27 may 2015
En tus manos
¿Pasaría algo si has llegado?
¿Se detendrían las nubes o el viento?
¿Qué ocurriría si te dejase entrar?
¿Avanzarían, entonces, las personas hacías atrás?
Y si te has colado ya,
¿Cerrarás acaso las cortinas para que no entre la luz?
¿Bloquearás la puerta y te convertirás en su guardián?
Si decido amarte,
¿Encontraré tu mano enlazada a la mía para enfrentarnos al mundo?
¿Abdicará tu ego para cederme el trono?
Si te amo,
¿Hallaré, al fin, mi rostro reflejado en tus ojos?
24 may 2015
El arte de recordar llega al caer la noche.
Quería escuchar su voz esta mañana,
no sé a ciencia cierta por qué pero tenía una increíble necesidad
de que eso pasará. Lo único que pude escuchar fue al gallo que hay
tres casas más abajo, metido en un corral mal hecho por donde rondan
unos cuantos gatos callejeros que, probablemente, ansían darle buena
cuenta. No es precisamente el despertar más agradable.
Como siempre o, como casi siempre, me
levanté nada más escuchar a mi emplumado despertador y mientras hacía
las cosas propias de la primera hora del día, dejé la cafetera en
marcha. El olor a café recién hecho es uno de los aromas que deseo
impregnen mi casa a todas horas. Tras la ducha, me vestí, no sin
antes revolver el ropero que día a día tengo que rehacer, y me
senté delante de la TV a ver qué se cocía ese mañana por el
mundo, claro está que con mi taza de café en mano.
A pesar de que todo ese ritual me
resultará reconfortante y más que placentero, su voz seguía sin
estar. Ni siquiera grabada en mi cabeza; mis oídos habían desoído
su tono, lo habían eliminado y yo moría de ganas por recobrarlo y
reproducirlo una y otra y otra vez.
Llegué a mi trabajo y todo el mundo
sonreía en un ambiente displicente y relajado, era como si la
estancia entera estuviera barnizada con una capa de felicidad
inexplicable y vírica. Fue imposible no enseñar mis dientes
imperfectamente alineados en un afán de mimetismo con mis colegas.
Una vez dispuesto a trabajar, me pusieron al día de lo que me
esperaba esa jornada y me encomendé a mis obligaciones
concienzudamente. Llegó la hora del almuerzo mas no me había dado
cuenta de ello hasta que uno de mis mejores amigos se acercó para
avisarme. Marché con él, su presencia era como un baño de agua
tibia , me conducía de una manera inverosímil a un estado de paz y
letargo, pero algo ocurría esa media mañana porque más que
gustarme me molestaba.
Habló , mucho, muchísimo, más de lo
que cualquier otro ser humano podría pero yo no lo escuchaba. Sin
embargo, algo me trajo de vuelta mas era imposible, yo lo sabía; era
materialmente imposible. Su rostro, en la cara de uno de los
transeúntes que caminaba por la calle a toda prisa. Mis ojos
siguieron su espalda hasta que se perdió entre la muchedumbre y al
regresar de nuevo la mirada a la mesa, vi posada la mano de mi
compañero sobre la mía.
Salimos de la cafetería, cogimos el
ascensor y, una vez en nuestra planta, terminamos la jornada. Yo me
despedí con un “hasta luego” general y regresé a casa.
Metí las llaves en la cerradura, quité
el pestillo y entré mas no era mi casa. Sí, era el sitio donde me
había despertado esta mañana aunque todo era extraño: mi sofá no
era mi sofá, mis platos no eran del mismo color, el espejo de la
entrada no estaba, ni mis lámparas sobre las mesitas de noche eran
las mismas. Todo era distinto. Todo estaba al revés.
Me senté en ese incómodo y feo sofá
a esperarle. No tardará más de diez minutos en cruzar la puerta-me
dije a mí mismo-. Transcurrió mucho más y sin darme cuenta me
quedé dormido, para cuando abrí los ojos ya empezaba a caer la
tarde y estaba solo. Entonces tomé la decisión de llamarle, agarré
el móvil y, justo antes de marcar, leí los “whatsapp” que me
habían llegado. El primero que abrí fue el de mi compañero
diciéndome que mañana pasaría por mi a primera hora para ir juntos
al trabajo. El segundo era de mi madre, preguntándome cómo me
estaba adaptando a mi nueva casa y si me encontraba bien.
-¿Cómo que mi nueva casa?- Fue lo
primero que pensé-. Esta mujer está como una cabra-. De repente,
como si de un golpe en seco se tratase, sentí como el aire me abandonaba, ¿dónde estaba su voz? ¿por qué no había llegado aún? Y entonces
empezaron a encajar las cosas. Pequeños flashes discurrieron por mi
mente a toda velocidad: el despacho, la cocina en silencio, yo
buscándolo por el pasillo, la cuerda, sus pies levemente elevados
sobre el suelo, los días en casa de mi madre, una infinidad de
sombras negras caminando a mi alrededor, las cajas amontonadas...
.Pero él ya no estaba. Me vi solo en medio del salón rodeado de
unas paredes en las que no sabía eran mi nuevo fuerte, en un hogar
vacío de recuerdos y plagado de nuevos olores, rincones y secretos
desconocidos.
Entonces lo recordé y, mientras el
mundo entero se paraba a mi alrededor, supe que su voz se había
despedido de mí la última noche en que dormimos juntos.
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Jearci Brown
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