
Odio esos silencios imperturbables porque parecen perpetuarse y congelarse en el espacio y el tiempo, reduciendo lo verdaderamente importante a un simple adorno que pulir cuando se quiere.
Y es que, a veces, así me siento, como un simple adorno al que limpiar de vez en cuando y que, luego, se vuelve a dejar en su sitio.
Odio esos silencios en los que las personas están juntas en cuerpo y, al mismo tiempo, a kilómetros luz las unas de las otras. En esos instantes ni las miradas ni las palabras, ni siquiera los gestos tienen lugar ya que terceras partes interfieren en sus caminos.
Odio esos silencios imperturbables porque hacen que nos demos cuenta de que hay algo que no funciona y que no volverá a funcionar jamás y, los odio porque parece que con cada segundo que se prolongan mi camino se separa del suyo y él apenas se da cuenta.
Y odio esos silencios imperturbables y sigilosos porque cuando se ama en estas circunstancias únicamente se puede odiarlos y, aunque duela, sólo y, tan sólo, se puede aceptarlos y empezar a decidir los senderos por los que empezar un nuevo camino.
Silencios dolientes que los llamo. También Penares de oscuridad. O quizás, Padeceres sin ecos. Mi querido amigo, mi niño precioso... esos silencios aparecen muchas veces para hacernos ven cuán diminuto es nuestra existencia, qué infinitamente pequeños somos entre tanto corazón palpitante. Mi amor lindo, deja que lleguen y que se ubiquen. Deja que adopten forma. Deja que la vida continúe y que tus silencios formen parte también de ella. El resto, está por escribir.
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