Se pudo escuchar la propia voz de las sombras y al
mismo tiempo su eco. Se pudo ver como danzaba en las tinieblas en las cuatro
direcciones cardinales, ondulando sus movimientos casi deslizándose con la
gracia con la que un cisne se desplaza sobre el agua. Se pudo oler una fragancia a podredumbre que
contaminaba toda la estancia, impregnándolo todo de su fétido y nefasto olor.
Pude sentirlo.
Esta noche, a las tres de la mañana, cuando la
noche esta plena y rebosante de sí misma, algo me sacó de mi sueño. Vi que algo
se dibujaba en los rincones de mi habitación, observándome como al asecho,
esperando agazapado para levantarse con furia y fuerza. Sin piedad. Ese algo me arrancó de mi mismo, me envistió,
se reveló. Me incorporé dentro de la
cama mientras miraba todo a mi alrededor, escudriñando cada milímetro de las
cuatro paredes a las que servía de epicentro aunque únicamente había muebles,
cortinas, adornos y espejos. Y yo.
Busqué con las manos el interruptor de la luz y
cuando di con su paradero, situado justo a mis espaldas, lo pulsé pero no
obtuve ningún destello que alumbrase el dormitorio. Y fue entonces cuando fui atacado y vencido
de forma simultanea.
Arremetió contra mí, estrujando mi cuerpo contra la
pared, sentí algo húmedo recorriendo mi cuello y, en mi intento por averiguar
qué me sacudía, vislumbre una especie de cabeza situada a la altura de mi
cuello:
-¡Para! - le grité-. Se detuvo sin vacilaciones.
Luego miré con detenimiento debajo de mi cabeza y ahí había algo, brillante y
penetrante. Eran dos ojos tan negros como la propia oscuridad que vestía la
escena. Un largo escalofrío trepó por mi columna y se prolongó hasta mis
extremidades, terminando de espantarme, aniquilando los amagos de frialdad con
los que intentaba afrontar la situación.
Intenté gritar pero ahogó mi voz en su propia
garganta, posando sus labios, si es que era eso lo que creí reconocer, sobre los míos. Acto seguido, con la mayor
rapidez con la que puede desplazar cualquier cuerpo tangible, luminoso o
sonoro, colocó su cabeza en mis hombros y me dijo algo al oído. En esta ocasión
mi propio cuerpo enmudeció mi grito. No conseguí articular palabra.
Aquella voz me dijo en un susurro cercano que yo
sería quien difundiría el miedo, que conmigo empezaría una nueva era de terror
y de creencias donde lo verdadero y lo bueno sería el mal y lo malo y falaz el
bien. Me dijo que ese era el presente y el futuro que los propios humanos
habíamos construido con nuestros actos: guerras, masacres, mentiras, torturas,
envidias, malos deseos, falsas promesas, avaricia, sed de venganza, entre otras
cosas más que no consigo recordar. Dijo que él era el mecenas y yo sería su Madame , su instrumento, su canal para llegar a los demás y que esa era la
primera de un sinfín de visitas que terminarían en el mismo momento en el que
se cansara de su juego, que él era el rey y nosotros, especialmente yo, sus
vasallos. Entonces fue cuando tiró de mi cuerpo, paralizado por el miedo y lo
inverosímil, arrastrándolo hasta la ventana y allí me liberó.
Fuera, en la calle, no había señal de movimiento,
sólo las luces de la calle que parecían proyectarse hacia en frente de mi
ventana. Ahí abajo habían apostados cuatro caballos: uno blanco, uno rojo, uno
negro y uno bayo. Dominándolos, sentados en sus lomos, se distinguían cuatro
sombras con varios objetos entre sus manos: un arco, una espada, una balanza y el último parecía
no portar nada. Los cuatro me miraron, hicieron lo que me pareció una
reverencia y, posteriormente, desaparecieron, como si nunca hubieran estado
allí.
Me acurruqué ante la ventana, con las luces
encendidas ya que el interruptor estaba pulsado, hasta la mañana siguiente o
eso creo.
Después no volví a ser consciente de nada.
A veces, ese ser viene a visitarme para contarme lo
que ocurre en el exterior, porque mi cubículo blanco y acolchado me impide
salir a la calle. Me narra los horrores que comete y, de vez en cuando, deja
algún que otro mensaje que yo me empeño en difundir pero mi voz no es capaz de
traspasar la puerta que me separa de la realidad en la que creen vivir los
demás.
Esta noche, o a lo que yo atribuyo esa definición
según mi noción del trascurso de las horas
en este lugar, dijo que vendría a liberarme de mis ataduras, a hacerme
una oferta que no rechazaría. Supongo que me quiere a su lado y que dará por
terminado su juego.