20 dic 2012

Un elegante traje de grietas



Cuatro estaciones han pasado desde tu partida
Y cuatro fueron las palabras de despedida
De la tuya, no la mía
Yo me quedé como vela a media asta
Como capitán sin barco
Como océano sin viento, inmóvil
Casi como a la espera
Como arena blanca que anhela brisa.

Me volví alma de yeso con elegante traje de grietas
Miles de pequeñas gotas de agua se adentraron en ellas
Intentando limpiarla, arrastrar tu huella
Y un cálido día de época de sol y sequía, ceso la lluvia
Con solo una palabra
Una de las tuyas, no de las mías.

Entonces aparqué tu nombre en el tiempo
Y te dejé atado al pasado
Te convertí en recuerdo
Hasta que un buen día, con los primeros rayos de luna
Todo lo que habías sido se convirtió en atisbo
Quedándote en un pequeño lugar de mi memoria.

En frías noches como esta
Cuando mi boca saborea tus letras
Pienso en ti con ternura
Y flashes del principio
Como aquel primer tímido beso tuyo
En las entrañas del silencioso edificio testigo de vidas ficticias
O aquel San Valentín en el que nos amamos a la luz de las velas
Vuelven a mí para enseñarme
Que en mis adentros solo quedan cicatrices de una vida pretérita.

24 nov 2012

6 letras


Ligera y plena brillas hoy
Ondulas grácil como una pluma que arrastra el viento
Ríes y tu eco llena cada recoveco
Endulzas con tus gestos los míos
Nublas todo y te conviertes en mis ojos
Avanzas y el mundo se para a admirarte en silencio

Eres fuerza en las derrotas
Y te vuelves fe aunque no crea
Te trasformas en mi voz cuando no encuentro las palabras
Y me faltan las palabras cuando estás cerca.

Sé que un día te irás
Y que emprenderás un viaje sin vuelta
Y sé que no te irás muy lejos
Más bien te quedarás en mis adentros
A la izquierda
Y allí vivirás expectante
Como solo una madre lo hace
En la puerta de casa
Esperando a que sus hijos vuelvan de la escuela.


31 ago 2012

Final sin memoria.



Vacío, es todo cuanto me queda
Y su eco, pulcro e intacto
Y mi cuerpo, seco y mustio 
Como charca árida de una estación calurosa.

Tiempo perdido, es todo cuanto siento
Y desdicha, serena y paciente
Y un alma muerta y rota
Como luz de vela extinguida al viento.

Displicencia, es todo cuanto recuerdo
Y mis ojos, derramados y olvidados
Y su pleitesía, inmaculada y fingida
Como sonrisa apacible en días de guerra interna.

Unos versos inacabados, es todo cuanto tengo
Y una caja de recuerdos, bellos y polvorientos
Y un final sin memoria
Como un segundo vacío, displicente y sin tiempo.

15 jun 2012

La certeza de una historia cierta



Cuentan de mí muchas historias, algunas son tan fantasiosas que llegan a rondar el borde de lo absurdo, otras, sin embargo, son tan ciertas y contadas con tanta minuciosidad que parece que fuese yo mismo quien las narrara al mundo, mas nada de nada ha estado más lejos de la realidad.

Desde que nací fui muy diferente al resto: tamaño, ideas, belleza y un sinfín de etcéteras que de enumerarlos sería la lista más larga jamás elaborada.  Todo cuanto puedo decir de mí es que nací una noche de domingo, en un año bisiesto y que cumplo años cada cuatro. Según mis cálculos hoy cumpliría 5 años y es, precisamente, ese el motivo por el que he decidido contar yo mismo mi historia, sin adorno ni floritura alguna, omitiendo onomatopeyas, hipérboles y demás tecnicismos que de nada valdrían.

Se me olvidó decir que mi madre era una duende y mi padre un elfo. Y si, soy un enano con la belleza de un elfo. Aunque este aspecto de mi vida sólo lo conoce mi familia ya que de cara a la sociedad  soy un humano común y corriente.

Como bien dije antes, y para aquellos que no lo hayan entendido, vine al mundo un domingo por la noche, exactamente a las 00:00:00, justo en la hora que deja de ser 28 de febrero para dar paso al 29 de ese mismo mes.  Mi parto no fue doloroso ni el embarazo difícil, de hecho a mi querida madre ni siquiera se le hubiera notado que estaba en estado a no ser porque mis padres tuvieron la genial idea de trasladarse del todo al plano humano y allí, como todos sabrán, la sociedad vive en un continúo circulo de apariencias. Mis padres no iban a ser menos. 

