Se
sentó solo en una esquina, con una copa de helado de tamaño
descomunal en frente. Cogió la cuchara y saboreó una primera
pequeña porción que se metió en la boca. No muy grande, mas sí lo
suficientemente fría para que lo notara en la cabeza. Le encantaba
esa sensación. Mientras la segunda cucharada se abría paso a través
de su esófago, pensó en Luis, en sus brazos fuertes, en sus manos
grandes y suaves, en el tono pálido de su cara y, por un instante,
sonrió.
Se
había prometido a sí mismo no volver a hacerlo, sacarlo de su mente
y de su corazón, bien sabía Dios, o cualquier divinidad que pueda
venir al pensamiento, que lo estaba intentando. No era fácil.
Un
mes había pasado desde la ruptura: “ se acabó, no es que no te
quiera más pero algo ha muerto entre nosotros, como cuando tienes un
ramo de rosas de un blanco inmaculado y, sin embargo, si miras
detalladamente, hay una marchita en medio, arruinando la sensación
de armonía con el mundo. Y tú, con tus defectos y debilidades, te
sientes decepcionado porque creías firmemente en que eran
inmarcesibles”. -Eso fue lo que le dijo prácticamente del
tirón-. Unos minutos después le devolvía las llaves de su casa y
se marchaba.
Ahora,en
ese preciso momento, rodeado por desconocidos en medio de la nada, le
parecía gracioso pero, ¡cómo había llorado durante los días
posteriores! Sin embargo, ahora lo entendía.
Había
pasado muchos años buscando una relación estable, no un polvo de
una noche ni unos besos en el cine o unas pajas en el coche antes de
bajarse y decirse adiós de forma definitiva. No, él ya no quería
lo mismo. Estaba agotado de estar solo y de pretender ser feliz
consigo mismo, cuando lo único que venía deseando durante los
últimos meses era abrazarse a alguien por las noches y despertarse
con un beso por las mañanas.
Y
entonces llegó Luis, súbitamente, en una serie de sucesos
inesperados, como un chaparrón que cae en un día soleado. Lo cambió
todo en tan solo unas semanas y, durante el tiempo que duró el
idilio, cada instante fue perfecto. Y así mismo, repentinamente, se
fue, como un manto de hojas secas que son arrastradas por el viento
en otoño.
Así
que ahí estaba él, a punto de terminarse su copa de helado, en un
hotel a las afueras, repasando una lección que había aprendido hace
muchos años. Estar solo no es malo incluso si es para siempre, la
soledad puede inspirar grandes cosas y brinda tiempo para buscarnos a
nosotros mismos, para experimentar la vida y entregar tu corazón no
solo a una persona mas a todos aquellos que quieran aceptarlo.
La
copa de helado está completamente vacía y, mientras se dirige de
nuevo a su habitación, se da cuenta de que no importa lo solo que se
sienta porque en ese sentimiento son muchos los que están juntos y
eso, de vez en cuando, ayuda.