¿Alguna vez has sentido como todo tu mundo se detiene? O cómo las paredes se te echan encima reduciendo tu espacio vital a la nada, aplastándote y oprimiéndote hasta dejarte sin aliento, si lo has sentido, entonces sabrás de lo que te hablo.
Me llamo Fátima y tenía una vida perfecta, con el novio perfecto, la casa perfecta, en fin, todo era inmejorable e insustituible. Mi relación con él era la mejor, a veces cuando miraba su ojos del color de las avellanas, sentía que era mi alma gemela y, en ocasiones, un mirada bastaba para saber lo que pensábamos, éramos cómplices, amantes, un roto para un descocido. Así fue durante casi 14 años. Con el tiempo llegó nuestro primer hijo y ahí comenzaron los problemas.
El día que supo que estaba esperando un hijo suyo, su mundo se vino abajo, parecía como si le hubieran cortado las alas, su rostro se tornó triste y desconocido. Durante los siguientes nueve meses, casi no paraba por casa, no me miraba, ya ni siquiera me hacía el amor o me besaba y me decía cuanto me quería, como solía hacer antaño. Cuando por fin di a luz, no apareció por casa durante cinco días, y en el momento de hacer acto de presencia llegó borracho, mal encarado, con lágrimas en los ojos gritándome, diciéndome que por mi culpa todo su mundo y sus sueños, sus planes para nosotros se habían desintegrado, que yo terminé con nuestra relación perfecta en nuestro mundo perfecto. Eso no fue lo peor que sucedió esa noche.
Logró dormirse y yo conseguí tener la esperanza de que con el tiempo cambiaría de opinión, que cuando contemplara el fruto de nuestro amor, se arrepentiría y todo regresaría a la normalidad, ¡que ilusa fui!
Esa misma noche, cuando todos descansábamos, y digo todos porque mi madre se instaló en casa para quedarse una larga temporada, él se despertó y se llevó a mi bebé. Ninguno nos dimos cuenta de en qué momento pudo hacerlo y tampoco llegamos a imaginar, ni tan siquiera, que pudiera moverse con semejante estado de embriaguez. A la mañana siguiente, cuando me desperté a darle un beso a mi hijo y alimentarle, descubrí su cuna vacía, aunque todas sus cositas aún estaban en la habitación. Mi corazón me gritaba angustiado.
Corrí a la habitación de mi madre, pensando que igual ella lo tendría, intentado desde su primer mes que la primera palabra que dijera fuese “abuela”. Ella no lo tenía. Bajé las escaleras tan rápido como me permitieron los puntos de la cesárea y entre en el salón como alma que lleva el diablo, y donde anoche mi marido yacía dormido, ahora solo quedaba la peste a sudor y whisky.
Desde entonces no hay día ni noche en la que no piense en mi bebé, en lo grande que debe de estar ya, es lo normal cuando se cumplen 15 años. Seguro que es todo un hombrecito. Nunca he querido ni podido imaginarme que no llegó a su primer mes de vida, cómo habría podido hacerlo, hubiese muerto de agonía. La policía los buscó durante casi 9 años, pero finalmente se rindieron y a mí ya no me quedaban fuerzas, creo que inconscientemente sabía a lo que atenerme y por eso deje de luchar, aunque como dije antes, nunca lo acepte.
Creo que ya es hora de dejar de escribir, debe de ser muy tarde porque han apagado las luces mas quién las necesita cuando se lleva inscrita la historia en la memoria. Siempre quise decir algún día extremadamente feliz que la vida era tan maravillosa que no parecía la vida. Nunca pude.
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