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fotografia: Jonathan Rincón Correa
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La
semana número tres estaba siendo una pesadilla. No tenía nada que
hacer o a quien llamar, no porque estuvieran muertos o porque algo
malo hubiese pasado, más bien era el hecho de no tener que decir.
Solo había salido a la calle una vez durante los primeros siete días
y, a pesar de vivir en un hogar cómodo y bonito, lo cierto es que
necesitaba aire fresco.
Antes
de nada, se aseguró de que el tiempo iba a acompañarlo durante su
paseo. Si iba a caminar mejor hacerlo a temperatura ambiente que
muerto de frío o frito por el calor. Tras comprobar que su fortuna
era buena, se vistió, abrió la puerta y empezó a andar. Siempre
tuvo curiosidad por explorar una de las calles paralelas a la suya,
que estaba sin asfaltar, y que daba la sensación de haber sido
cortada de una revista de pueblos rurales y pegada en medio la locura
de una gran urbe.
El
camino era bonito, lleno de árboles y arbustos, flores que solo
nacen en momentos puntuales y mueren tan rápido como han crecido,
pájaros, ardillas y, casi seguro, algún que otro animal que
desconocía. Para su sorpresa esa mañana no había mucha gente, solo
un par de ancianos que caminaban al lado de su perro, una madre
explicándole a su hija lo que veían y casi al final del sendero,
donde tenía previsto dar la vuelta, un chico que tendría
aproximadamente su edad tomando fotos a lo que había alrededor.
Cuando se encontraba a su altura, el muchacho interrumpió su
actividad, seguramente por vergüenza, para saludarlo con una
pequeña inclinación de cabeza y una de estas sonrisas que a veces
los seres humanos gesticulamos por instinto, cuando nos vemos expuestos haciendo algo con lo que no nos sentimos totalmente
cómodos.
Él
le devolvió el saludo, por cortesía más que nada, y giró en sí
mismo para rehacer el camino de regreso. Un par de minutos más
tarde, vio que ese mismo joven venía con unos cuantos pasos de
desventaja revisando el teléfono,“posiblemente esté mirando las
fotos que ha tomado", - pensó-. Él, sin embargo, mantuvo el ritmo.
-Tranquilo
que no te estoy persiguiendo- dijo el muchacho desde donde estaba.
-Supongo
yo- contestó-. No sería muy inteligente perseguir a alguien a plena
luz del día pero claro, en los tiempos en los que vivimos el uso
excesivo del móvil está jugándole malas pasadas a más de uno.
-Si
lo que querías era llamarme lo contrario a inteligente, ya sabes,
T-O-N-T-O - dijo deletreando en un susurro- podrías ahorrarte tanta
vuelta, al fin y al cabo no nos conocemos.
-¡Exacto!
Ahora si no te importa me gustaría seguir paseando en silencio.
-Para
ser tan joven eres bastante A-N-T-I-P-Á-T-I-C-O - murmuró de
nuevo-. Eso dando por sentado que el uso excesivo del teléfono no te
la esté jugando ahora mismo, si sabes a lo que me refiero.
-¿Eres
disléxico?
-¡No,
claro que no!- Replicó el otro muchacho a toda prisa-.
-Es
que con tanto deletreo... .
-¡Está
bien! ¡tú ganas! Que tengas un buen día.
Los
dos continuaron el camino en silencio.
A
los pocos días, Alan, decidió salir de su casa de nuevo. Durante
las últimas cuarenta y ocho horas no había dejado de llover mas esa mañana
había amanecido soleada. Cuando estaba cruzando la reja que daba
acceso al camino de tierra, vio pasar al chico de la última vez,
por lo que intentó mantener el perfil bajo quedándose lo
suficientemente detrás. Sin embargo, era consciente de que un poco
más adelante tendría que encararlo puesto que el final del trayecto
no estaba muy lejos.
-¡Tú
de nuevo!¡ Qué sorpresa más agradable!- le dijo el muchacho cuando
ambos dieron la vuelta-.
-¡Madre
mía! - dijo Alan para sí mismo-.
-No,
lo digo en serio. Llevaba varios días queriendo disculparme por lo
de la última vez, por eso he venido a la misma hora desde entonces
pero apenas hoy he corrido con suerte. Me llamo Harry, por cierto.
Ese
escenario le resultó inimaginable a Alan, primero porque no esperaba
encontrárselo de nuevo y. segundo, porque recibir una disculpa no se
le había pasado ni remotamente por la cabeza.
-Está
bien- le contestó de vuelta mientras se guardaba el teléfono en el
bolsillo-, supongo que solo me queda decir gracias y pedirte perdón
también ya que ese día tampoco estuve muy fino. Por cierto, yo soy
Alan.
-¡Esto
es otra cosa! ¿Te importa si camino contigo?
-No,
claro que no. Mientras mantengas la distancia de seguridad , me
parece casi perfecto - contestó Alan con más amabilidad de la que
le hubiese gustado-.
-¿Casi
perfecto? No entiendo – replicó Harry mientras metía su teléfono
en el bolsillo delantero de su sudadera-.
-Sí,
porque lo ideal habría sido un estrechón de manos pero dadas las
circunstancias... .
-Supongo
que tienes razón. De todas maneras, esto tampoco está nada mal como
señal de tregua.
