Era uno de esos días, en los que la
vida se le antojaba una carga de mil camiones empaquetados y listos
para arrastrar. Muy a su pesar ya lo sabía, era consciente de la
retahíla de falacias que había escuchado salir de su boca, de esas
miradas compasivas que le lanzaba al cruzarse en el pasillo, de una
actuación que se iniciaba al alba y terminaba con último rayo de
sol.
ELLOS
Cruzó el paso de peatones que unían
las aceras de la calle León y Castillo y el paseo del Castillo de
San Gabriel, con el pensamiento enfocado en soluciones al presente,
analizando los por qués y las circunstancias que le habían llevado a
enfrentarse a esos hechos, cuando se encontró con un grupo de
mujeres entre las que se hallaba una vieja amiga, más bien conocida,
así que se paró a saludar.
Como hacía siempre en días de
debacles internos, su sonrisa intentaba disimularlos para trasmitir
bienestar a los que lo rodeaban, tanto para los que le querían bien y
deseaban verle feliz como para los que querían lo contrario, se
acercó, les dio dos besos y mantuvo una escueta charla cortés con
la intensión de seguir su camino lo antes posible. Sin embargo, sus
expectativas se vieron frustradas puesto que acabaron por sentarse a
tomar un café en una terraza de la calle principal.
Con su conocida se puso al día, por
encima, de todo lo acontecido desde su postrero encuentro, a las
demás las tuvo como espectadoras durante la casi media hora que duró
su historia.
-Ya ves, después de todo y de mis
deseos de no volver a verme solo aquí estoy, otra vez soltero- dijo él con un deje en su voz-. Y ustedes
¿ salen con alguien?
Todas se rieron y asintieron.
A lo largo de la inesperada reunión,
una de las chicas con las que entabló conversación le dijo que ella
vivía con su pareja desde hacía cinco años y tenían un niño de
cuatro años. Ante esto, él le pidió que le mostrara una foto de su
hijo ya que sentía una gran predilección por los niños. Era pedagogo.
Ella respondió encantada por su
interés y sin vacilar, sacó la fotografía y se la puso en las
manos. Él se quedó en silencio, pálido; su rostro estaba tan
desencajado que su reacción la tomó por sorpresa. Asustada le apremió a que le dijera si se encontraba bien, si había algo malo
en la imagen. Las otras mujeres dejaron su conversación y se
volvieron hacia ellos, alarmadas ahora, también, por lo que estaba
sucediendo. Para cuando él fue capaz de reproducir palabra, todas
las personas del local estaban concentradas en el lugar donde estaban
sentados.
-Sí, estoy bien, ¿podríamos.... hablar un segundo, por favor?- Le espetó a la
dueña de la foto-.
-Por supuesto, después de tu reacción
creo que debes explicarme a qué ha venido eso.
Se lo explicó todo. En la fotografía
salía su novio, de casi tres años. Él no podía mirarla a los ojos, sentía una gran vergüenza
ante lo ocurrido, por tener que ser quien la enterara de los hechos.
Fue ella entonces la que se quedó sin habla.
ÉL
Iba de camino a
casa cuando recibió un whatsapp. Era su novio. Pensó que sería un
mensaje sin importancia, a esas horas siempre solía mandarle uno
para ver cómo había ido su día, era la costumbre cuando no se
veían. Lo abrió pero lo que vio no fue lo que imaginaba ni
esperaba.
Era una
instantánea, en ella salía con su hijo pero ¿cómo era posible?
¿Cuándo se enteró?Mil preguntas sin respuesta le vinieron a su
aturdida cabeza. Seguido de la foto venía otro mensaje que decía
que lo sabía todo, que tenía a su hijo y que si avisaba a la
policía no volvería a verlo. Además, le daba indicaciones de lo que tenía
que hacer a partir de ese momento. Si conseguía dar con ellos le
devolvería a su retoño sano y salvo.
Le mandó otra
fotografía antes de que pudiera responderle, esta vez era del
puente del pueblo marinero de Arrieta, de la pequeña plataforma que
se hallaba sobre el muelle, justo debajo, encontraría el lugar donde
estarían los próximos 30 minutos.
Debía darse
prisa, era todo cuanto podía pensar. No podía avisar a su mujer,
cómo iba a explicarle lo que estaba pasando, no podía destruirla
con su infidelidad y rematarla con el secuestro de su hijo. Lo mejor
era que lo buscara por su propia cuenta.
