Hoy tengo el presentimiento de que no será una noche cualquiera; hoy será distinta pese a que todo está donde se supone debería estar: mi padre reponiendo fuerzas tras una larga jornada, mi madre y hermanos durmiendo bajo gruesas mantas para resguardarse del frío anglosajón, mis abuelos y tíos a punto de cenar al otro lado del mundo, a salvo de la crueldad que tiene lugar fuera, mi mejor amiga en la ciudad Condal a unos pocos minutos de mi mejor amigo y yo, entre tanto, aquí, sintiendo como el cielo se me echa encima, despojado totalmente de las lucecitas que desprenden las estrellas cuando están presentes.
Sé que será diferente a pesar
de que ellas acaban de dejarme en casa, de que él, futuro candidato a amigo, con quien hablo con mayor asiduidad que con otros que conozco de siempre , deja sus libros para meterse en cama a descansar. En ese
sentido, hay una alteración, no muy grande pero si con suficiente notoriedad
como para hacerme sentir dichoso ya que son muy pocas la veces en la vida en
las que sentimos una confianza y un aprecio grande, puro y desinteresado por
alguien; al fin y al cabo así se supone deber ser la amistad.
Hace poco más de dos semanas escribí
sobre un hombre cuya perspectiva de la vida era del todo nefasta, lo concebí
como un ser frío y sumamente realista o quizás la palabra correcta a emplear
seria un crápula en toda regla. Era capaz de ver la banalidad y crueldad que
apenas hace unos minutos empezó a invadir mi cuerpo, la inmensidad de un oscuro
velo que cubre a la humanidad. Detestaba al ser humano, su bondad y ahora,
mientras rememoro lo que dijo, no puedo más que darle la razón.
Cuánto daño y sufrimiento
hemos causado y autoinfligido, cuántas almas hemos arrancado de sus cuerpos
que cerúleos descansan sobre el piso sucio, cuántas lágrimas hemos derramado y
provocado en otros… Seguro que tantas como milímetros cúbicos de agua bañan La Tierra.
Hoy más que nunca tengo
presente, sin haberlo olvidado antes, de lo que somos capaces.
Esta noche cuando me vaya a
dormir, me meteré entre mis sábanas violetas y me acurrucaré hecho un ovillo
para entrar en calor, sintiendo como la calidez de mi nórdico me acuna, mientras
en mi mente la melodía de mi canción favorita empieza a tararearse como cada
noche, arrullándome, hasta que mis ojos se cierren para abrirse de nuevo al
alba. Sobre todo, me rendiré ante el sueño, con una sensación más fuerte y
preciada que cualquier otra que pueda deambular de mis puertas para adentro: la
fortuna. Fortuna por tener seres que me quieren bien, por vivir en un sitio
donde todo está discretamente en calma, por tener seres a los que entregarles
mi amor, por tener la posibilidad de darlo a otros nuevos que el destino pondrá
en mi camino…
¿Existe a caso un sentimiento
mejor que ese?
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