“Ayúdame” fue lo último que me
dijo Borja antes de meterse en el edificio blanco.
Salí corriendo tras él incluso antes
de que terminara de mover los labios, ¿había estado fingiendo
simpatía por esos dos hombres solo por miedo a las consecuencias?-
fue la primera pregunta que me planteé mientras cruzaba el umbral de
la puerta hacia la oscuridad-.
Volví a descender por la trampilla,
esta vez sin vacilar, tan rápido como me fue posible. El tubo
parecía brillar más que en la anterior ocasión y, a lo lejos, vi
perfectamente la espalda de Borja que se alejaba a grandes pasos
entre una infinidad de pasillos que no reconocía. Grité su nombre
para que se detuviera pero parecía no escucharme; continúo
corriendo hasta que ambos llegamos a una lóbrega estancia de muros
altos,humedad penetrante y sensación de abismo invencible. En el
centro, una estructura imponente daba vueltas portando entre sus
cimientos cientos de formas distintas y medio iluminadas por una luz
tenue que se colaba tímida desde dentro.
Me aproximé a paso lento, escudriñando
todo a mi alrededor, en busca de los dos hombres que sabía me
estaban esperando porque notaba su mirada clavada en la espalda igual
que en ocasiones anteriores. Cuando llegué al centro descubrí que
lo que giraba interminablemente era un carrusel, que a excepción de
los focos, parecía recién fabricado. Sin embargo, lo que me
sorprendió no fue el hecho de encontrarme algo así en semejante
lugar sino descubrir que las figuras que había en medio tenían
formas humanas dispuestas sin distinción: hombres, niños, mujeres y
personas mayores. Todas con la misma sonrisa de triunfo que Borja
reflejaba en muchas ocasiones.
Cuando reaccioné ante aquel horror en
forma de atracción de feria, unas pequeñas sombras se reflejaron en
un cristal que rodeaba el eje sobre el que se soportaba aquel
monstruoso ejemplar, y entre ellas estaba Borja, flanqueado de nuevo
por el hombre bajito y su cuidador. Esquivé cuanta figura se me puso
por medio, no sin caerme de bruces un centenar de veces, hasta que
les dí alcance por primera vez. Solo nos separaba la transparencia
inmaculada de esa irrompible superficie.
Sin embargo, había algo raro en la
actitud de aquellos individuos, era como si se hubiesen intercambiado
los roles y ahora el cuidador era el perturbado y este, a su vez, el
otro. Lo cierto era que ninguno de esos sinos me interesaban, tan
solo quería saber quiénes eran, por qué hacían aquellas cosas y,
sobre todo, por qué lo habían tomado como a uno más del grupo.
Ninguno respondió. Ante aquel silencio solo me quedaba la opción de
entrar, enfrentarme a ellos y liberar a Borja; por ese motivo,
intenté, en vano, romper el cristal de nuevo o buscar una puerta o
algún otro recoveco por el que colarme aunque mis esperanzas
empezaron a desinflarse al darme cuenta de que aquella estructura
estaba cerrada herméticamente.
Empezaba a desesperarme, quería
sacarlo, alejarlo de aquellos hombres y, sin darme cuenta apenas,
comencé a embestir el cristal con todas mis fuerzas. La risa del que
antes era el cuidador era incluso peor que la del otro, más
profunda, gutural y aguda. Inclusive el hombre bajito reía. Ambos se
burlaban de mis intentos fallidos. Fue entonces cuando vi lágrimas
en los ojos de Borja que en un arranque de rabia golpeó el cristal
desde dentro, gritando simultáneamente mi nombre, hasta que el
hombre bajito le agarró por detrás, con la misma fuerza con la que
me había arrastrado aquella noche en el sótano y, el otro, rodeó
con las manos su cabeza y, antes de que pudiéramos decir o hacer
nada más, le rompió el cuello ante mis ojos.
El mundo se detuvo, apenas por unos
segundos, porque, por fin, hablaron:
“No podrás librarte de nosotros
nunca. Volveremos a visitarte cada vez que te ilusiones con alguien,
cuando en tu corazón empiece a nacer el amor, vendremos a
arrebatártelo. Somos los que rompemos los lazos y estamos en todas
partes.”
Yo estaba en el suelo, apoyado contra
el cristal y, cuando me puse en pie, ya no estaban ahí. Seguí con la
cabeza sus voces y los vi fuera del carrusel, sujetando entre sus
manos a Borja. Seguían hablando:
“¿Ves todas esas personas a tu
alrededor? Son otros como él, seres de corazones frágiles que creen
amar pero no es así. Antes no pudiste romper el cristal porque
representa la barrera que él mismo, en su subconsciente, puso contra
ti. Solo él podía romperla si de verdad lo hubiese deseado y, en
efecto, antes creímos que lo haría pero era rabia y pena, no amor.
Una vez que entramos en el círculo que se ha creado entre dos
personas y que empieza a romperse, nos colamos y acabamos con él.
Las sonrisas que tienen todas esas personas que dan vueltas en el
carrusel representan el triunfo pasado de haber encontrado el amor. Y
esto representa su muerte-dijeron moviendo los brazos alrededor-.
Cuando despiertes Borja estará a tu lado pero ya no verás en sus
ojos lo que veías antes. Su amor ya no te pertenece, ahora es
nuestro”.
Mientras terminaban de hablar,
volvieron a entrar en el carrusel y pusieron el cuerpo de Borja entre
las otras figuras, con la mano levantada señalándome y con la
sonrisa de triunfo que todas aquellas personas compartían.
Entonces, abrí los ojos.
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