzarlo de cabeza a otro lugar donde no tenía nada ni a nadie. Sabía que había hecho lo que tenía que hacer pero su corazón no le decía lo mismo.

No estaba seguro de cuánto tiempo se pasó aferrado a aquellos hierros que impidieron que se escurriera por debajo del camión pero eso no era lo que le preocupaba; su cabeza no paraba de discurrir: ¿Y ahora qué? ¿Cuál tenía que ser su siguiente paso? ¿A dónde debía dirigirse? Tenía hambre, frío y sueño aunque carecía de dinero y un techo en el que pasar la noche. La incertidumbre de si recurrir a los servicios sociales sería una buena idea le acribillaba los nervios. Estaba en otro país, pero… ¿y si la orden de expulsión tenía vigencia también ahí? Entonces habría pasado por todo eso en balde.

Lo primero que tenía que hacer era conseguir algo para comer. Con la barriga llena, las opciones fluirían mejor por su mente. Antes de buscar comida, entró a un baño público para lavarse la cara e intentar adecentarse un poco. Cuando terminó, salió dándole las gracias al trabajador que le había dejado usar el servicio y empezó a buscar un mercado. El que encontró era pequeñito pero tenía fruta, verduras, un puesto de comida rápida... Los trucos que le había enseñado Youssef le sirvieron para robar un par de manzanas y una bolsa de papas recién fritas. No era mucho, pero sí suficiente para mitigar la fatiga que tenía. Deambuló por las calles de Toulouse durante varias horas, en un intento por poner sus ideas en claro. Lo que tenía por seguro era que debía buscar algún marroquí que le diera algún consejo sobre qué podría hacer allí. Fue entonces cuando entre el vaivén de las calles escuchó una conversación en español en medio del preponderante fluir galo.

Se acercó lo más rápido que pudo para no perder la oportunidad de conseguir algo de ayuda, pese a que sabía que su desconfianza y timidez podrían jugarle una mala pasada; y, cuando estuvo a la altura de los dos hispano parlantes, armándose de valor, se dirigió a ellos sin titubear:

‒ ¡Hola! ‒dijo un poco más fuerte de lo que deseaba‒. Me llamo Ibrahim y sé que no me conocéis de nada y que esto no debe pasaros muy a menudo, pero ¿podríais, por favor, escucharme unos minutos?

Los dos chicos intercambiaron un par de miradas que no trasmitieron muchas esperanzas, sin embargo, al final uno de ellos le contestó desviando los ojos de su amigo y posándolos en él:

‒ Sí, claro ‒dijo muy bajito para luego hacer carraspear su garganta y continuar hablando‒. ¿En qué te podemos ayudar?
‒ Acabo de llegar aquí, apenas hace unas horas, desde España, del País Vasco, y no tengo dinero ni ningún sitio donde pasar la noche. No os estoy pidiendo ninguna de las dos cosas, solo que no sé a dónde debería ir para conseguir ayuda, ¿sabéis de algún sitio al que pueda acudir?.
‒ Lo sentimos mucho ‒dijeron los dos prácticamente al mismo tiempo.
‒ Y bueno, no estamos muy seguros de qué podrías hacer ‒continúo uno de los muchachos‒, pero podrías acudir al consulado. Quizás allí pueden echarte una mano, aunque eso tendría que ser mañana porque ahora seguramente no habrá nadie en el edificio.
‒ ¿Y tenéis idea de dónde está? ‒preguntó Ibra con un deje de alivio en su voz.
‒ No, no lo sabemos, pero podemos preguntar. Alguien tiene que poder decirnos algo.
‒ No quiero molestaros más, no puedo pagaros con nada, ni siquiera puedo invitaros a tomar algo porque no tengo con qué pagarlo.
‒ No te preocupes por eso; además no nos cuesta nada acompañarte y preguntar por ti ‒le contestó sonriendo el chico que llevaba más tiempo callado.
‒ ¡Muchas gracias!, de verdad, ¡gracias! ‒les dijo Ibra mientras empezaban a caminar.

No tardaron más de una hora en dar con alguien que les facilitó la dirección de la embajada de Marruecos en Toulouse. La persona que les indicó cómo llegar era también marroquí; una señora llamada Fara.

