Eran poco más de las dos de la mañana
y las cortinas hondeaban delicadamente con una fina corriente de aire
que entraba por la ventana entreabierta; fuera todo estaba oscuro y
quieto y dentro, la habitación era silencio. Él disfrutaba de las
mejores horas de sueño y, ajeno a todo cuanto podría acontecer a su
alrededor, continuaba imperturbable. No sabía el motivo exacto pero
siempre tuvo miedo a la oscuridad, era esa la razón por la que tenía
siempre a su alcance los interruptores de la luz, de las lamparas que
estaban dispuestas a ambos lados de la cama, así como velas y una
linterna diminuta guardada en el cajón de su mesita de noche.
Durante mucho tiempo cuando iba a
dormirse notaba que alguien le acompañaba mientras yacía en su
cama; normalmente le sentía apartado, como si estuviera en un rincón
cualquiera del cuadrado que formaban esas cuatro paredes. Sin
embargo, otras veces le notaba cerca, de pie a su lado o con la cara
pegada a su oreja. Una noche mientras descansaba, cerca de las tres
de la mañana, se despertó de golpe, alguien o algo se le había
echado encima y le presionaba contra el colchón mientras le gritaba
cosas ininteligibles a la cara. No podía moverse y la voz se le
cortaba mientras intentaba llamar a su padre que dormía en su
dormitorio al otro lado del pasillo. Pasados unos segundos, todo
volvió a la normalidad, el encendió rápidamente todas las luces y
se metió en la cama de su padre para poder seguir durmiendo.
Después de esa noche, aprovechaba las
horas del día que tenía libres para recuperar las horas de sueño
que tenía atrasadas por el miedo que le daba el cerrar los ojos
cuando el sol iluminaba el otro lado del globo y dejaba en total
penumbra la parte que el habitaba;hasta que un buen día eso cambió
e, incluso, las horas diurnas dejaron de ser seguras.
Estaba viendo una serie de televisión
por el ordenador, en su habitación, unos minutos antes había
terminado de hacer la comida y la había dejado reposando un poco
para poder comer más tarde, así que lo puso en pause y salió a la
cocina para coger la bandeja con un plato de pasta, un bol de sopa
caliente y un vaso de agua. Antes de entrar en su cuarto de nuevo,
escuchó algo similar al ruido que hace una canica que se cae al
suelo y rueda libremente. Dejó lo que portaba en las manos encima
del escritorio y regresó al salón para comprobar que no se había
caído nada al suelo y , efectivamente, todo permanecía en su sitio.
“ Será el viento o alguna puerta que el vecino de arriba se ha
dejado abierta porque ellos no están ahora mismo en casa”-se dijo
para si mismo-. Acto seguido volvió al dormitorio para seguir con lo
que estaba apunto de hacer antes de ser interrumpido. Entró, se
sentó y justo en el momento en que se metía la primera cucharada de
sopa en la boca el mismo ruido, con igual procedencia, reclamó su
atención. Se levantó, salió de nuevo y todo seguía igual que unos
minutos atrás. Empezaba a tranquilizarse cuando había terminado el
entrante y comenzaba a darle buena cuenta al plato con la pasta, pero
el ruido regresó. Esta vez el se quedó en el salón y estando de
pie ahí en medio oyó la repetición. Rápidamente descolgó el
teléfono fijo y marcó el número de su madre, que vivía cerca de
allí pero en otra casa, para que fuese a la suya a buscarlo. Unos
minutos más tarde su madre llamó al timbre, entró en el salón,
rezó una oración y antes de terminarla tenía los pelos de los
brazos erizados y los ojos lagrimosos. Unas semanas más tarde
tuvieron que mudarse porque su padre y su pareja de por aquel
entonces habían tenido experiencias mucho más fuertes que la suya.
Durante algún tiempo no volvieron a
repetirse ese tipo de episodios.
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