Para los humanos mi madre era  una embarazada común y corriente y, como podrán empezar a suponer,  mi parto fue un espectáculo desde el principio hasta el final: gritos y llantos fingidos, insultos gratuitos y una mujer tan falaz y soez que podría haber corrompido al mismísimo Lucifer.  Mi padre, como no, montó un show menos notorio pero a la altura de un padre que se precie y con embarazo psicológico: nauseas, vómitos, desmayos y cualquier comportamiento que rozara lo histriónico.

Lo único verdadero de mi bienvenida al mundo fueron las lágrimas de gozo porque he decir en su defensa que fui un bebé querido y ansiado.

Como mis progenitores, ante la sociedad yo era un bebé normal, pero ante sus ojos  era algo más enjuto de lo que debería haber sido. Con el paso de los años… y antes de seguir con mi historia he de hacer un pequeño paréntesis  para aclarar algo  (por órdenes y deseos propios, sólo y digo “sólo” refiriéndome a “exclusivamente” , celebro mi cumpleaños los años bisiestos) … con el paso de los años me transforme en un niño perspicaz, locuaz y extremadamente precoz, claro está que, en teoría, tengo cinco años, aunque puestos a ser francos y razonables tengo veinte, eso daría sentido a la información que acabo de proporcionaros.

Debido a mi escaso tamaño tanto el ficticio (el humano) y el real (resultante de madre duende y padre elfo) me costó un poco más encontrar mi sitio en el mundo y es que los niños y las niñas humanas y sobrenaturales podían llegar a ser muy crueles y, como consecuencia, no tenía muchos amigos. Cuando decidí buscarme un trabajo para pagarme mis propios caprichos, porque he decir que soy una persona instruida y sabia a pesar de no ir a la universidad, tuve ciertas dificultades puesto que nadie quería contratar a un adulto con enanismo por muy guapo, inteligente y sabio que pudiese llegar a ser.

Respecto a mi “problema” tengo que decir  que nunca me supuso un contra sino más bien un pro pero supongo que debe ser porque quien nace de cierta manera, en cierto grado, llega aceptarse con cierta resignación y cierto amor propio, y es que de haber sido de otro modo, ciertamente no habría podido vivir con cierta tranquilidad y felicidad. Y hablando de ciertos, es totalmente verdad cuando digo que desprendo mucho amor propio.

Después de tantos circunloquios he de empezar a concretar.

Una tarde, mientras veía un programa de esos tan absurdos con los que los humanos parecen disfrutar como una noche pasional,  escuché como en la calle un coche con  megáfono transmitía la noticia al vecindario de que uno de los circos más grandes del mundo vendría a pasar una larga temporada en la ciudad y, en ese preciso momento, esos en los que tienes la certeza de que el destino te ha metido los dedos en los ojos para ayudarte a ver tu potencial futuro, decidí ponerme en marcha a tan inhóspito lugar.

Heme pues que partí hacia el emplazamiento del circo y no os podéis imaginar lo impresionante que me resultó el ir aproximándome cada vez más. Desde más de un kilometro de distancia se podía avistar un gran techo hecho de globos de helio con las palabras  “Welcome”, “Bienvenido”, “Willkomen”,”Benvenuto”  y así, un gran numero de palabras que venían a ser lo mismo.

Cuando me encontraba a medio kilometro de distancia contemplé como dos grandes torres rojas, de aspecto medieval, se alzaban ante un pórtico que daba paso al interior, acompañadas de una gran muralla azul que rodeaba todo el emplazamiento, desde fuera se percibía en el aire el olor de algodón de azúcar recién hecho, palomitas de colores, manzanas caramelizadas y todos los dulces con los que alguien pueda soñar. Se oía el sonido de trompetas, ruidos de animales, gritos de los domadores, las eufóricas  celebraciones de los espectadores cuando algo increíble debía de tener lugar, en fin, se sentía que el lugar estaba más vivo que una selva en plena noche.

Atravesé la puerta de la entrada, protegida por dos mujeres algo rellenitas, con los mofletes pintados de rosa  y con largos y anchos vestidos rojos que cubrían desde sus hombros hasta el suelo, pegadas con los brazos en cruz a las torres en un intento de camuflarse con el color de éstas, y con los ojos muy abiertos para no perderse ni el detalle más nimio de cuanto se aproximaba a ellas. Mi sorpresa fue cuando en un vehemente movimiento les levanté el vestido para aliviar mi curiosidad, en cuanto al tamaño de estas se refería,  y me topé con unos sancos de tamaño descomunal.

Exaltado me adentré en ese maravilloso mundo con el objetivo de encararme con el dueño para pedirle trabajo. Pregunté en cada puesto de dulces que había, a los animales, porque al ser hijo de un elfo no me supone ninguna dificultad, a un grupo de payasos que muy simpáticamente me dijeron que no sabían donde estaba, a dos domadores que estaban ensayando un nuevo número encima de un elefante pero resultó inútil. Nadie conocía su actual paradero.