Cuando hubieron conseguido la dirección, Ibra se despidió de ellos preguntándoles por alguna manera de localizarlos para poder, algún día, agradecerles como era debido lo que habían hecho por él. Mas, sin embargo, uno de los chicos le paró de lleno en el momento en que les dio la espalda para echarse a caminar:
‒ ¿A dónde se supone que vas a ir? ‒le preguntó una vez hubo conseguido que se diera la vuelta‒. ¡Tú te vienes conmigo a mi casa!
‒ ¡¿Estás loco?! ‒le reprendió su amigo en voz baja‒, ¡si no le conoces de nada!
‒ ¿Y qué quieres que haga? ¿Pretendes que le deje pasar la noche en la calle? ‒preguntó con un tono de reproche en la voz.
‒No es nuestro problema, ya le hemos ayudado bastante y no teníamos por qué hacerlo. No me malinterpretes; a mí también me da mucha pena, pero ir más allá está totalmente fuera de lugar.
‒ ¡Eh!, ¡Ibrahim!, ¡espera!.
‒ Tu amigo tiene razón, no me conocéis de nada. Será mejor que os marchéis.
‒ Sí, nos iremos pero tú te vienes conmigo. Ya nos hemos arriesgado cuando decidimos ayudarte, sin saber si nos estabas mintiendo o no, pero decías la verdad. Además, yo no podría dormir hoy tranquilo sabiendo que mañana podría leer en el periódico que has aparecido muerto ‒soltó con mucha calma‒. Tengo un sofá donde puedes dormir. No es muy cómodo pero es mejor que nada y…, bueno, tendrás comida que llevarte a la boca esta noche. Mañana por la mañana te acompañaremos a la embajada y solucionaremos tu situación y si, por lo que sea, no damos con una salida, te quedarás conmigo mientras llega.
‒ Pero no tengo con qué pagarte ‒gritó con la voz quebrada.
‒ Bueno, pues ya negociaremos alguna manera para que me des las gracias. Ahora vamos, que se hace tarde y tengo hambre y supongo que tú también ‒zanjó su nuevo amigo.

Al día siguiente, una vez desayunados y habiéndose cambiado de ropa salió de casa, junto a su nuevo amigo, Aday, para dirigirse a la embajada. A pesar de ser verano la mañana había amanecido bastante fresca, así que el acompañante de Ibra se decantó por ir en taxi. Al subirse le entregó un papel doblado al taxista:

¿5 Avenue Camille Pujol? preguntó el taxista en francés. ¿Es esa la dirección?
Sí, está bien. Gracias contestó Aday.

Al llegar, se encontraron con un edificio pequeño, con la mayor parte de color marrón, salvo por la parte inferior, donde estaba la entrada, que era gris y en la que rezaba en lo alto: “Consulat général du Royaume du Maroc à Toulouse”. Entraron y al salir la vida de Ibra tenía todas las papeletas de ir a mejor en poco tiempo.

Mientras se solucionaba el caso de Ibra (un menor llegado a Francia sin acompañante), permaneció en casa de Aday, a cambio de que le echara una mano con las tareas de casa. En poco menos de dos meses Ibra consiguió el permiso de residencia.


RAFA

Todo había cambiado en su vida desde que Ibra apareció. Al conocerlo, todas esas dudas y sentimientos encontrados respecto a Marta y, a las chicas en general, se habían ido disipando por sí solas, igual que una calle que se queda vacía tras una multitud. Sin embargo, ahora ya no estaba y no sabía nada de él desde aquella noche en la que le tuvo que ver marcharse porque no le quedaba otro remedio; lo único que le quedaba era la mitad del amuleto de la amistad que le había regalado en la playa, los lugares donde habían estado juntos y la incertidumbre respecto a la suerte de su amigo.

Guille sospechaba vagamente lo que pasaba. Quizás se había dado cuenta mucho antes que Rafa de que sus afinidades eran distintas a la de los otros y así se lo hizo saber una tarde en la que se fumaban un porro en el tejado donde estuvo por primera vez a solas con Ibrahim.

Su vida continuó con las mismas rutinas de siempre: clases, colegas, entrenamiento y partidos de waterpolo... Tan solo una cosa más se había hecho cotidiana en su vida y era la de visitar cada día un lugar donde hubiese estado con su amigo. Al principio lo hizo por añoranza, pese a que Guille le recordaba una y otra vez que no era una buena idea, porque en su fuero interno deseaba encontrarse un día con alguna nota o algún mensaje de Ibra donde le diría cómo dar con él.

Sus padres seguían ajenos a todo lo que le estaba ocurriendo.“Jamás lo entenderían” le repetía a Guille cada vez que sacaban el tema, y aunque deseaba encontrar ayuda de un adulto sabía que su única esperanza era Alicia.


