25 abr 2020

El sendero.

fotografia: Jonathan Rincón Correa





La semana número tres estaba siendo una pesadilla. No tenía nada que hacer o a quien llamar, no porque estuvieran muertos o porque algo malo hubiese pasado, más bien era el hecho de no tener que decir. Solo había salido a la calle una vez durante los primeros siete días y, a pesar de vivir en un hogar cómodo y bonito, lo cierto es que necesitaba aire fresco.

Antes de nada, se aseguró de que el tiempo iba a acompañarlo durante su paseo. Si iba a caminar mejor hacerlo a temperatura ambiente que muerto de frío o frito por el calor. Tras comprobar que su fortuna era buena, se vistió, abrió la puerta y empezó a andar. Siempre tuvo curiosidad por explorar una de las calles paralelas a la suya, que estaba sin asfaltar, y que daba la sensación de haber sido cortada de una revista de pueblos rurales y pegada en medio la locura de una gran urbe.

El camino era bonito, lleno de árboles y arbustos, flores que solo nacen en momentos puntuales y mueren tan rápido como han crecido, pájaros, ardillas y, casi seguro, algún que otro animal que desconocía. Para su sorpresa esa mañana no había mucha gente, solo un par de ancianos que caminaban al lado de su perro, una madre explicándole a su hija lo que veían y casi al final del sendero, donde tenía previsto dar la vuelta, un chico que tendría aproximadamente su edad tomando fotos a lo que había alrededor. Cuando se encontraba a su altura, el muchacho interrumpió su actividad, seguramente por vergüenza, para saludarlo con una pequeña inclinación de cabeza y una de estas sonrisas que a veces los seres humanos gesticulamos por instinto, cuando nos vemos expuestos haciendo algo con lo que no nos sentimos totalmente cómodos.

Él le devolvió el saludo, por cortesía más que nada, y giró en sí mismo para rehacer el camino de regreso. Un par de minutos más tarde, vio que ese mismo joven venía con unos cuantos pasos de desventaja revisando el teléfono,“posiblemente esté mirando las fotos que ha tomado", - pensó-. Él, sin embargo, mantuvo el ritmo.

-Tranquilo que no te estoy persiguiendo- dijo el muchacho desde donde estaba.
-Supongo yo- contestó-. No sería muy inteligente perseguir a alguien a plena luz del día pero claro, en los tiempos en los que vivimos el uso excesivo del móvil está jugándole malas pasadas a más de uno.
-Si lo que querías era llamarme lo contrario a inteligente, ya sabes, T-O-N-T-O - dijo deletreando en un susurro- podrías ahorrarte tanta vuelta, al fin y al cabo no nos conocemos.
-¡Exacto! Ahora si no te importa me gustaría seguir paseando en silencio.
-Para ser tan joven eres bastante A-N-T-I-P-Á-T-I-C-O - murmuró de nuevo-. Eso dando por sentado que el uso excesivo del teléfono no te la esté jugando ahora mismo, si sabes a lo que me refiero.
-¿Eres disléxico?
-¡No, claro que no!- Replicó el otro muchacho a toda prisa-.
-Es que con tanto deletreo... .
-¡Está bien! ¡tú ganas! Que tengas un buen día.

Los dos continuaron el camino en silencio.

A los pocos días, Alan, decidió salir de su casa de nuevo. Durante las últimas cuarenta y ocho horas no había dejado de llover mas esa mañana había amanecido soleada. Cuando estaba cruzando la reja que  daba acceso al camino de tierra, vio pasar al chico de la última vez, por lo que intentó mantener el perfil bajo quedándose lo suficientemente detrás. Sin embargo, era consciente de que un poco más adelante tendría que encararlo puesto que el final del trayecto no estaba muy lejos.

-¡Tú de nuevo!¡ Qué sorpresa más agradable!- le dijo el muchacho cuando ambos dieron la vuelta-.
-¡Madre mía! - dijo Alan para sí mismo-.
-No, lo digo en serio. Llevaba varios días queriendo disculparme por lo de la última vez, por eso he venido a la misma hora desde entonces pero apenas hoy he corrido con suerte. Me llamo Harry, por cierto.

Ese escenario le resultó inimaginable a Alan, primero porque no esperaba encontrárselo de nuevo y. segundo, porque recibir una disculpa no se le había pasado ni remotamente por la cabeza.

-Está bien- le contestó de vuelta mientras se guardaba el teléfono en el bolsillo-, supongo que solo me queda decir gracias y pedirte perdón también ya que ese día tampoco estuve muy fino. Por cierto, yo soy Alan.
-¡Esto es otra cosa! ¿Te importa si camino contigo?
-No, claro que no. Mientras mantengas la distancia de seguridad , me parece casi perfecto - contestó Alan con más amabilidad de la que le hubiese gustado-.
-¿Casi perfecto? No entiendo – replicó Harry mientras metía su teléfono en el bolsillo delantero de su sudadera-.
-Sí, porque lo ideal habría sido un estrechón de manos pero dadas las circunstancias... .
-Supongo que tienes razón. De todas maneras, esto tampoco está nada mal como señal de tregua.

