22 oct 2015

El chico de la foto.



Una delicada cortina de gotas cubría y empapaba las casas y edificios de Barcelona; el frío se colaba a través de las rendijas de puertas y ventanas, era un día con temperaturas anormales para la temporada. Él ya estaba en pijama, en medio del salón de la casa de una de sus mejores amigas, delante del portátil mientras en la TV echaban un capítulo repetido de Aída. No se escuchaba prácticamente nada en la calle, salvo el eco de algún que otro coche que pasaba a toda velocidad por la Ronda o el silbido del viento que descendía por la montaña de atrás.

Algo había cambiado desde que saliera por la mañana en esa casa; en su ausencia habían movido cosas que él juraba no estaban en ese estado antes de marcharse: una de las persianas de la habitación estaba subida, su neceser estaba revuelto, el cable de la Play Station 3 estaba desconectado y un olor diferente impregnaba cada rincón y se cernía sobre la estancia como una sombra pesada que le provocaba desasosiego. Sabía que alguien estaba ahí afuera rondando, era como si sintiera sus ojos posados en él a través de las paredes, ese mero pensamiento le ponía los pelos de punta y, pese a que trató de evitar dejarles espacio para vagar por su mente, el ruido de un juego de llaves moviéndose fuera de la entrada del piso y la perra de su amiga pegada a la puerta le hicieron levantarse del sofá y trancar hasta la última de las ventanas.

Procuró leer para distraerse y cuando su mente dejó un rato de lado esos pensamientos, empezó a notar como su estómago le reclamaba algo de comida. Le estaba dando buena cuenta a su sandwich de pechuga de pavo y queso, con la mente totalmente despejada y tranquila, cuando de nuevo las llaves y el sprint de la perra hacia la puerta le hicieron levantarse para mirar a través de la mirilla. No había nadie. Trató de convencerse a sí mismo de que sería algún vecino entrando a su casa y pese a que no sirvió de mucho, le relajó lo suficiente para terminar de cenar e irse a la cama.

Eran poco más de la una de la mañana cuando abrió lentamente los ojos, una respiración ajena a la suya estaba deambulando por los recovecos del salón. No era la perra- desechó ese pensamiento en cuanto la vio acostada a su lado a los pies de la cama-. No sabía muy bien si debía levantarse a comprobar de qué se trataba o si debía hacer caso omiso y permanecer donde estaba e intentar volver a dormirse. Tras darle algunas vueltas decidió optar por la segunda alternativa. Se quedó inmóvil, a la espera de que el sueño volviese a apoderarse de su ser, aunque fue un intento fallido. Se dio media vuelta y entreabrió los ojos.

Una silueta grande, de un hombre fuerte, le estaba observando desde la puerta del baño, con una respiración pausada y controlada. No gritó ni se movió ya que no sabía si quien quiera que fuese podía ver en esa relativa oscuridad que tenía los ojos medio abiertos. Permaneció así durante casi una hora. Al principio rezaba para que todo aquello fuese el resultado de sus nervios mezclados con la falta de luz y justo cuando empezaba a autoconvencerse de que así era, lo que fuera que estaba ahí con él se movió. Avanzó lentamente en dirección a la cama , él permaneció inmutable y quieto mientras sentía el peso de su cuerpo sentarse en la cama, mas no le miraba. Ya no. Tenía la mirada puesta en algún punto en la pared. Él dirigió la suya hacia el lugar exacto donde tenia puesta la atención el intruso y, a pesar de no ver nada, sabía que era lo que observaba con tanto detenimiento. En el tocador, justo en frente, reposaba la foto de su amiga abrazando a su novia.

Se quedó en esa posición durante casi lo que restaba de noche; a él le dolían los muslos como consecuencia de los pellizcos que se daba cada cierto tiempo para mantenerse alerta. Estaba preparado para que se abalanzara sobre él en cualquier momento pero no ocurrió nada. A la madrugada , con los primeros rayos del sol asomando , se levantó de la cama y escuchó como la puerta se abría y salía de casa. Se obligó a contar hasta 60, exactamente un minuto que era lo que se podía tardar en salir del edificio. Cuando llegó al último número saltó de la cama, trancó de nuevo la puerta, llamó a la policía y se sentó a esperar a que llegaran.

La policía tomó nota y revisó toda la casa en busca de algo extraño, pero no encontraron nada. Sin embargo, justo antes de que el último agente saliera de la casa, sus ojos se clavaron en una foto de la entrada donde, entre un grupo de gente, estaba su amiga con su pareja y, a su lado, sentado con una sonrisa de oreja a oreja, la silueta de ese hombre a vivo color. Estaba seguro de que no se equivocaba. Era él. No podía olvidarse de la forma de su contorno. Le miró durante largo rato mientras el policía hablaba con su amiga para intentar conseguir el nombre del chico de la foto.

Uno de los agentes que fueron a la casa decidió quedarse allí a pasar la noche, escondido en el mismo lugar donde creía que había permanecido oculto el intruso. Él tenía que hacer como si no hubiera pasado nada ya que cualquier comportamiento fuera de lo normal podía poner sobre alerta a quien quiera que fuese el que había estado allí con él la pasada madrugada. Al caer la noche y agotado física y mentalmente, se metió en la cama algo más tranquilo gracias a la presencia del policía escondido en un espacio diminuto en el cuarto de baño. No pudo dormirse, así que pudo escuchar como el intruso volvía a entrar en la habitación con la misma respiración taimada y el mismo peso de su presencia envolviéndolo todo. Había dejado el móvil debajo de las mantas, desbloqueado y con el número del policía en la pantalla para poder darle aviso. El agente tenía su teléfono en silencio y cuando empezaba a quedarse dormido, el aparato vibró con estrépito. Salió lo más sigilosamente que pudo y, una vez en el borde la puerta, justo antes de cruzarla, encendió la luz y sacó rápidamente su arma. A partir de ahí todo sucedió tan deprisa que apenas recordaba nada.

Tan solo tenía pequeñas puntadas: el intruso se puso de pie e hizo el amago de salir corriendo en dirección a la puerta. Lo único que recordaba con claridad era su llanto y su voz intentando explicarse desesperadamente.

La policía se lo llevó detenido y, una vez realizados los trámites pertinentes, le pusieron al tanto de lo que habían averiguado:-nos ha dicho que es amigo de la pareja de su amiga y cuando supo que usted iba a ocuparse de la casa y a quedarse allí cuando su amiga trabajaba se había enfurecido- le dijo el policía en un tono neutro-, sintió que usted iba a usurpar y a quitarle los momentos que el esperaba con ansia cada semana puesto que era cuando podía dormir en la cama donde la pareja de su amiga dormía, beber de los vasos donde bebía, oler su perfume, acariciar su ropa...- el tono tranquilizador del policía había desaparecido para tonarse oscuro y pesado-. Había decidido quitarlo de en medio esta noche, la anterior había entrado en la casa y sopesado como se sentía con usted en la misma habitación y aunque deseó llevárselo cambio de parecer por si acaso usted decidía dejar la casa una vez tenía el miedo metido en el cuerpo y la certeza de que habían estado con usted allí, cuando era más frágil y vulnerable.


Ha tenido mucha suerte- le dijo el policía mientras cruzaba la puerta-. Las piernas le flaquearon y tuvo que sentarse en el descansillo. Esa misma mañana salió de la casa.

Jearci Brown

Jearci Brown
Hoy han de llover estrellas porque no he de llorar por penas, hoy te haré el amor? yo, el enamorado poeta con letras de mil poemas mientras el sol paga su condena.

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