Me llamo Concepción, curioso nombre para una mujer de 30 años, soltera y sin futuro. Me dedico a limpiar: baños, cocinas, más baños con abundancia de heces y para cuando he terminado de limpiar eso, sigo con salones, comedores, habitaciones y vuelta a empezar ya que para cuando he llegado al final, el principio esta otra vez sucio.
Mi madre soñaba con que me convirtiera en modelo, actriz o cantante pero nada, absolutamente nada de esas profesiones me atraía, además ya era mala intentando engañar a mi madre cuando fingía que me dolía todo para no ir al instituto, como para dedicarme al mundo de la actuación. Cantando era un poco mejor, si se puede llamar así a una espiral de gallos y gallinas saliendo, cual bailarines por mi boca. Y bueno, como modelo estaba perdida, “ demasiado peso” solía decir mi madre.
En cualquier caso, era feliz, sin futuro pero feliz. Siempre tuve un hobby, si se le puede llamar así, me encantaba imaginarme la vida de las personas que viajaban conmigo en el autobús. Cada día veía a las mismas personas, con las mismas expresiones en la cara, repitiendo ropa cada dos o tres días y saludándose unos a otros con los ojos e imperceptibles movimientos de cabeza. No sé a ciencia cierta si lo hacían voluntaria o involuntariamente, el caso es que siempre se sentaban en los mismos sitios, incluso aquellos a los que no veía subirse, es decir, los que se subían antes que yo. Este era el orden:
En primer lugar, delante del todo, justo detrás del asiento del chófer, se sentaba una joven de no más de 22 años, si era mayor se conservaba muy bien. Era un poco lesbiana, al menos esa era mi sensación. Su ropa era algo masculina, igual que sus gestos y sus fugaces seguimientos de mirada cada vez que otra chica y/o mujer se subía al bus. Era muy mona: pelo rubio, ojos claros, delgada, una espalda algo amplia y una buena estatura.
Al verla me imaginaba a la típica lesbiana que va por la vida atemorizando a los demás, que se rodea de chicos con menos luces que ella para poder manipularlos y de esas que si la miras mal es capaz de que te da una paliza. También me la imaginaba sentada mucho tiempo delante del ordenador mirando fotos de tías con lascivia hasta que su cerebro, de tanta excitación, se quedara en estado de displicencia.
Justo al lado de ésta había una mujer mucho mayor, incluso mucho mayor que yo, de unos 40 ó 60 años. Estaba hecha una mierda. Llena de arrugas, pelo totalmente rebujado, ojeras hasta los tobillos y un jersey negro de cuello alto lleno de pelusas. No era una mujer muy amable, de hecho creo que nunca he conocido a nadie menos amable que ella. Recuerdo un día en el que una anciana que llevaba la muerte en la chepa y que estaba cargada de bolsas hasta la misma, se balanceaba como un columpio roto en el pasillo del autobús, la pobre vieja estuvo a punto de caerse y la señora que no era muy amable, la miro de reojo, puso cara de limón y dirigió su mirada hacia la calle. Ahora es cuando digo que yo me puse de píe para dejar sentar a la pobre mujer, mas cuando fui a ayudarla con las bolsas para traerla hasta donde estaba yo sentada, al llegar un hombre con sobrepeso se había adjudicado mi sitio.
A la señora de pocos amigos, me la imaginaba en la cocina, en un ambiente sombrío, con el marido en el salón bebiendo cerveza como un cosaco y gritándole para que le llevara el resto de alcohol que quedaba en la nevera. Mientras tanto ella le lanzaba injurias por lo bajo para evitar que él la escuchara y le pegara una paliza. También pensaba que sus ojeras se debían a las largas noches que pasaba intentando controlar las nauseas que le provocaba su ebrio marido, e intentaba encontrar la manera de llegar a final de mes con un único sueldo de mierda.
Había un par de muchachos que se subían en el bus a primera hora, con unas mochilas que tenían toda la pinta de pesar media tonelada cada una. Estaban un poco jorobados, seguramente por el peso que soportaban en sus espaldas. Eran increíblemente guapos, medirían 1,70 ó 1,80 eran morenos, uno más que otro, sin barros ni una barriga que sobresaliera por debajo de la camisa. A mí me parecía que estaban enamorados pero que no lo sabían. Sólo había que observalos con un poco de cuidado para darse cuenta: las miradas, las sonrisas de complicidad, como se miraban entre ellos cuando uno no estaba prestando atención. En fin, muchos detalles sólo al alcance de mujeres tan observadoras e intuitivas como yo.
A estos me los imaginaba teniendo sueños erótico-pornográficos, masturbándose pensando en lo que le harían a su amigo en el caso de que tuvieran la oportunidad, y llorando muchas veces por la falta de valor para dejar salir a la luz todo lo que había detrás de esas duras apariencias de chulos de barrio.
Y hay muchas más personas, cada cual con sus historias, todas inventadas por mí por supuesto, mas son muchas historias y personas para poder contarlas del tirón. Además que mi viaje dura únicamente 30 minutos y ya llevo casi 28 en esta nimiedad. Igual algún día os cuento el resto. Se me olvidó deciros que soy licenciada en filología hispánica pero con la cantidad de profesores que hay de lengua sueltos por ahí no he podido encontrar trabajo como docente. Soy feliz limpiando, a veces me pregunto quién es más feliz, si todos ellos que me impiden conseguir una plaza y que diariamente aguantan a niños y no tan niños impertinentes y ruidosos, o yo, que me dedico a limpiar la mierda de otros, a mi ritmo, y de vez en cuando aguanto a una jefa quisquillosa, de esas que se quejan por que hay polvo pero que no han cogido una bayeta en su vida. Si algún día conozco a un profesional de la enseñanza se lo preguntaré.
Me encanta subirme en los medios de transporte públicos, es mejor que leer un libro, siempre tienes historias nuevas que contar, te afrentas a situaciones pudorosas y bochornosas, te expones a que te empujen, te roben, te insulten... es algo magnifico. Si mi madre pudiera leerme el pensamiento se removería en su tumba llena de furia, una hija con esas ideas tan alejadas de las de ella se le antojarían inconcebibles. Pobre mujer.
He llegado a mi parada, si volvemos a coincidir en otra ocasión prometo contarte otra historia pero no te sorprendas si igual es la tuya, no olvides que soy una mujer muy observadora.
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