Alicia había movido cielo y tierra para solucionar la situación de Ibrahim una vez que supo por boca del propio Rafa que había huido del país en un camión rumbo a Francia. Denunció a la Fiscalía por su mala praxis y, después de mucho papeleo y batallar, consiguió que revocaran la orden de expulsión que pesaba contra él y que agilizaran su permiso de residencia. Cuando Rafa lo supo no cabía en sí de alegría aunque la parte casi imposible de solventar sería dar con su paradero.

Pasaron algunos meses y él empezaba a sentirse mejor aunque a veces recordara todo lo ocurrido; ya apenas iba a los lugares donde vivió los mejores momentos de su vida y, de vez en cuando, era capaz de quitarse el colgante y dejarlo a buen recaudo en su dormitorio.

Una tarde, tras finalizar el entrenamiento, pasaron cerca del edificio en cuyo tejado, hacía unos meses, había probado su primer cigarrillo y decidió subir para descansar un poco antes de regresar a casa. No llevaba mucho rato sentado, tirando piedras contra la misma lata oxidada de antaño, cuando empezaron a caer pequeñas gotas que, posiblemente y a sabiendas de cómo funcionaba en su pueblo el tiempo, se convertirían en una tromba de agua de las buenas. Así que salió disparado de allí para resguardarse de la inminente lluvia.

Mientras cenaban y escuchaba a su padre decir una de las tantas barbaridades y sin sentidos que soltaba por la boca al ver el telediario, el móvil sonó en su habitación. Terminó de cenar y ayudó a su madre a fregar la loza; luego les dio las buenas noches y se fue a dormir. Estando ya en la cama miró su teléfono y vio que tenía un mensaje desde un número que no conocía y otro con un aviso de su buzón de voz. El primero que abrió fue el del destinatario desconocido que ponía simplemente:
Hola Rafa, supongo que ya ni te acordarás de mí, o puede que sí. ¿Mañana en la oficina de Alicia a las 15:00?”.

No podía ser posible. Cómo iba a ser él. Debía de tratarse de una broma de alguno de sus colegas que le había mandado el sms desde el teléfono de alguno de sus padres. Ibra no sabía que ya no tenía nada que temer por lo que ir a la oficina de Alicia sería una idea estúpida para alguien que desconoce qué ha pasado en su ausencia. Decidió dejarlo estar; ya ajustaría cuentas con sus amigos al día siguiente.

Dejó el móvil en la mesita de noche y apagó la luz pero justo antes de cerrar los ojos recordó el segundo mensaje, así que volvió a encender la lámpara y marcó el número del servicio del buzón de voz.

Sí, soy yo, Ibrahim” decía una voz al otro lado. Era la suya.

Sintió una gran presión en el pecho. Se había quedado sin aire y las manos no le respondían. Su cuerpo entero no le obedecía. En su cara no había rastro de expresión. Toda la vorágine del principio, antes de conocerle, volvió a él de golpe. La noche y la mañana siguiente se hicieron eternas.

Guille le acompañó. Necesitaba a alguien que sirviera de gancho con la realidad, que le ratificara lo que fuera que fuese a pasar en unos minutos. Al llegar a la puerta de la oficina se detuvo en seco. Esa puerta y el interior del edificio le daban la impresión de estar separados por un abismo infranqueable. Su gran amigo, que estaba a su lado como cada día desde que se conocieron, le dijo muy despacio que no podían quedarse fuera:

Tenemos que entrar, Rafa, ¿o es que acaso ya no quieres verlo?
Lo sé, pero... ¿qué puedo decirle? Ha pasado tanto tiempo… susurró con cierta tristeza-.
Ya lo sé, pero tenemos que entrar y ver qué es lo que pasa ahí adentro. Vamos, yo estoy contigo.

Dos minutos después, tras un intento inútil por aplacar sus nervios, ambos entraron. A la primera persona que vieron fue a Elisa que, al ver dos pares de zapatos delante de ella, levantó la mirada de entre sus hojas y sonrió al ver que se trataba de Rafa:

Están en el aula. Alicia le está poniendo al tanto de lo que ha ocurrido. No deben tardar mucho más pero si lo deseas puedes entrar, ya que me consta que lo tuyo no es tener paciencia en los momentos de mayor tensión dijo riéndose mientras le guiñaba un ojo a Guille buscando complicidad.
No, está bien así, me voy a sentar aquí mismo... No, en el escritorio…, en la silla… Evidentemente no me voy a sentar encima de tus papeles, quiero decir... dijo gesticulando como loco mientras daba vueltas de un lado para otro‒. Bueno, me voy a sentar allí, en esa silla....
Tranquilízate, Rafa, ven, vamos a sentarnos le empujó Guille en dirección a los asientos.

