31 ene 2014

Otros rumbos.



Hoy tengo el presentimiento de que no será una noche cualquiera; hoy será distinta pese a que todo está donde se supone debería estar: mi padre reponiendo fuerzas tras una larga jornada, mi madre y hermanos durmiendo bajo gruesas mantas para resguardarse del frío anglosajón, mis abuelos y tíos a punto de cenar al otro lado del mundo, a salvo de la crueldad que tiene lugar fuera,  mi mejor amiga en la ciudad Condal a unos pocos minutos de mi mejor amigo y yo, entre tanto, aquí, sintiendo como el cielo se me echa encima, despojado totalmente de las lucecitas que desprenden las estrellas cuando están presentes.

Sé que será diferente a pesar de que ellas acaban de dejarme en casa, de que él, futuro candidato a amigo, con quien hablo con mayor asiduidad que con otros que conozco de siempre , deja sus libros para meterse en cama a descansar. En ese sentido, hay una alteración, no muy grande pero si con suficiente notoriedad como para hacerme sentir dichoso ya que son muy pocas la veces en la vida en las que sentimos una confianza y un aprecio grande, puro y desinteresado por alguien; al fin y al cabo así se supone deber ser la amistad.

Hace poco más de dos semanas escribí sobre un hombre cuya perspectiva de la vida era del todo nefasta, lo concebí como un ser frío y sumamente realista o quizás la palabra correcta a emplear seria un crápula en toda regla. Era capaz de ver la banalidad y crueldad que apenas hace unos minutos empezó a invadir mi cuerpo, la inmensidad de un oscuro velo que cubre a la humanidad.  Detestaba al ser humano, su bondad y ahora, mientras rememoro lo que dijo, no puedo más que darle la razón.

Cuánto daño y sufrimiento hemos causado y autoinfligido, cuántas almas hemos arrancado de sus cuerpos que cerúleos descansan sobre el piso sucio, cuántas lágrimas hemos derramado y provocado en otros… Seguro que tantas como milímetros cúbicos de agua bañan La Tierra.

Hoy más que nunca tengo presente, sin haberlo olvidado antes, de lo que somos capaces.

Esta noche cuando me vaya a dormir, me meteré entre mis sábanas violetas y me acurrucaré hecho un ovillo para entrar en calor, sintiendo como la calidez de mi nórdico me acuna, mientras en mi mente la melodía de mi canción favorita empieza a tararearse como cada noche, arrullándome, hasta que mis ojos se cierren para abrirse de nuevo al alba. Sobre todo, me rendiré ante el sueño, con una sensación más fuerte y preciada que cualquier otra que pueda deambular de mis puertas para adentro: la fortuna. Fortuna por tener seres que me quieren bien, por vivir en un sitio donde todo está discretamente en calma, por tener seres a los que entregarles mi amor, por tener la posibilidad de darlo a otros nuevos que el destino pondrá en mi camino…

¿Existe a caso un sentimiento mejor que ese?

Lo dicho, será una noche distinta porque por primera vez, desde hace mucho tiempo, vuelvo a sentirme en contacto con la esencia del ser humano: nuestra capacidad para decidir si amar o dañar. Yo me decanto por amar.

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Jearci Brown

Jearci Brown
Hoy han de llover estrellas porque no he de llorar por penas, hoy te haré el amor? yo, el enamorado poeta con letras de mil poemas mientras el sol paga su condena.

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