Entré en la carpa, ahora vacía puesto que era el periodo de entre shows, mas dentro únicamente había columpios violetas que supuse harían de asientos para el público y que rodeaban un gran escenario redondo suspendido en el aire y sujetado por unas cuerdas de apariencia delicada por cada uno de sus lados, y unas escaleras  en el centro del mismo que se hundían en las profundidades debajo de éste. 

Debido a ese motivo decidí subirme al columpio más próximo a la tarima, balancearme con todas mis fuerzas y saltar en el momento clave. Casi pierdo la vida pero lo conseguí.  Cuando me encontraba más recuperado del shock que me supuso ese salto vertiginoso, de un brinco me puse en píe y  eché a correr al epicentro del circulo, descendí por las escaleras llegando  una habitación donde no había nadie, por haber no había ni luz.  Resignado y deprimido me dispuse a subir de nuevo y a marcharme a casa dejando atrás la certeza que con la que salí de ella, cuando sentí que no estaba sólo, que allí, en uno de los extremos, oculto en la oscuridad había alguien observándome. Decidí esperar.

No sé cuánto tiempo pase al lado de la escalera hasta que lo que sea que hubiese allí haciéndome compañía decidiera dar la cara y presentarse como es debido.  Y como no, finalmente, el ser, más diminuto que un diminuto, sonrió y se dejó ver.

Tras una calurosa y rara presentación, y lejos de dar más vueltas al tema con adornos literarios,  el hombre,  que resultó ser el dueño del lugar, decidió contratarme porque decía que tenía algo especial que no todo el mundo era capaz de ver. Yo, en mis adentros, pensé que era el hijo un enano con enanismo y que podía verme tal y cual era en realidad.

Encontré mi sitio y aprovechándome de la deidad que da ser un ser sobrenatural,  y digo deidad no porque sea un dios sino por la gracia que da la dinastía, me convertí en todo cuanto había soñado sin saber que lo soñaba: mago, malabarista, trovador, payaso, etcétera, etcétera, di paso a un sinfín de historias de personas que venían al circo y se convertían en testigos de mis hazañas.

Así que ya veis, ésta es mi verdadera historia, con algún que otro adorno, porque no creo que os hayáis tragado eso de que no iba a emplear ninguno,  una cualquiera, eso si sois capaces de obviar que no soy un ser común, así os pido el favor de que si algún día, en algún lugar, escucháis mi historia, no la verdadera sino una con florituras,  contéis la que yo os he legado porque sabéis que cuando se es conocedor de la verdad siempre hay que decirla o eso decía mi abuela la elfo en uno de sus ataques de sabiduría.

Fin.




12 may 2012

3:00 AM



Se pudo escuchar la propia voz de las sombras y al mismo tiempo su eco. Se pudo ver como danzaba en las tinieblas en las cuatro direcciones cardinales, ondulando sus movimientos casi deslizándose con la gracia con la que un cisne se desplaza sobre el agua. Se  pudo oler una fragancia a podredumbre que contaminaba toda la estancia, impregnándolo todo de su fétido y nefasto olor. Pude sentirlo.

Esta noche, a las tres de la mañana, cuando la noche esta plena y rebosante de sí misma, algo me sacó de mi sueño. Vi que algo se dibujaba en los rincones de mi habitación, observándome como al asecho, esperando agazapado para levantarse con furia y fuerza. Sin piedad.  Ese algo me arrancó de mi mismo, me envistió, se reveló.  Me incorporé dentro de la cama mientras miraba todo a mi alrededor, escudriñando cada milímetro de las cuatro paredes a las que servía de epicentro aunque únicamente había muebles, cortinas, adornos y espejos. Y yo.

Busqué con las manos el interruptor de la luz y cuando di con su paradero, situado justo a mis espaldas, lo pulsé pero no obtuve ningún destello que alumbrase el dormitorio.  Y fue entonces cuando fui atacado y vencido de forma simultanea.

Arremetió contra mí, estrujando mi cuerpo contra la pared, sentí algo húmedo recorriendo mi cuello y, en mi intento por averiguar qué me sacudía, vislumbre una especie de cabeza situada a la altura de mi cuello:
-¡Para! - le grité-. Se detuvo sin vacilaciones. Luego miré con detenimiento debajo de mi cabeza y ahí había algo, brillante y penetrante. Eran dos ojos tan negros como la propia oscuridad que vestía la escena. Un largo escalofrío trepó por mi columna y se prolongó hasta mis extremidades, terminando de espantarme, aniquilando los amagos de frialdad con los que intentaba afrontar la situación.

Intenté gritar pero ahogó mi voz en su propia garganta, posando sus labios, si es que era eso lo que creí reconocer,  sobre los míos. Acto seguido, con la mayor rapidez con la que puede desplazar cualquier cuerpo tangible, luminoso o sonoro, colocó su cabeza en mis hombros y me dijo algo al oído. En esta ocasión mi propio cuerpo enmudeció mi grito. No conseguí articular palabra.

