La noche llegó tras un largo día lleno de reencuentros y,con ella, también apareció una luz, una esperanza, un descubrimiento nuevo y emocionante.
Acababa de llegar a casa, lleno de arena y salitre, después de haberse pasado las últimas horas de la tarde en la playa. Estaba rebosante de alegría ya que por fin, tras muchos meses, había visto a su familia y amigos, había disfrutado de un cielo impoluto y de un sol, que a pesar de la prontitud del año, brillaba y calentaba como en los primeros días del verano.
Dejó la mochila sobre el mueble de madera blanco de la entrada,de tres cajones y adornado con fotos y plantas, de esas que a su madre tanto le gustaban. Antes de meterse a la ducha, puso una cafetera, se desnudó y, durante casi quince minutos,dejó que el agua acariciara su cuerpo.Posteriormente, salió del baño, se embadurnó el cuerpo con una crema hecha a base de aceite de coco, se puso ropa cómoda de andar por casa y se sentó a disfrutar de una taza de café solo y largo, con dos cucharadas de azúcar, mientras leía a Ian Manook.
Había transcurrido casi media hora y entonces su móvil sonó, notificándole un mensaje nuevo. Estiró la mano para coger el teléfono y lo leyó. No conocía para nada el remitente y, sin embargo, lo primero que pensó fue:¡qué mono es!- Y lo repitió de nuevo para sí mismo en voz baja-.
-Hola, ¿qué tal guapo?- rezaba el primer whatsapp-.
-Muy bien, gracias,¿y tú?
-Un poco cansado del trabajo pero bien- contestó sobre la marcha-, ¿haces algo está noche?
-No, la verdad es que no, hace un ratito he llegado a casa y estaba leyendo, ¿por qué lo preguntas?- Le inquirió travieso-.
-Bueno, pues porque estoy solo en casa y me preguntaba si te apetecería pasarte por aquí y tomarte algo conmigo.
-¡Pero si no nos conocemos aún!- Tecleó sin pensarlo dos veces intentando hacerse el difícil-.
-Ya pero no importa, a eso vendrías, a que nos conozcamos.
-Mmm,¡vale! Dime dónde quieres quedar.
-¡En mi casa! ¡Te lo he dicho antes!- Le escribió mandando un emoticono de burla-.
-¡Ja,ja,ja!¡Cierto! Entonces envíame tu ubicación y nos vemos a la hora que me digas.
-¿ A las nueve y media te parece bien?
-Perfecto, nos vemos en un rato entonces.
Se despidieron y él se quedó en el sofá acostado un rato más, quedándose dormido sin darse cuenta. Se levantó una hora después, cuando escuchó la puerta de la calle cerrarse tras su padre que le saludaba asomando la cabeza desde el pasillo que daba al salón. Tenía menos de una hora para prepararse.
Se fue a su habitación, abrió la maleta, de color negro y llena de pegatinas de sitios emblemáticos y nombres de los países donde había estado y, tras mucho meditarlo, se decantó por una camisa oscura, donde la mitad estaba hecha con lino y la otra con chifón,dejando entrever parte de su cuerpo, un vaquero pitillo desgarrado en la rodilla izquierda, unas botas negras, sus favoritas, y una chaqueta de cuero del mismo color. Volvió a tomar una ducha rápida, se vistió y, para terminar, se puso colonia en los puntos que consideraba clave: muñecas, cuello y justo por debajo de donde convergen este último y la espalda porque sabía que a los chicos solía gustarle
Finalmente, fue al salón, cogió las llaves del coche que había alquilado, se despidió de su padre y su hermana pequeña, que acababa de llegar de jugar con una de sus amigas, y se marchó. Estaba muy nervioso, una mezcla entre miedo e intriga por saber cómo iba a ser la noche, si le iba a gustar o no el chico en cuestión, si realmente era tan atractivo como parecía ser en las fotos o si era simplemente otro del montón.
Consiguió aparcar su coche tras dar vueltas y vueltas alrededor y,para su suerte, no muy lejos de donde vivía su cita. Le envió un mensaje haciéndole saber que estaba cerca y, justo unos segundos después, recibió su respuesta diciéndole que le esperaría en la puerta.
En efecto, estaba ahí, sentado en el umbral, fumándose un cigarrillo. A él le dio la sensación de que simplemente estaba intentando hacerse el interesante o,quizás, únicamente pretendía intimidarle. Fuera como fuese, entraron en su casa y mientras cruzaba la puerta con él a sus espaldas, el corazón le latía a mil por hora.
-¿Quieres algo para beber?-Le preguntó desde la cocina-.
-Sí, por favor, -contestó él sonriendo-.
-¿Una birra?- Dijo estirando la mano desde la nevera-.
-¡Una cerveza estaría genial, gracias!