Estaban cada uno en un mundo distinto, ensimismados, tanto que ninguno se dio cuenta del momento en el que Alicia e Ibrahim salían del aula.

¿Qué pasa? ¿Es que no tienes más amigos? le gritó Ibra desde el umbral de la puerta.

Rafa apartó la mirada del suelo y buscó la procedencia de la voz. Dejó la silla atrás de un salto y se quedó de pie, mirándolo, como si fuera una aparición. Estaba rígido, igual que la noche anterior tras leer el mensaje.

Creo que deberíamos salir y que nos dé un poco el aire mientras ellos hablan. Luego os invito a tomar algo les sugirió Alicia a Guille y a Elisa.
Sí, yo creo que es una buena idea. Chicos, os esperamos fuera dijo Elisa cerrando la puerta tras de sí.

Se miraron mutuamente durante varios minutos. Ibra no sabía qué hacer; no esperaba esa reacción de Rafa. No sabía cómo interpretarlo, si como algo positivo o lo contrario. Finalmente, se armó de valor y se acercó él primero hasta que la cabeza de Rafa quedó a la altura de sus hombros. Acto seguido, vio como él se sacaba el colgante que tenía por debajo de la camiseta y lo depositaba entre sus manos. Luego de la forma más delicada posible y con los ojos anegados en lágrimas Rafa le abrazó.

Pero, ¿cómo es posible? le preguntó Rafa mirándolo aún con incredulidad. Pensé que nunca más te iba a volver a ver.
Yo también lo creía, pero al llegar a Toulousse conocí a un par de españoles que se portaron muy bien conmigo, dejándome quedar en su casa y ayudándome a solucionar mi situación legal. Hace poco me han dado el permiso de residencia francés y desde que he tenido la oportunidad he vuelto.
¿Sabes ya que Alicia luchó como una leona para que te dejaran en paz y te dieran el permiso de residencia aquí?
Sí, de eso era de lo que estábamos hablando antes en el aula. Me ha dicho que tengo que renunciar a uno de los dos permisos. Llevará unos meses y mucho papeleo pero dice que ya está todo solucionado y que puedo quedarme ya aquí si así lo deseo. Y no solo eso; se ha ofrecido a que me quede en su casa con ella hasta que cumpla la mayoría de edad y pueda decidir por mí mismo.
Eso quiere decir que... dijo tartamudeando Rafa.
Sí, eso quiere decir que me quedo, idiota le contestó Ibra mientras le revolvía el pelo.

Ibra se quitó su colgante y lo unió al que acababa de ponerle Rafa entre las manos.

Creo que la última vez que nos vimos tú tenías un brazo mal herido dijo Ibra mirándolo a los ojos.
Sí, y tú me lo intentaste curar como hice yo con tu rodilla en el baño de mi casa, justo antes de..., bueno, ya sabes dejó la frase a medias.
Justo antes de que nos besáramos, puedes decirlo, no pasa nada. ¿Recuerdas que cuando te di el colgante te dije que si alguna vez las dos partes llegaban a separarse había que hacer lo imposible para juntarlas de nuevo? le preguntó a Rafa-.
Sí, lo recuerdo...


Y mientras Rafa terminaba de hablar sintió el calor de los labios de Ibra sobre los suyos, como aquella única vez en la noche en la que se separaron. Acto seguido salieron de la oficina con el amuleto unido de nuevo colgando en el cuello de Ibra. 

22 feb 2016

Pesadillas, segunda parte: Borja.



El edificio estaba aparentemente vacío , tanto así, que al quedarse quieto se escuchaba el murmullo de las paredes, el crujir de las puertas, la musicalidad del viento al atravesar los obstáculos de la indumentaria de las habitaciones y pasillos. Las paredes de fuera eran de un blanco cegador y, donde deberían estar las ventanas y los cristales, habían agujeros que se sumergían en su interior. La entrada estaba unos treinta o cuarenta escalones arriba y se rendían ante una puerta abierta, en donde se vislumbraban dos siluetas que se me antojaban conocidas. Intentando enfocarlos me di cuenta de que eran ellos de nuevo: el señor bajito e inquieto y el otro, que debía de medir dos metros y que, aparentemente, era su cuidador.