Lo
que les quedaba por delante no daba para mucho más puesto que los
dos vivían bastante cerca, cosa de la que ninguno estaba,
evidentemente, al tanto. En el poco tiempo que pasaron juntos,
hablaron de sus respectivas profesiones, de cómo llevaban la
cuarenta, de que por suerte ninguno de los dos había perdido a nadie
por el virus, de cuánto llevaban viviendo por la zona y otras
banalidades típicas de momentos como aquel. Antes de despedirse,
acordaron verse a la misma hora cada mañana.
Sus
paseos se hacían cada vez más largos, sus conversaciones más
intimas, la necesidad de verse empezaba a florecer y echar raíces.
Algo había nacido entre ellos sin que ninguno se hubiese dado
cuenta. Quizás si la cuarentena no hubiese tenido lugar jamás se
habrían conocido. Sin embargo, ese mismo hecho se estaba
convirtiendo en una pesadilla. No poder estar cerca el uno del otro
como les hubiese gustado era insoportable. Claro que ninguno había
hablado abiertamente de sus sentimientos, el miedo a perder ese
tiempo preciado, su aliento y combustible durante el aislamiento, los
había mantenido en silencio. No obstante, un día, uno de ellos
decidió expresar lo que sentía:
-¿Te
acuerdas del libro que te comenté estaba leyendo?- Preguntó Alan
con la mirada clavada al frente, en unos olmos cuyas copas se mecían
delicadamente-.
-Sí,
el de “Tan poca vida”,¿no?-
le respondió Harry mientras tomaba una foto en la misma dirección.
-Sí, ese. El caso
es que uno de los personajes, Jude, tuvo una infancia llena de
maltratos y vejaciones. Nunca tuvo la oportunidad de saberse amado
por quien era e incluso cuando por fin encontró a gente que lo
aceptaba y quería, siempre buscaba la forma de boicotear sus
relaciones, fustigándose a sí mismo e intentando alejarlos a toda
costa antes de que ellos se diesen cuenta de que no era merecedor de
ese cariño. Al final, encuentra al amor de su vida en su mejor
amigo, Willem, quien a pesar de desconocer su pasado y de saber que
era un ser humano con el corazón y alma rotos, lo amaba por lo que
era y representaba para él en su vida. Jude, por supuesto, fue
incapaz de disfrutar de ese amor y de la felicidad que venían de la
mano con Willem, tan solo por miedo e inseguridad.
-Jude me da mucha
pena- puntualizó Harry-, sea lo que sea que pasara. El simple hecho de no
creerse merecedor de nadie y de perderse la oportunidad de ser amado
es muy triste.
-Sí, eso mismo creo
yo. Por eso es que ayer, antes de irme a la cama tomé una decisión
que puede que me traiga consecuencias pero, la verdad ,no me gustaría
que me pasase como a él- dijo Alan mirando por primera vez a Harry
esa mañana-.
-¿ Me estás
queriendo decir lo que creo que estás diciendo? - inquirió Harry
con un tono de sorpresa y semblante serio-. Porque de ser así, me
temo que...
-Me temo que te
estás equivocando por completo – Alan finalizó la frase fijando
la vista de nuevo en el horizonte-.
-¡Me temo que voy a
ser el grano en el culo más grande e insoportable con el que hayas
tenido que lidiar nunca!- continuó Harry con una sonrisa de oreja a
oreja-.
Ambos tuvieron que
hacer un esfuerzo monumental para no besarse, no porque no se
estuviesen muriendo de ganas sino porque la situación con la que el
mundo entero estaba lidiando no se los permitía y ninguno estaba
dispuesto a correr riesgo alguno. Durante todo el tiempo que duraron
las restricciones, hasta que la vacuna fuese encontrada y
distribuida, acordaron que se sentarían cada día en un rincón
apartado para hablar de sus vidas y que se mirarían a los ojos todo
el tiempo para que ese lazo que había surgido se afianzara, hasta
que por fin llegase el día en que pudiesen hacer y deshacer a su
antojo.
Una tarde, a finales
de septiembre, mientras ambos estaban en sus respectivas casas, el
gobierno, en un anuncio de última hora, dijo en un comunicado
oficial que la vacuna que habían estado probando durante los últimos
meses había funcionado y, que a partir de ese momento, empezarían a
producirla en masa para comenzar cuanto antes con el proceso de
vacunación en todo el país, quedando así, por lo tanto, levantado
el toque de queda.
Mientras celebraba
el momento con su familia, Alan recibió un mensaje de Harry donde le
decía que fuese sobre la marcha a su encuentro. Este se puso los
zapatos y salió corriendo, tan solo disminuyó el ritmo cuando lo
vio a lejos y siguió haciéndolo a medida que se iba aproximando.
-Espero que te hayas
lavado los dientes- le dijo Harry mientras le pasaba las manos por la
espalda-. Sería una lástima que me muriese por tu aliento cuando el
virus no ha podido con nosotros.
-Pues supongo que
tendrás que correr el riesgo- dijo Alan mientras le acariciaba
finalmente la cara-.
Tras
mirarse a los ojos unos instantes mientras disfrutaban por primera
vez la proximidad del cuerpo del otro, se besaron, arropados por los
gritos de alegría del mundo entero.