4 mar 2016

Pesadillas, Parte III: Espectadores.

 Alguien me estaba observando, desde algún lugar en aquellas cuatro paredes donde me encontraba atrapado. Sabía que estaba rodeado de muros fríos y robustos y que tenía que estar muy aislado ya que apenas se escuchaba nada ni corría el aire. Hacía rato que me había quedado sin voz intentando conseguir la respuesta o el auxilio de alguien, por lo que cualquier esperanza que quedara se vio reducida a la piedad de aquella persona que me había metido allí.

Me senté en el suelo, exhausto de dar vueltas y golpes, a la espera de lo que fuera a ocurrir. Entonces, trascurridos unos minutos, percibí lo que parecían unas tuberías chirriando estrepitosamente. Acto seguido, me levanté y empecé a tantear de nuevo el cubículo. Unos instantes después, una corriente de aire atravesó mi cuerpo y mis pies se entumecieron al contacto de lo que supuse sería agua. Al principio solo se trataba de una capa fina , como la que deja el sereno al caer por la noche; sin embargo, poco a poco el nivel empezó a subir... .

Cuando tenía el agua por las rodillas, algunos recuerdos brotaron de lo más profundo de mi mente, donde los había dejado relegados, y los sentimientos que venían ligados a ellos despertaron, también, de su letargo. Todos al mismo tiempo: como aquella primera cita con Borja, en la que quedamos para tomarnos un café en la plaza de Haría , a media tarde. Recuerdo que hacía bastante frío para ser las tres y que, a través de las ramas de los arboles, se colaban pequeños rayos de sol que daban cierto regocijo. Al terminar el café subimos al mirador y, tras una larga conversación, dio el primer paso y me besó.

También, recordé la separación de mis padres, la muerte de mi tío, los paseos con mi perro Tuny por la playa de Arrieta y las tardes en casa de mis amigas charlando y tomando cervezas. Entonces supe que no saldría de allí y que, posiblemente, nadie, salvo la persona que había abierto los conductos por donde brotaban ahora a borbotones los chorros de agua, sabría jamás de mi paradero.

De repente, una pequeña luz se encendió y pude vislumbrar una cara a través de la rendija por donde salía; me dirigí hacia allí y, al alcanzarla, vi a Borja, con el semblante serio. Al verme, levantó la mano en mi dirección y, súbitamente, dos figuras se posicionaron a su lado. Eran ellos de nuevo, el señor bajito y su cuidador; esta vez ambos sin expresión alguna.

Ya apenas lograba a hacer pie; movía las manos y las piernas para mantenerme estable aunque me resultaba insoportablemente doloroso. El agua estaba demasiado fría y notaba cada poro de mi piel desgarrarse a su tacto, como si miles de pequeñas agujas se me fueran clavando una a una por todo el cuerpo y volvieran a soltarse y clavarse en un bucle interminable. Mientras tanto, Borja seguía impasible. Los hombres que le acompañaban le susurraban ahora cosas al oído. Sin embargo, sus ojos estaban concentrados en mí; me observaban como dos espectadores que disfrutan de una buena película en una sala de cine.

Mis extremidades comenzaban a contraerse por la temperatura y una pequeña somnolencia empezaba a abrirse paso. Temblaba y me hundía cuando mi cuerpo no respondía. En varías ocasiones creí no poder volver a salir a flote. Mis dedos empezaban a ponerse azules y apenas podía respirar


El agua estaba a punto de llenar todo el cubículo, tan solo quedaba un palmo hasta el techo y fue entonces cuando cesó el frío y, con él, los escalofríos. Mi cuerpo aceptaba su destino. Y mientras la gravedad hacía su trabajo y la oscuridad empezaba a envolverlo todo paulatinamente, lo vi de nuevo, en esta ocasión solo, con una pequeña sonrisa dibujada en los labios, la misma que suele poner cuando consigue algo que desea y, cuando las fuerzas me habían abandonado por completo y la última bocanada de aire que conservaba en los pulmones salió al exterior, cerré los ojos y deseé regresar a ese mirador, a aquella tarde en donde todo fue perfecto.

Jearci Brown

Jearci Brown
Hoy han de llover estrellas porque no he de llorar por penas, hoy te haré el amor? yo, el enamorado poeta con letras de mil poemas mientras el sol paga su condena.

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