El primero llevaba consigo algo en la mano y lo dejaba revolotear por encima de su cabeza mientras corría de un lado para otro de la puerta de entrada mientras, que el otro, se mantenía estático con los ojos clavados en mi.

Yo creía estar solo al principio de las escaleras pero, al echar de nuevo un vistazo a mi alrededor, me encontré a mi novio con la mirada fija en el cuidador. Le cogí de la mano que tenía a mi alcance intentando apremiarle para que nos marcháramos cuanto antes pero él no respondía a mis palabras, tan solo se limitó a escrutarme fugazmente y a levantar su otra mano para señalar a aquellos dos hombres. Súbitamente, empezó a subir dejándome atrás, yo intenté ir tras él con la intención de detenerlo mas mis pies no reaccionaban a lo que les ordenaba. Cuando llegó a su destino, se situó al lado del hombre alto, me miró fijamente, cogió la mano de su nuevo acompañante y desapareció de mi vista al seguir al otro señor que hacía tiempo se había adentrado del todo en las entrañas de aquel lugar. No fue hasta ese momento que mis piernas pudieron ponerse en marcha.

Les seguí todo lo aprisa que pude; al llegar a la entrada la claridad se dispersó dando paso una especie de trampilla que se enterraba en las profundidades del edificio, en medio había un tuvo que se elevaba por encima de toda aquella oscuridad y que de alguna manera se convirtió en la única fuente de luz cuanto más abajo iba descendiendo. No veía nada, solo escuchaba una risa que debía proceder del señor bajito y unos pasos que reverberaban y envolvían todo lo demás. Hubo un momento en que creí darles alcance; saber que mi novio estaba a merced de aquellos seres desconocidos me ponía los bellos de punta. Escuché mi nombre, era como un débil susurro que llegaba a mis oídos arrastrado por el viento y aquella tenebrosidad que,en una situación normal me habría paralizado pero que en esas circunstancias no podía impedirme dar con Borja y ponerlo salvo.

Estuve a punto de tocarlos y, por unos instantes, algo parecido al sosiego me atravesó de pies a cabeza. Sin embargo, ellos se alejaron de nuevo con la misma velocidad con la que ese sentimiento de alivio salió disparado de mi cuerpo. No sé exactamente cuánto tiempo me pasé corriendo en esa trampilla que parecía no tener fin, solo era consciente de que ese sobreesfuerzo no me cansaba y que la misma situación se repetía una y otra y otra vez. Hasta que de repente, los tres se detuvieron , se agarraron de las manos en medio de esa  falta de luz a la que mis ojos empezaban a acostumbrarse y, en el tiempo que se tarda en respirar, la silueta del hombre más pequeño de desvaneció, las luces se dieron y su rostro apareció pegado a mi cara, con una sonrisa carente de dientes, labios agrietados y unos ojos grises y grandes. Ese ser me agarró de la mano, se despidió de su cuidador , esperó a que se diera la vuelta y se llevara a mi novio con él. Acto seguido, me arrastró trampilla arriba, me expulsó del edificio y cerró las puertas dejándome afuera, donde la oscuridad se había instalado y la única luz que me acompañaba era la del interior donde Borja estaba sentado en una silla, franqueado por esos dos individuos.

-¿Eso es todo?-preguntó Ruth al terminar la sesión-.

-Sí, eso es todo, o al menos lo que consigo recordar.

-¿No ha variado nada desde la semana pasada?

-No, todas las noches es el mismo sueño, en el mismo orden.-Respondió él mientras se levantaba de la silla-.

-Está bien, no te desesperes. Poco a poco iremos encontrando respuestas al porqué de este sueño. Sigue escribiendo a diario cualquier variante, cada vez encuentras más detalles y eso significa que vamos haciendo progresos. Te veo la semana que viene a la misma hora que hoy- dijo ella mientras se levantaba para abrir la puerta-.

-Vale, pues hasta la semana que viene- se despidió sin mirarla a la cara-.

En la sala de espera estaba Borja aguardando por él para llevarlo de vuelta a su habitación y quedarse a su lado hasta que finalizará el horario de visitas.


20 feb 2016

Refugio en invierno.



Estos últimos días cae la lluvia,
Sopla el viento.
Se humedece la tierra y las calles se anegan.
Las personas se congregan en busca de refugio,
De calor humano.

