8 may 2015

Al caer la tarde.




Lo vi desvanecerse delante de mi; donde antes estaban sus ojos ahora había un vacío infinito, en el lugar donde deposité mi último beso solo quedaba un frío glacial y, donde antes estaba la tibieza y el confortable espacio en donde yo descansaba mi cabeza solo existía un cuerpo rígido y cerúleo.

Anoche estaba ahí, a mi lado, rodeándome con sus brazos, contándome una de sus tantas patrañas tal y como hacía cuando se quedaba sin conversación, con el fin de impresionarme. Yo lo dejaba, me resultaba tan divertido escucharle que disfrutaba de esos silencios imprecisos y prácticamente imperceptibles en los que pensaba en como seguir con su historia sin que se notara que me estaba mintiendo. Aunque ahora con tanto movimiento no consigo recordar de que iba, me resulta imposible.

El día en que le conocí estábamos en el gimnasio, él estaba en prácticas y yo acababa de empezar a entrenarme para ponerme en forma y al final de la clase, en la que hacía de acompañante del monitor, yo me quedé doblado de un flato mortal al que aún le agradezco su impertinencia. Él se acercó y se puso de rodillas delante de mí, yo estaba sentado , al lado de la ventana que daba a la calle en un intento desesperado de que el aire consiguiera traerme un poco de alivio, cuando empezó a hablarme y a contarme algo tan absurdo que siempre he creído que lo hizo solo para atraer mi atención completa hacia su rostro, que no paraba de reír y gesticular de una manera exagerada. Al final el dolor se esfumó y sonrió triunfal, con la misma satisfacción con la que un atleta levanta un trofeo tras haber ganado una competición.

En ese momento me enamoré.

Continuamos hablando muy a menudo después de eso, yo compartía con él banalidades cotidianas y alguna que otra intimidad y él a cambio me narraba sus vivencias, desde las más inocentes a las más escandalosas pero siempre con esa sonrisa que se mimetizaba en una armonía celestial con todo cuanto le rodeaba. Mantuvimos la misma dinámica durante un par de meses, hasta que una buena tarde, tras finalizar la clase, le invité a tomarse algo conmigo o a sentarnos a hablar en algún banco del paseo marítimo al atardecer, cuando el calor era más soportable. Terminamos por hacer ambas cosas en orden inverso. Para mi fue una sorpresa absoluta que accediera sin pensárselo. Después de esa cita, nunca volvimos a separarnos.

Ahora que me paro a pensar, nunca llegamos a declararnos o hablar de lo que eramos o dejamos de ser, todo fluyó de una manera natural lo que hizo que nuestra relación fuera sólida y sincera.

Hoy, al despertar, busqué con mi mano su rostro, como hacía cada mañana, y al no sentirle me quité el antifaz y tras abrir paulatinamente los ojos al sol, me puse las zapatillas de andar por casa y salí del dormitorio. La primera habitación que hay justo antes de llegar al salón está cerca de la cocina, esperaba encontrarle allí leyendo sus e-mails o revisando sus notas antes de irse a clase mas estaba vacía. En la cocina tampoco se escuchaba ningún ruido, por lo que la descarté ipso facto puesto que él era como un elefante intentando entrar en un hormiguero, pura tosquedad. Así que continué hasta el salón y allí estaba, inerte y con los ojos rojos clavados en dirección a la ventana, con los pies meciéndose lentamente sobre el suelo, con una gracilidad nefasta.

Tras mi hallazgo todo lo que vino posteriormente es una bruma densa que cubre hasta el más nimio de mis recuerdos. Soy consciente de que mis padres y los suyos rondan a mi alrededor, de que varios intrusos me acribillan con preguntas que no obtienen respuestas, de que mi mundo se columpia a una velocidad vertiginosa, de que él no volverá estar nunca al despertar, esperando mi caricia de los buenos días.  

Jearci Brown

Jearci Brown
Hoy han de llover estrellas porque no he de llorar por penas, hoy te haré el amor? yo, el enamorado poeta con letras de mil poemas mientras el sol paga su condena.

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