No recordaba con exactitud aquel día, ese en el que por primera vez nuestros ojos se encontraron reflejando una futura vida juntos. Fue como un reminiscencia, como una vida que ya habíamos compartido y que el destino se había encargado de volver unir en dos cuerpos diferentes pero al mismo tiempo tan idénticos como dos gotas de agua puras y cristalinas. Incluso he podido percibir ese aroma a brisa marina que preponderaba aquella tarde mientras paseábamos por la avenida junto al mar. También he recordado aquella pequeña calle tan diferente y llena de encanto, que parecía recortada de una revista de algún recóndito lugar nada parecido a esta pequeña ciudad. Ahí nos dimos el primer beso, uno que nos uniría y nos marcaría el resto de nuestras vidas. Algo nació en ese preciso instante, lo supe desde que le vi en carne y hueso, presentí que él sería el único, el inolvidable, el que traería consigo un torrente de nuevos sueños, sentimientos e ilusiones, él que se quedaría conmigo incluso si un día, como el que nos conocimos, no le tuviera conmigo.
Me enamoré desde que le vi, quizá suene arriesgado, como una partida de póquer en la que te juegas toda tu vida al azar, mas fue así. ¿Has tenido la sensación de un vacío tan inmenso que parece que se cierne sobre ti y te arrastra con él, paralizándote de arriba a abajo? Pues si la has experimentado quizá y sólo quizá seas capaz de entender un poquito ese cúmulo de sentimientos que me abordaban cada vez que le veía alejarse de mí. Cada despedida era un suplicio, nunca se lo dije porque presentía que él vivía lo mismo. Ese último beso de adiós, ese último roce de nuestras manos justo antes de separarse, esa incertidumbre de no saber si le vas a volver a ver mientas tu mente trabaja a toda marcha para guardar en lo más profundo esa imagen, ese momento.
¿Sabes? Muchas veces cuando estaba a su lado, en los momentos en los que ninguno de los dos decía nada, creo que nunca hizo falta pronunciar una mínima palabra ya que una caricia, una mirada rápida, un pequeño roce, nos ayudaban a recordar que todo lo que teníamos era cierto, era real, que estábamos el uno junto al otro y eso le daba a las palabras un matiz de estorbo, de nimiedad ante un amor tan grande, porque si las palabras no eran capaces se describir todo lo que significaba aquello, entonces no merecían la pena intentar expresarlas.
Nos hicimos muchos juramentos que como todo en la vida se esfumarían porque son sólo eso, juramentos banales y sin sentido, pero que en el mismo instante de pronunciarlos se convertían en algo inquebrantable, perpetuo.
Hoy he podido recordar muchas imágenes que creía olvidadas en la inmensidad del tiempo, como aquellas frente al televisor mientras veíamos y disfrutábamos de películas que para mí nadie podría vivir como lo hacíamos él y yo. Esa atmósfera de magia y complicidad que se creaba cuando el largometraje era de grandes romances y nos hacía recordar cuan grande era nuestro amor.
Es impredecible lo que nos depara la vida, de repente pensamos que lo tenemos todo y súbitamente nos damos cuenta de que realmente no tenemos nada, que todo lo que nos parecía importante y nos daba seguridad se ha esfumado cuando se pierde al ser amado. Después de eso mueres. Sigues respirando, asintiendo, moviéndote, mas sabes que en el fondo tu cuerpo se ha convertido en materia inerte, sin vida.
Hace ya mucho tiempo que le perdí, he vuelto a conocer a otros, he hecho mi vida con otros, pero siempre he sido suyo, desde el momento en que poso sus labios sobre los míos y me rodeo con sus brazos. No he vuelto a saber nada de él, mas eso me ha ayudado a mantenerlo siempre en mi mente, a imaginarme qué estaría haciendo en un minuto y lugar determinado, a soñar con lo que habría sido de nuestras vidas de haber seguido juntos, me ayudo a amarle y a confiar en que en mi próxima vida el destino se encargaría otra vez de cruzar nuestros caminos y, de esa manera, la espera se ha hecho más corta y llevadera. Dentro de no mucho mis ojos se cerrarán para no volverse a abrir, nunca he deseado algo con tantas ganas, y eso es únicamente porque sé que él está ahí, esperando por mi llegada, como yo he esperado desde su partida.
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