3 dic 2015

Café para dos.

Me había despertado muy pronto esa mañana, quería que todo fuese perfecto para él. Recuerdo que mientras me lavaba la cara y me peinaba un poco la telaraña que llevaba por pelo, dejé puesta una cafetera. Luego, entré de nuevo en la cocina, cogí dos tazas y serví el café solo, con muy poca azúcar como a él le gustaba; entré al salón, le extendí la mano donde llevaba el suyo y, posteriormente, le abracé y le felicité. Mi padre cumplía cuarenta y cuatro años.

Salimos a desayunar una vez que mi hermana pequeña se había despertado y preparado. Ella es como una marmotita, si la dejas puede dormir horas y horas... . Estuvimos los tres juntos y, lo cierto es que lo pasamos muy bien. Hacía tiempo que no veía tan contento a mi padre. Volvimos a casa y, mientras ellos se repantigaban en el sofá, yo me cambié para irme a trabajar. Cuando cruzaba la puerta, escuché a mi padre decir que me esperarían para cenar juntos en casa. La tarde fue insufriblemente larga pero como todo, llegó a su fin y yo regresé a casa. Antes de encender el coche, comprobé mi móvil mas no tenía ninguna llamada ni tampoco mensajes.

Tardé más o menos unos cinco minutos en llegar a casa y me sorprendió no ver ninguna luz encendida. Cuando entré, comprobé que no había nadie y ya que estaba solo, mi padre no contestaba al teléfono, tomé una ducha de agua caliente. La temperatura del agua precipitándose por mi cuerpo desnudo me provocaba un alivio indescriptible. Ese era mi momento favorito del día: silencio, un baño caliente y Ella Fitzgerald de fondo. Me puse el pijama ahí mismo para que no me diera frio. Salí del baño, apagué la luz y, en el tiempo en que tardaba en ir al patio a colgar la toalla, dejé un vaso de leche de soja dando vueltas como loco en el microondas.

Supuse que llegarían en cualquier momento y decidí esperarlos viendo la T.V y tomándome la leche. No sé cuánto tiempo transcurrió hasta que el sueño me venció y me dormí ahí mismo.

A la mañana siguiente repetí el mismo proceso del día anterior y, al llevarle la taza de café a mi padre, me encontré con su cama hecha. Volví al salón, cogí el móvil para llamarlo pero me había quedado sin batería, así que busqué el cargador, lo enchufé y,al encenderlo, vi varías llamadas pérdidas de mi otra hermana desde Amsterdam;entonces supe que algo había pasado. Le mandé un whatsapp al que contestó sobre la marcha.

Mi padre jamás volvería a deshacer su cama.

Mi hermana pequeña estaba en casa de su abuela y, por un segundo, la tranquilidad que sentí al saberlo desapareció cuando caí en la cuenta de que tenía que contarle lo que había pasado mientras los dos dormíamos. Todo lo demás trascurrió tan deprisa: el velatorio, la prensa, las facturas que había que pagar por el entierro, la gente a nuestro al rededor intentando darnos consuelo y un largo etcétera.

A pesar de todo lo que estaba aconteciendo recuerdo ahora, un año y medio más tarde, que lo más chocante fueron los comentarios de la gente sobre mi comportamiento durante todo ese tiempo: criticaron mi falta de emoción y la ausencia total de lágrimas en mi cara, como si unos ojos anegados fuesen a poner fin al dolor. Mi madre me recalcó que me necesitaban fuerte, que yo siempre lo había sido y que ahora, más que nunca, tenía que ser un grúa y no la carga. Sinceramente, no me hacían falta esas palabras porque yo era como ella, soy como ella. Por muy mal que esté y aunque tenga el alma y el corazón rotos, nunca me he permitido que los demás se den cuenta.

Tras el entierro, volví a casa, preparé café y, cuando iba a servirlo, me derrumbé- había dispuesto dos tazas en la encimera-. Cuando conseguí recomponerme un poco, me dirigí al dormitorio de mi padre y lo metí todo en cajas. Las guardé y al día siguiente las tiré todas a la basura. No quería regalar nada y arriesgarme a toparme algún día con algo que mi padre hubiese llevado.


Mientras termino de escribir estos párrafos, en la televisión está finalizando un clásico más. Mi padre se pondría muy contento, igual que pasaba siempre, cuando veía al Barça perder.  

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Jearci Brown

Jearci Brown
Hoy han de llover estrellas porque no he de llorar por penas, hoy te haré el amor? yo, el enamorado poeta con letras de mil poemas mientras el sol paga su condena.

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