12 may 2012

3:00 AM



Se pudo escuchar la propia voz de las sombras y al mismo tiempo su eco. Se pudo ver como danzaba en las tinieblas en las cuatro direcciones cardinales, ondulando sus movimientos casi deslizándose con la gracia con la que un cisne se desplaza sobre el agua. Se  pudo oler una fragancia a podredumbre que contaminaba toda la estancia, impregnándolo todo de su fétido y nefasto olor. Pude sentirlo.

Esta noche, a las tres de la mañana, cuando la noche esta plena y rebosante de sí misma, algo me sacó de mi sueño. Vi que algo se dibujaba en los rincones de mi habitación, observándome como al asecho, esperando agazapado para levantarse con furia y fuerza. Sin piedad.  Ese algo me arrancó de mi mismo, me envistió, se reveló.  Me incorporé dentro de la cama mientras miraba todo a mi alrededor, escudriñando cada milímetro de las cuatro paredes a las que servía de epicentro aunque únicamente había muebles, cortinas, adornos y espejos. Y yo.

Busqué con las manos el interruptor de la luz y cuando di con su paradero, situado justo a mis espaldas, lo pulsé pero no obtuve ningún destello que alumbrase el dormitorio.  Y fue entonces cuando fui atacado y vencido de forma simultanea.

Arremetió contra mí, estrujando mi cuerpo contra la pared, sentí algo húmedo recorriendo mi cuello y, en mi intento por averiguar qué me sacudía, vislumbre una especie de cabeza situada a la altura de mi cuello:
-¡Para! - le grité-. Se detuvo sin vacilaciones. Luego miré con detenimiento debajo de mi cabeza y ahí había algo, brillante y penetrante. Eran dos ojos tan negros como la propia oscuridad que vestía la escena. Un largo escalofrío trepó por mi columna y se prolongó hasta mis extremidades, terminando de espantarme, aniquilando los amagos de frialdad con los que intentaba afrontar la situación.

Intenté gritar pero ahogó mi voz en su propia garganta, posando sus labios, si es que era eso lo que creí reconocer,  sobre los míos. Acto seguido, con la mayor rapidez con la que puede desplazar cualquier cuerpo tangible, luminoso o sonoro, colocó su cabeza en mis hombros y me dijo algo al oído. En esta ocasión mi propio cuerpo enmudeció mi grito. No conseguí articular palabra.

Aquella voz me dijo en un susurro cercano que yo sería quien difundiría el miedo, que conmigo empezaría una nueva era de terror y de creencias donde lo verdadero y lo bueno sería el mal y lo malo y falaz el bien. Me dijo que ese era el presente y el futuro que los propios humanos habíamos construido con nuestros actos: guerras, masacres, mentiras, torturas, envidias, malos deseos, falsas promesas, avaricia, sed de venganza, entre otras cosas más que no consigo recordar. Dijo que él era el mecenas y yo sería su Madame , su instrumento, su canal para llegar a los demás y que esa era la primera de un sinfín de visitas que terminarían en el mismo momento en el que se cansara de su juego, que él era el rey y nosotros, especialmente yo, sus vasallos. Entonces fue cuando tiró de mi cuerpo, paralizado por el miedo y lo inverosímil, arrastrándolo hasta la ventana y allí me liberó.

Fuera, en la calle, no había señal de movimiento, sólo las luces de la calle que parecían proyectarse hacia en frente de mi ventana. Ahí abajo habían apostados cuatro caballos: uno blanco, uno rojo, uno negro y uno bayo. Dominándolos, sentados en sus lomos, se distinguían cuatro sombras con varios objetos entre sus manos: un arco,  una espada, una balanza y el último parecía no portar nada. Los cuatro me miraron, hicieron lo que me pareció una reverencia y, posteriormente, desaparecieron, como si nunca hubieran estado allí.

Me acurruqué ante la ventana, con las luces encendidas ya que el interruptor estaba pulsado, hasta la mañana siguiente o eso creo.

Después no volví a ser consciente de nada.

A veces, ese ser viene a visitarme para contarme lo que ocurre en el exterior, porque mi cubículo blanco y acolchado me impide salir a la calle. Me narra los horrores que comete y, de vez en cuando, deja algún que otro mensaje que yo me empeño en difundir pero mi voz no es capaz de traspasar la puerta que me separa de la realidad en la que creen vivir los demás.

Esta noche, o a lo que yo atribuyo esa definición según mi noción del trascurso de las horas  en este lugar, dijo que vendría a liberarme de mis ataduras, a hacerme una oferta que no rechazaría. Supongo que me quiere a su lado y que dará por terminado su juego.

1 comentario:

  1. Tenebroso
    Inquietante
    Estremecedor
    Bram stoker
    Freud
    Tom waits
    Esquizofrenia
    Pesadilla.

    Buena prosa, magnífico hilo conductor.

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Jearci Brown

Jearci Brown
Hoy han de llover estrellas porque no he de llorar por penas, hoy te haré el amor? yo, el enamorado poeta con letras de mil poemas mientras el sol paga su condena.

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