Lo vi desvanecerse delante de mi; donde
antes estaban sus ojos ahora había un vacío infinito, en el lugar
donde deposité mi último beso solo quedaba un frío glacial y,
donde antes estaba la tibieza y el confortable espacio en donde yo
descansaba mi cabeza solo existía un cuerpo rígido y cerúleo.
Anoche estaba ahí, a mi lado,
rodeándome con sus brazos, contándome una de sus tantas patrañas
tal y como hacía cuando se quedaba sin conversación, con el fin de
impresionarme. Yo lo dejaba, me resultaba tan divertido escucharle
que disfrutaba de esos silencios imprecisos y prácticamente
imperceptibles en los que pensaba en como seguir con su historia sin
que se notara que me estaba mintiendo. Aunque ahora con tanto
movimiento no consigo recordar de que iba, me resulta imposible.
El día en que le conocí estábamos en
el gimnasio, él estaba en prácticas y yo acababa de empezar a
entrenarme para ponerme en forma y al final de la clase, en la que
hacía de acompañante del monitor, yo me quedé doblado de un flato
mortal al que aún le agradezco su impertinencia. Él se acercó y se
puso de rodillas delante de mí, yo estaba sentado , al lado de la
ventana que daba a la calle en un intento desesperado de que el aire
consiguiera traerme un poco de alivio, cuando empezó a hablarme y a
contarme algo tan absurdo que siempre he creído que lo hizo solo
para atraer mi atención completa hacia su rostro, que no paraba de
reír y gesticular de una manera exagerada. Al final el dolor se
esfumó y sonrió triunfal, con la misma satisfacción con la que un
atleta levanta un trofeo tras haber ganado una competición.
En ese momento me enamoré.
Continuamos hablando muy a menudo
después de eso, yo compartía con él banalidades cotidianas y
alguna que otra intimidad y él a cambio me narraba sus vivencias,
desde las más inocentes a las más escandalosas pero siempre con esa
sonrisa que se mimetizaba en una armonía celestial con todo cuanto
le rodeaba. Mantuvimos la misma dinámica durante un par de meses,
hasta que una buena tarde, tras finalizar la clase, le invité a
tomarse algo conmigo o a sentarnos a hablar en algún banco del
paseo marítimo al atardecer, cuando el calor era más soportable.
Terminamos por hacer ambas cosas en orden inverso. Para mi fue una
sorpresa absoluta que accediera sin pensárselo. Después de esa
cita, nunca volvimos a separarnos.
Ahora que me paro a pensar, nunca
llegamos a declararnos o hablar de lo que eramos o dejamos de ser,
todo fluyó de una manera natural lo que hizo que nuestra relación
fuera sólida y sincera.
Hoy, al despertar, busqué con mi mano
su rostro, como hacía cada mañana, y al no sentirle me quité el
antifaz y tras abrir paulatinamente los ojos al sol, me puse las
zapatillas de andar por casa y salí del dormitorio. La primera
habitación que hay justo antes de llegar al salón está cerca de la
cocina, esperaba encontrarle allí leyendo sus e-mails o revisando
sus notas antes de irse a clase mas estaba vacía. En la cocina
tampoco se escuchaba ningún ruido, por lo que la descarté ipso
facto puesto que él era como un elefante intentando entrar en un
hormiguero, pura tosquedad. Así que continué hasta el salón y allí
estaba, inerte y con los ojos rojos clavados en dirección a la
ventana, con los pies meciéndose lentamente sobre el suelo, con una
gracilidad nefasta.
Tras mi hallazgo todo lo que vino
posteriormente es una bruma densa que cubre hasta el más nimio de
mis recuerdos. Soy consciente de que mis padres y los suyos rondan a
mi alrededor, de que varios intrusos me acribillan con preguntas que
no obtienen respuestas, de que mi mundo se columpia a una velocidad
vertiginosa, de que él no volverá estar nunca al despertar,
esperando mi caricia de los buenos días.