Una delicada cortina de
gotas cubría y empapaba las casas y edificios de Barcelona; el
frío se colaba a través de las rendijas de puertas y ventanas, era
un día con temperaturas anormales para la temporada. Él ya estaba
en pijama, en medio del salón de la casa de una de sus mejores amigas,
delante del portátil mientras en la TV echaban un capítulo repetido
de Aída. No se escuchaba prácticamente nada en la calle, salvo el
eco de algún que otro coche que pasaba a toda velocidad por la Ronda
o el silbido del viento que descendía por la montaña de atrás.
Algo había cambiado desde
que saliera por la mañana en esa casa; en su ausencia habían movido
cosas que él juraba no estaban en ese estado antes de marcharse: una
de las persianas de la habitación estaba subida, su neceser estaba
revuelto, el cable de la Play Station 3 estaba desconectado y un olor
diferente impregnaba cada rincón y se cernía sobre la estancia como
una sombra pesada que le provocaba desasosiego. Sabía que alguien
estaba ahí afuera rondando, era como si sintiera sus ojos posados en
él a través de las paredes, ese mero pensamiento le ponía los
pelos de punta y, pese a que trató de evitar dejarles espacio para
vagar por su mente, el ruido de un juego de llaves moviéndose fuera
de la entrada del piso y la perra de su amiga pegada a la puerta le
hicieron levantarse del sofá y trancar hasta la última de las
ventanas.
Procuró leer para
distraerse y cuando su mente dejó un rato de lado esos pensamientos,
empezó a notar como su estómago le reclamaba algo de comida. Le
estaba dando buena cuenta a su sandwich de pechuga de pavo y queso,
con la mente totalmente despejada y tranquila, cuando de nuevo las
llaves y el sprint de la perra hacia la puerta le hicieron levantarse
para mirar a través de la mirilla. No había nadie. Trató de
convencerse a sí mismo de que sería algún vecino entrando a su
casa y pese a que no sirvió de mucho, le relajó lo suficiente para
terminar de cenar e irse a la cama.
Eran poco más de la una
de la mañana cuando abrió lentamente los ojos, una respiración
ajena a la suya estaba deambulando por los recovecos del salón. No
era la perra- desechó ese pensamiento en cuanto la vio acostada a su
lado a los pies de la cama-. No sabía muy bien si debía levantarse
a comprobar de qué se trataba o si debía hacer caso omiso y
permanecer donde estaba e intentar volver a dormirse. Tras darle
algunas vueltas decidió optar por la segunda alternativa. Se quedó
inmóvil, a la espera de que el sueño volviese a apoderarse de su
ser, aunque fue un intento fallido. Se dio media vuelta y entreabrió
los ojos.
Una silueta grande, de un
hombre fuerte, le estaba observando desde la puerta del baño, con
una respiración pausada y controlada. No gritó ni se movió ya que
no sabía si quien quiera que fuese podía ver en esa relativa
oscuridad que tenía los ojos medio abiertos. Permaneció así
durante casi una hora. Al principio rezaba para que todo aquello
fuese el resultado de sus nervios mezclados con la falta de luz y
justo cuando empezaba a autoconvencerse de que así era, lo que
fuera que estaba ahí con él se movió. Avanzó lentamente en
dirección a la cama , él permaneció inmutable y quieto mientras
sentía el peso de su cuerpo sentarse en la cama, mas no le miraba.
Ya no. Tenía la mirada puesta en algún punto en la pared. Él
dirigió la suya hacia el lugar exacto donde tenia puesta la atención
el intruso y, a pesar de no ver nada, sabía que era lo que
observaba con tanto detenimiento. En el tocador, justo en frente,
reposaba la foto de su amiga abrazando a su novia.
Se quedó en esa posición
durante casi lo que restaba de noche; a él le dolían los muslos
como consecuencia de los pellizcos que se daba cada cierto tiempo
para mantenerse alerta. Estaba preparado para que se abalanzara sobre
él en cualquier momento pero no ocurrió nada. A la madrugada , con
los primeros rayos del sol asomando , se levantó de la cama y
escuchó como la puerta se abría y salía de casa. Se obligó a
contar hasta 60, exactamente un minuto que era lo que se podía
tardar en salir del edificio. Cuando llegó al último número saltó
de la cama, trancó de nuevo la puerta, llamó a la policía y se
sentó a esperar a que llegaran.
La policía tomó nota y
revisó toda la casa en busca de algo extraño, pero no encontraron
nada. Sin embargo, justo antes de que el último agente saliera de la
casa, sus ojos se clavaron en una foto de la entrada donde, entre un
grupo de gente, estaba su amiga con su pareja y, a su lado, sentado
con una sonrisa de oreja a oreja, la silueta de ese hombre a vivo
color. Estaba seguro de que no se equivocaba. Era él. No podía
olvidarse de la forma de su contorno. Le miró durante largo rato
mientras el policía hablaba con su amiga para intentar conseguir el
nombre del chico de la foto.
Uno de los agentes que
fueron a la casa decidió quedarse allí a pasar la noche, escondido
en el mismo lugar donde creía que había permanecido oculto el
intruso. Él tenía que hacer como si no hubiera pasado nada ya que
cualquier comportamiento fuera de lo normal podía poner sobre alerta
a quien quiera que fuese el que había estado allí con él la pasada
madrugada. Al caer la noche y agotado física y mentalmente, se
metió en la cama algo más tranquilo gracias a la presencia del
policía escondido en un espacio diminuto en el cuarto de baño. No
pudo dormirse, así que pudo escuchar como el intruso volvía a
entrar en la habitación con la misma respiración taimada y el mismo
peso de su presencia envolviéndolo todo. Había dejado el móvil
debajo de las mantas, desbloqueado y con el número del policía en
la pantalla para poder darle aviso. El agente tenía su teléfono en
silencio y cuando empezaba a quedarse dormido, el aparato vibró con
estrépito. Salió lo más sigilosamente que pudo y, una vez en el
borde la puerta, justo antes de cruzarla, encendió la luz y sacó
rápidamente su arma. A partir de ahí todo sucedió tan deprisa que
apenas recordaba nada.
Tan solo tenía pequeñas
puntadas: el intruso se puso de pie e hizo el amago de salir
corriendo en dirección a la puerta. Lo único que recordaba con
claridad era su llanto y su voz intentando explicarse
desesperadamente.
La policía se lo llevó
detenido y, una vez realizados los trámites pertinentes, le pusieron
al tanto de lo que habían averiguado:-nos ha dicho que es amigo de
la pareja de su amiga y cuando supo que usted iba a ocuparse de la
casa y a quedarse allí cuando su amiga trabajaba se había
enfurecido- le dijo el policía en un tono neutro-, sintió que usted
iba a usurpar y a quitarle los momentos que el esperaba con ansia
cada semana puesto que era cuando podía dormir en la cama donde la
pareja de su amiga dormía, beber de los vasos donde bebía, oler su
perfume, acariciar su ropa...- el tono tranquilizador del policía
había desaparecido para tonarse oscuro y pesado-. Había decidido
quitarlo de en medio esta noche, la anterior había entrado en la
casa y sopesado como se sentía con usted en la misma habitación y
aunque deseó llevárselo cambio de parecer por si acaso usted
decidía dejar la casa una vez tenía el miedo metido en el cuerpo y la certeza de que
habían estado con usted allí, cuando era más frágil y vulnerable.
Ha tenido mucha suerte- le
dijo el policía mientras cruzaba la puerta-. Las piernas le
flaquearon y tuvo que sentarse en el descansillo. Esa misma mañana
salió de la casa.