Trajo las bebidas, él también iba a tomarse una Heineken, se sentó y empezaron a hablar. Estuvieron conversando durante más de dos horas: un poco sobre sus vidas, sus trabajos, lo que les gustaba o lo que no...,en fin, lo normal en este tipo de circunstancias:
-Por cierto, ¿cómo te llamas?- preguntó de manera natural-.
-¡En serio! ¡Llevamos dos horas hablando y aún no sabes cómo me llamo!- Le replicó este con una expresión seria en la cara que no pudo sostener durante más de dos segundos-.
-¡Lo siento! Soy un desastre con estas cosas, estaba tan a gusto hablando contigo que me olvidé por completo de preguntártelo -le dijo bajando la cara fingiendo estar avergonzado-.
-Me llamo Román, ¿y tú?
-¡Ja,ja, ja!¡Qué cara dura!¡Tú también lo habías pasado por alto!- Le reprendió divertido-.Ambos se miraron y se sonrieron mutuamente, como dando a entender que estaban cómodos con el otro.
-Mi nombre es Joan, guapo.
Siguieron charlando un rato más, mientras una sucesión de canciones de Whitney Houston, Celine Dion, Mariah Carey, Laura Pausini, y, esporádicamente, algún que otro cantante masculino, sonaban de fondo. Hasta que entre pregunta y pregunta, él se acercó y le besó. Entonces no hubieron más palabras ni más risas, solo pasión, como pocas veces había experimentado, se comieron a besos y luego se fueron a su habitación.
Se tumbaron en la cama ya casi desnudos. Joan se sorprendió a sí mismo por el placer enorme que le daba sentir su piel contra la suya, oler su colonia, que se quedaría impregnada en su cuerpo durante toda la noche. Román se puso encima y acarició cada centímetro de su anatomía con las manos, unas que se le antojaron suaves y delicadas, luego descendió y se entretuvo jugando con sus pezones; él se retorció de placer. Justo entonces, rodeó su pene con las manos para metérselo unos segundos más tarde en la boca. Por primera vez, desde sus labios se escapó un gemido incontrolable y, antes de que se diera cuenta, él estaba dentro de su cuerpo y, a partir de ese momento, los dos se entregaron por completo al otro.
Al terminar, se fueron de nuevo al salón y siguieron hablando, dándose besos de tanto en tanto, hasta que Joan tuvo que marcharse a casa porque ya era tarde:
-¿Te apetecería quedar de nuevo esta semana?- Dijo con un deje de duda en la voz Román-.
-¡Claro que sí! Yo te aviso porque ya sabes que estoy de vacaciones y aún tengo gente a la que ver pero cuenta con ello.
Se despidieron y, mientras se alejaba de camino al coche , escuchó la puerta por la que acaba de salir cerrarse.
Transcurrió una semana hasta que pudieron verse de nuevo. Esta vez se citaron por la tarde y, en lugar de cerveza, Joan bebió zumo de manzana con jengibre que Román acababa de comprar. Esta vez la conversación que mantuvieron fue más intima. Hablaron sobre la vida de él, sobre la suya y,entre en vaivén de palabras, Román le preguntó:
-¿Te puedo besar o tengo que pedirte permiso cada vez que quiera hacerlo?
-No, no hace falta que me pidas permiso. De hecho, deberías estarme besando ahora mismo- le contestó Joan mirándolo a los ojos-.
Eso fue todo lo que bastó otra vez para que los dos se dejaran llevar por sus impulsos, un simple beso. Yacieron juntos dos veces esa tarde para luego quedarse en la cama abrazados,como si lo hubiesen hecho toda la vida, intentando alargar sus últimos momentos juntos lo más posible para, finalmente, vestirse y volver al salón, donde se entretuvieron charlando un poco más.
Joan estaba ya listo para irse y, sin embargo, ambos seguían besándose y repitiéndose mutuamente que seguirían en contacto, que se habían gustado mucho y, que si seguían solteros la próxima vez que Joan volviera de visita a ver su familia, quedarían de nuevo.
Salieron a la puerta pero esta vez ambos se quedaron en el umbral, él mirándolo y Joan deseando besarle de nuevo antes de marcharse mas sabía que no debía, quizás no habría podido irse nunca.
Se despidieron. Román permaneció en la puerta viéndolo alejarse y mientras Joan caminaba hacia el coche, iba pensando que de haber quedado una vez más, probablemente las cosas hubieran ido más allá. Volvió a mirar atrás antes de virar en la esquina donde lo perdería de vista y ahí estaba, observándolo y, por un instante, se detuvo y ambos permanecieron inmóviles, cada cual en su sitio. Por un momento, Joan estuvo a punto de deshacer sus pasos y volver a entrar en su casa para que lo hiciera suyo una vez más. Sin embargo, le sonrió y siguió su camino.