Lo que les quedaba por delante no daba para mucho más puesto que los dos vivían bastante cerca, cosa de la que ninguno estaba, evidentemente, al tanto. En el poco tiempo que pasaron juntos, hablaron de sus respectivas profesiones, de cómo llevaban la cuarenta, de que por suerte ninguno de los dos había perdido a nadie por el virus, de cuánto llevaban viviendo por la zona y otras banalidades típicas de momentos como aquel. Antes de despedirse, acordaron verse a la misma hora cada mañana.

Sus paseos se hacían cada vez más largos, sus conversaciones más intimas, la necesidad de verse empezaba a florecer y echar raíces. Algo había nacido entre ellos sin que ninguno se hubiese dado cuenta. Quizás si la cuarentena no hubiese tenido lugar jamás se habrían conocido. Sin embargo, ese mismo hecho se estaba convirtiendo en una pesadilla. No poder estar cerca el uno del otro como les hubiese gustado era insoportable. Claro que ninguno había hablado abiertamente de sus sentimientos, el miedo a perder ese tiempo preciado, su aliento y combustible durante el aislamiento, los había mantenido en silencio. No obstante, un día, uno de ellos decidió expresar lo que sentía:

-¿Te acuerdas del libro que te comenté estaba leyendo?- Preguntó Alan con la mirada clavada al frente, en unos olmos cuyas copas se mecían delicadamente-.
-Sí, el de “Tan poca vida”,¿no?- le respondió Harry mientras tomaba una foto en la misma dirección.
-Sí, ese. El caso es que uno de los personajes, Jude, tuvo una infancia llena de maltratos y vejaciones. Nunca tuvo la oportunidad de saberse amado por quien era e incluso cuando por fin encontró a gente que lo aceptaba y quería, siempre buscaba la forma de boicotear sus relaciones, fustigándose a sí mismo e intentando alejarlos a toda costa antes de que ellos se diesen cuenta de que no era merecedor de ese cariño. Al final, encuentra al amor de su vida en su mejor amigo, Willem, quien a pesar de desconocer su pasado y de saber que era un ser humano con el corazón y alma rotos, lo amaba por lo que era y representaba para él en su vida. Jude, por supuesto, fue incapaz de disfrutar de ese amor y de la felicidad que venían de la mano con Willem, tan solo por miedo e inseguridad.
-Jude me da mucha pena- puntualizó Harry-, sea lo que sea que pasara. El simple hecho de no creerse merecedor de nadie y de perderse la oportunidad de ser amado es muy triste.
-Sí, eso mismo creo yo. Por eso es que ayer, antes de irme a la cama tomé una decisión que puede que me traiga consecuencias pero, la verdad ,no me gustaría que me pasase como a él- dijo Alan mirando por primera vez a Harry esa mañana-.
-¿ Me estás queriendo decir lo que creo que estás diciendo? - inquirió Harry con un tono de sorpresa y semblante serio-. Porque de ser así, me temo que...
-Me temo que te estás equivocando por completo – Alan finalizó la frase fijando la vista de nuevo en el horizonte-.
-¡Me temo que voy a ser el grano en el culo más grande e insoportable con el que hayas tenido que lidiar nunca!- continuó Harry con una sonrisa de oreja a oreja-.

Ambos tuvieron que hacer un esfuerzo monumental para no besarse, no porque no se estuviesen muriendo de ganas sino porque la situación con la que el mundo entero estaba lidiando no se los permitía y ninguno estaba dispuesto a correr riesgo alguno. Durante todo el tiempo que duraron las restricciones, hasta que la vacuna fuese encontrada y distribuida, acordaron que se sentarían cada día en un rincón apartado para hablar de sus vidas y que se mirarían a los ojos todo el tiempo para que ese lazo que había surgido se afianzara, hasta que por fin llegase el día en que pudiesen hacer y deshacer a su antojo.

Una tarde, a finales de septiembre, mientras ambos estaban en sus respectivas casas, el gobierno, en un anuncio de última hora, dijo en un comunicado oficial que la vacuna que habían estado probando durante los últimos meses había funcionado y, que a partir de ese momento, empezarían a producirla en masa para comenzar cuanto antes con el proceso de vacunación en todo el país, quedando así, por lo tanto, levantado el toque de queda.

Mientras celebraba el momento con su familia, Alan recibió un mensaje de Harry donde le decía que fuese sobre la marcha a su encuentro. Este se puso los zapatos y salió corriendo, tan solo disminuyó el ritmo cuando lo vio a lejos y siguió haciéndolo a medida que se iba aproximando.

-Espero que te hayas lavado los dientes- le dijo Harry mientras le pasaba las manos por la espalda-. Sería una lástima que me muriese por tu aliento cuando el virus no ha podido con nosotros.
-Pues supongo que tendrás que correr el riesgo- dijo Alan mientras le acariciaba finalmente la cara-.
Tras mirarse a los ojos unos instantes mientras disfrutaban por primera vez la proximidad del cuerpo del otro, se besaron, arropados por los gritos de alegría del mundo entero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Jearci Brown

Jearci Brown
Hoy han de llover estrellas porque no he de llorar por penas, hoy te haré el amor? yo, el enamorado poeta con letras de mil poemas mientras el sol paga su condena.

Archivo del blog

Powered By Blogger