Odio caminar solo por estos bosques, a cada paso que doy puedo sentir su aroma, puedo escuchar su voz en los silencios que componen la partitura de la melodía del viento, casi es como si pudiera tocarlo y sentir de nuevo sus brazos a mi alrededor.
Las hojas ya no están verdes, han comenzado a caerse. El frío está empezando a tomar todo el protagonismo y dentro de poco ya no podré volver a este sitio, sería un suicidio, aunque qué más daría que mi cuerpo se quedará inerte, si hace tiempo que mi corazón dejó de latir. Cuando haya pasado el invierno no volveré, ya no quedara rastro de él ni de cada recuerdo que construimos en la espesura de esta vasta extensión de árboles. Y eso no lo soportaría, al menos hoy podré despedirme y decirle adiós a él, a todo lo que vivimos bajo días de sol abrasadores.
La primera vez que lo vi fue hace cerca de 6 años, tendríamos 9 ó 10 años, no lo recuerdo con exactitud, nos hicimos muy buenos amigos. Todavía me acuerdo de nuestras aventuras imaginarias en el bosque, donde jugábamos a ser reyes de las miles de criaturas que habitaban allí, donde éramos invencibles y podíamos hacer lo que queríamos. Incluso llegamos a tener una guarida, era perfecta, nuestros padres nos ayudaron a construirla, era nuestro lugar favorito del mundo, mas él tuvo que irse y hasta este año no le volví a ver.
El reencuentro fue maravilloso. Apenas acababa de comenzar el verano y yo estaba a punto de adentrarme en el boscaje cuando de repente sentí que alguien venía detrás de mí, me giré y ahí estaba él de pie, saludándome con todo el entusiasmo del mundo, mientras la figura de mis padres y los suyos sonreían observando aquella preciosa escena. Nos dimos un fortísimo abrazo y desde ese momento supe que algo especial dentro de mí había sucedido, fue el roce de su piel y su voz, sin embargo creo que lo que de verdad me impactó fue el color de sus ojos, eran grises, con algunos destellos de un azul muy intenso. En ese momento me perdí en su mirada. Creo que él se dio cuenta de ello.
Desde entonces nos veíamos día tras día, y siempre nos encontrábamos en nuestra guarida, aquella que hace unos años nos sirvió de patio de recreo, de escenario de grandes proezas ficticias, y que en tiempo presente, fue el testigo de nuestra pasión, de nuestras hormonas, pero esos momentos son míos y nunca nadie los sabrá, están guardados en un baúl en lo más profundo de mi mente, donde ninguna persona podrá entrar o enterarse. Son nuestros y así será para siempre.
Tengo frío y será mejor que regrese a casa si no dentro de poco no podré volver, la niebla lo habrá cubierto todo y no me apetece nada que mí lugar más preciado se convierta en mi mayor pesadilla. Es curioso contemplar las cosas cuando apenas quedan atisbos del sol en el cielo, todo es siniestro, oscuro incluso da miedo. Es extraño pero me gusta. Mientras parpadeo puedo escuchar las voces que emite el silencio y perderme en cada susurro, es como si pudiera acariciar el viento, sentirlo y no únicamente tener la sensación de que se escurre a través de mis dedos. Es como si el bosque tuviera vida, casi puedo ver como mis plebeyos imaginarios marcharan tras de mí, acompañándome para darme la despedida. Me doy la vuelta para ver si están ahí pero no hay nadie, sólo quedan momentos vividos. Sigo mi camino dejándole atrás, si no lo hago me quedaré yo también y mis ojos se han secado. Ya no tienen lágrimas que derramar.
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