Se dirigió a su
coche, estaba en el parking del Gran Hotel Arrecife, se subió y
condujo lo más rápido que pudo.Sin embargo, pese a sus esfuerzos,
tardó demasiado tiempo en salir de Arrecife, a esas horas siempre
habían atascos en las salidas de la ciudad. Una vez hubo cruzado la
que iba hacia Arrieta, aceleró y no paró hasta llegar al aparcamiento situado detrás de la playa.
Cruzó el puente corriendo, bajó las escaleras que llevaban al
muelle, y descendió las que llevaban a la parte posterior de la
pequeña plataforma que se elevaba sobre la anterior. Encontró otra
foto allí, pegada al muro de piedra. En ella se veía su nueva ubicación, además de un columpio donde estaba su hijo
meciéndose. Debía ir al Bosquecillo.
Condujo su coche
cuesta arriba, se adentró en el camino de tierra que llevaba hasta
su destino y al llegar casi se tiró del vehículo. No había
absolutamente nadie. Cuando se disponía a coger el móvil, para
llamar a su novio, este le aviso que tenía un nuevo mensaje en su buzón de voz:
“Supongo
que estarás desesperado; si estás escuchando esto es porque has
llegado demasiado tarde. No te rindas, aún estas a tiempo de
encontrarnos. Por cierto, te quiero.”
”Ahora estoy
aquí”- rezaba el siguiente texto-. Posteriormente, una foto del
Mcdonald de Matagorda apareció en su pantalla del teléfono.
“Debes buscar
bien entre los desperdicios del baño”-así terminaba el whatsapp-.
Realizó el
trayecto hasta allí, atravesando Teguise, San Bartolomé y Tías. A
punto estuvo de salirse de la calzada en una de las curvas de la
cuesta que unían los dos últimos municipios. Llegó a Matagorda y
apostó su coche en la rambla destinada a los pedidos para llevar.
Entró en las dependencias del establecimiento pero no había rastro
de su hijo ni su novio.
“Entre
los desperdicios”, recordó
esa última frase y pasó al cuarto de baño. Buscó en las papeleras
de los aseos para mujeres y de hombres, sin éxito. Cuando estaba
a punto de tirar la toalla, recibió un nuevo whatsapp. Esta vez era
de las dependencias del cine.
“Vuelves
a llegar tarde, no te sientas frustrado por no haber encontrado pista alguna en las papeleras del local, no dejé nada pero el solo hecho de
imaginarte hurgando entre porquería hace que me me muera de la risa.
Ya hemos cenado, ahora vemos un película. Date prisa, ya casi va a
terminar”.
¿Cómo había sido capaz de hacerle eso? ¿Qué clase de persona
juega así con un niño inocente? De nuevo las preguntas se
amontonaban en su mente.
-Tengo que ponerla al tanto de lo que pasa, la necesito- había
tomado una decisión-.
LA
LLAMADA.
Fue horrible, la manera en la que ella lloraba, sus palabras de
odio, ese silencio posterior que sucede cuando ya no queda nada bueno
ni malo por decir. Aún así no vaciló a la hora de ponerse manos a
la obra. Quedaron en casa. Ahí la recogería y saldrían a buscar a
su hijo.
Llegó a casa, entró dando grandes zancadas, pero no estaba en el
salón como debería. Fue a la cocina donde la encontró preparando
la comida. Su hijo estaba a la mesa, pintando como solía hacer
siempre que su madre cocinaba. Se acercó corriendo a él, lo cogió
en brazos y le abrazó. Rompió a llorar. Pasaron unos segundos y cuando por fin sentía que todo había pasado una voz familiar se dirigió a él desde el marco de la puerta:
-Está bien, no te preocupes. No le he hecho nada pero hemos pasado
un día muy divertido. Era la voz de su novio.
Palideció.
Se giró lentamente, una vez hubo dejado a su hijo en la silla y allí
estaba él. Los ojos con que lo observaba derramaban odio, pena, añoranza, compasión y dolor. Fue incapaz de moverse de su sitio mientras su novio se le acercaba; se puso a
su lado y entregó la alianza que le había regalado unos meses
antes.
-Se acabó- le dijo mirándolo a los ojos-.
Su mujer dejó el cuchillo con el que cortaba la cebolla y, con los
ojos colmados de lágrimas, levantó el mantel, sacó una maleta que
había debajo, tomó a su hijo de la mano y se fue.
-Se terminó- le dijo ella antes cruzar la puerta.