4 abr 2016

Pesadillas. Parte Final: Ellos.



“Ayúdame” fue lo último que me dijo Borja antes de meterse en el edificio blanco.

Salí corriendo tras él incluso antes de que terminara de mover los labios, ¿había estado fingiendo simpatía por esos dos hombres solo por miedo a las consecuencias?- fue la primera pregunta que me planteé mientras cruzaba el umbral de la puerta hacia la oscuridad-.

Volví a descender por la trampilla, esta vez sin vacilar, tan rápido como me fue posible. El tubo parecía brillar más que en la anterior ocasión y, a lo lejos, vi perfectamente la espalda de Borja que se alejaba a grandes pasos entre una infinidad de pasillos que no reconocía. Grité su nombre para que se detuviera pero parecía no escucharme; continúo corriendo hasta que ambos llegamos a una lóbrega estancia de muros altos,humedad penetrante y sensación de abismo invencible. En el centro, una estructura imponente daba vueltas portando entre sus cimientos cientos de formas distintas y medio iluminadas por una luz tenue que se colaba tímida desde dentro.

Me aproximé a paso lento, escudriñando todo a mi alrededor, en busca de los dos hombres que sabía me estaban esperando porque notaba su mirada clavada en la espalda igual que en ocasiones anteriores. Cuando llegué al centro descubrí que lo que giraba interminablemente era un carrusel, que a excepción de los focos, parecía recién fabricado. Sin embargo, lo que me sorprendió no fue el hecho de encontrarme algo así en semejante lugar sino descubrir que las figuras que había en medio tenían formas humanas dispuestas sin distinción: hombres, niños, mujeres y personas mayores. Todas con la misma sonrisa de triunfo que Borja reflejaba en muchas ocasiones.

Cuando reaccioné ante aquel horror en forma de atracción de feria, unas pequeñas sombras se reflejaron en un cristal que rodeaba el eje sobre el que se soportaba aquel monstruoso ejemplar, y entre ellas estaba Borja, flanqueado de nuevo por el hombre bajito y su cuidador. Esquivé cuanta figura se me puso por medio, no sin caerme de bruces un centenar de veces, hasta que les dí alcance por primera vez. Solo nos separaba la transparencia inmaculada de esa irrompible superficie.

Sin embargo, había algo raro en la actitud de aquellos individuos, era como si se hubiesen intercambiado los roles y ahora el cuidador era el perturbado y este, a su vez, el otro. Lo cierto era que ninguno de esos sinos me interesaban, tan solo quería saber quiénes eran, por qué hacían aquellas cosas y, sobre todo, por qué lo habían tomado como a uno más del grupo. Ninguno respondió. Ante aquel silencio solo me quedaba la opción de entrar, enfrentarme a ellos y liberar a Borja; por ese motivo, intenté, en vano, romper el cristal de nuevo o buscar una puerta o algún otro recoveco por el que colarme aunque mis esperanzas empezaron a desinflarse al darme cuenta de que aquella estructura estaba cerrada herméticamente.

Empezaba a desesperarme, quería sacarlo, alejarlo de aquellos hombres y, sin darme cuenta apenas, comencé a embestir el cristal con todas mis fuerzas. La risa del que antes era el cuidador era incluso peor que la del otro, más profunda, gutural y aguda. Inclusive el hombre bajito reía. Ambos se burlaban de mis intentos fallidos. Fue entonces cuando vi lágrimas en los ojos de Borja que en un arranque de rabia golpeó el cristal desde dentro, gritando simultáneamente mi nombre, hasta que el hombre bajito le agarró por detrás, con la misma fuerza con la que me había arrastrado aquella noche en el sótano y, el otro, rodeó con las manos su cabeza y, antes de que pudiéramos decir o hacer nada más, le rompió el cuello ante mis ojos.

El mundo se detuvo, apenas por unos segundos, porque, por fin, hablaron:

“No podrás librarte de nosotros nunca. Volveremos a visitarte cada vez que te ilusiones con alguien, cuando en tu corazón empiece a nacer el amor, vendremos a arrebatártelo. Somos los que rompemos los lazos y estamos en todas partes.”

Yo estaba en el suelo, apoyado contra el cristal y, cuando me puse en pie, ya no estaban ahí. Seguí con la cabeza sus voces y los vi fuera del carrusel, sujetando entre sus manos a Borja. Seguían hablando:

“¿Ves todas esas personas a tu alrededor? Son otros como él, seres de corazones frágiles que creen amar pero no es así. Antes no pudiste romper el cristal porque representa la barrera que él mismo, en su subconsciente, puso contra ti. Solo él podía romperla si de verdad lo hubiese deseado y, en efecto, antes creímos que lo haría pero era rabia y pena, no amor. Una vez que entramos en el círculo que se ha creado entre dos personas y que empieza a romperse, nos colamos y acabamos con él. Las sonrisas que tienen todas esas personas que dan vueltas en el carrusel representan el triunfo pasado de haber encontrado el amor. Y esto representa su muerte-dijeron moviendo los brazos alrededor-. Cuando despiertes Borja estará a tu lado pero ya no verás en sus ojos lo que veías antes. Su amor ya no te pertenece, ahora es nuestro”.

Mientras terminaban de hablar, volvieron a entrar en el carrusel y pusieron el cuerpo de Borja entre las otras figuras, con la mano levantada señalándome y con la sonrisa de triunfo que todas aquellas personas compartían.


Entonces, abrí los ojos.  

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Jearci Brown

Jearci Brown
Hoy han de llover estrellas porque no he de llorar por penas, hoy te haré el amor? yo, el enamorado poeta con letras de mil poemas mientras el sol paga su condena.

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