La marea se revela enojada,
Se lleva consigo la arena.
Las playas se quedan desnudas,
Al verlas se me antojan ajenas.

Vistos desde abajo parece que los edificios lloran,
Que los hogares lavan sus penas.
Se abren las ventanas y el frío que se cuela
Desahoga la vida, alivia la carga.

Sí, en estos últimos días de invierno cae la lluvia y sopla el viento.
La existencia se torna gris en estos últimos días de invierno.



15 feb 2016

Pesadillas: Primera Parte.


Eran poco más de las dos de la mañana y las cortinas hondeaban delicadamente con una fina corriente de aire que entraba por la ventana entreabierta; fuera todo estaba oscuro y quieto y dentro, la habitación era silencio. Él disfrutaba de las mejores horas de sueño y, ajeno a todo cuanto podría acontecer a su alrededor, continuaba imperturbable. No sabía el motivo exacto pero siempre tuvo miedo a la oscuridad, era esa la razón por la que tenía siempre a su alcance los interruptores de la luz, de las lamparas que estaban dispuestas a ambos lados de la cama, así como velas y una linterna diminuta guardada en el cajón de su mesita de noche.

Durante mucho tiempo cuando iba a dormirse notaba que alguien le acompañaba mientras yacía en su cama; normalmente le sentía apartado, como si estuviera en un rincón cualquiera del cuadrado que formaban esas cuatro paredes. Sin embargo, otras veces le notaba cerca, de pie a su lado o con la cara pegada a su oreja. Una noche mientras descansaba, cerca de las tres de la mañana, se despertó de golpe, alguien o algo se le había echado encima y le presionaba contra el colchón mientras le gritaba cosas ininteligibles a la cara. No podía moverse y la voz se le cortaba mientras intentaba llamar a su padre que dormía en su dormitorio al otro lado del pasillo. Pasados unos segundos, todo volvió a la normalidad, el encendió rápidamente todas las luces y se metió en la cama de su padre para poder seguir durmiendo.

Después de esa noche, aprovechaba las horas del día que tenía libres para recuperar las horas de sueño que tenía atrasadas por el miedo que le daba el cerrar los ojos cuando el sol iluminaba el otro lado del globo y dejaba en total penumbra la parte que el habitaba;hasta que un buen día eso cambió e, incluso, las horas diurnas dejaron de ser seguras.

Estaba viendo una serie de televisión por el ordenador, en su habitación, unos minutos antes había terminado de hacer la comida y la había dejado reposando un poco para poder comer más tarde, así que lo puso en pause y salió a la cocina para coger la bandeja con un plato de pasta, un bol de sopa caliente y un vaso de agua. Antes de entrar en su cuarto de nuevo, escuchó algo similar al ruido que hace una canica que se cae al suelo y rueda libremente. Dejó lo que portaba en las manos encima del escritorio y regresó al salón para comprobar que no se había caído nada al suelo y , efectivamente, todo permanecía en su sitio. “ Será el viento o alguna puerta que el vecino de arriba se ha dejado abierta porque ellos no están ahora mismo en casa”-se dijo para si mismo-. Acto seguido volvió al dormitorio para seguir con lo que estaba apunto de hacer antes de ser interrumpido. Entró, se sentó y justo en el momento en que se metía la primera cucharada de sopa en la boca el mismo ruido, con igual procedencia, reclamó su atención. Se levantó, salió de nuevo y todo seguía igual que unos minutos atrás. Empezaba a tranquilizarse cuando había terminado el entrante y comenzaba a darle buena cuenta al plato con la pasta, pero el ruido regresó. Esta vez el se quedó en el salón y estando de pie ahí en medio oyó la repetición. Rápidamente descolgó el teléfono fijo y marcó el número de su madre, que vivía cerca de allí pero en otra casa, para que fuese a la suya a buscarlo. Unos minutos más tarde su madre llamó al timbre, entró en el salón, rezó una oración y antes de terminarla tenía los pelos de los brazos erizados y los ojos lagrimosos. Unas semanas más tarde tuvieron que mudarse porque su padre y su pareja de por aquel entonces habían tenido experiencias mucho más fuertes que la suya.

Durante algún tiempo no volvieron a repetirse ese tipo de episodios.


Jearci Brown

Jearci Brown
Hoy han de llover estrellas porque no he de llorar por penas, hoy te haré el amor? yo, el enamorado poeta con letras de mil poemas mientras el sol paga su condena.

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