Aquella voz me dijo en un susurro cercano que yo sería quien difundiría el miedo, que conmigo empezaría una nueva era de terror y de creencias donde lo verdadero y lo bueno sería el mal y lo malo y falaz el bien. Me dijo que ese era el presente y el futuro que los propios humanos habíamos construido con nuestros actos: guerras, masacres, mentiras, torturas, envidias, malos deseos, falsas promesas, avaricia, sed de venganza, entre otras cosas más que no consigo recordar. Dijo que él era el mecenas y yo sería su Madame , su instrumento, su canal para llegar a los demás y que esa era la primera de un sinfín de visitas que terminarían en el mismo momento en el que se cansara de su juego, que él era el rey y nosotros, especialmente yo, sus vasallos. Entonces fue cuando tiró de mi cuerpo, paralizado por el miedo y lo inverosímil, arrastrándolo hasta la ventana y allí me liberó.

Fuera, en la calle, no había señal de movimiento, sólo las luces de la calle que parecían proyectarse hacia en frente de mi ventana. Ahí abajo habían apostados cuatro caballos: uno blanco, uno rojo, uno negro y uno bayo. Dominándolos, sentados en sus lomos, se distinguían cuatro sombras con varios objetos entre sus manos: un arco,  una espada, una balanza y el último parecía no portar nada. Los cuatro me miraron, hicieron lo que me pareció una reverencia y, posteriormente, desaparecieron, como si nunca hubieran estado allí.

Me acurruqué ante la ventana, con las luces encendidas ya que el interruptor estaba pulsado, hasta la mañana siguiente o eso creo.

Después no volví a ser consciente de nada.

A veces, ese ser viene a visitarme para contarme lo que ocurre en el exterior, porque mi cubículo blanco y acolchado me impide salir a la calle. Me narra los horrores que comete y, de vez en cuando, deja algún que otro mensaje que yo me empeño en difundir pero mi voz no es capaz de traspasar la puerta que me separa de la realidad en la que creen vivir los demás.

Esta noche, o a lo que yo atribuyo esa definición según mi noción del trascurso de las horas  en este lugar, dijo que vendría a liberarme de mis ataduras, a hacerme una oferta que no rechazaría. Supongo que me quiere a su lado y que dará por terminado su juego.

7 may 2012

Una realidad inoportuna.





No hace ni poco más de media hora que Sara salió de su trabajo, de Subsecretaria de Dirección de una multinacional de moda con sede en Madrid. Se encontraba realmente agotada ya que su jornada había sido extraordinariamente pesada: a primera hora de la mañana tuvo que redactar dos informes de un par de reuniones de los dos últimos días que su jefe le pidió nada más entrar por la puerta del despacho. Tras los informes tuvo que acompañar a su jefe, un homosexual déspota y prepotente, a la presentación de la nueva temporada por parte de nuevos talentos que empezaban a tener renombre como diseñadores. Todo esto antes de la hora de la comida. Por la tarde,  estuvo presente en los arreglos para una cena que, una vez se marchara todo el personal prescindible, empezaría y que tenía que ir como los chorros del oro ya que del ágape dependería la inversión de nuevos patrocinadores para la próxima  campaña que estaba preparando la empresa en España, por lo que la cantidad en juego era descomunal. Así que, habiendo desempeñado su labor en la compañía con todo el éxito y mérito que le correspondía, Sara empezaba a bajar las escaleras mecánicas de la parada de metro de Sol.

Descendió las cuatro plantas que le correspondían para coger el tren con destino Atocha y, luego, hacer el trasbordo monótono hacia Fuenlabrada.  En la primera parada, es decir, la de Sol, se encontró con la sorpresa de unas dependencias totalmente vacías. Aún faltaban 7 minutos para que pasara el próximo tren. 

Estaba impaciente y sobresaltada, como siempre que le ocurría cuando algo que no acompañaba a su repetitiva vida diaria se salía de lo “normal”. En el andén del frente, para el que nunca ha estado en la mencionada estación, sólo hay un par de los susodichos, ella no paraba de ver sombras y siluetas de personas que, en apariencia, descendían las escaleras para llegar al mismo, mas lo cierto es que no había nadie, solo luces y las consecuentes figuras que se dibujan en su ausencia.  Faltaban dos minutos.

Ahora escucha voces pero no  molestan la ya perturbada escena  -es lo normal-  piensa ella- al fin y al cabo es una parada de trenes-.  Oye como el poco aire, que corre por el amplio pasillo que se alza por encima de su cabeza y que baja temeroso de caerse a los carriles,  viene acompañado por suaves sonidos que parecen acercarse. Hay algo que no le gusta en esas voces,  no está segura de si son las palabras que creyó entender o el tono en que fueron dichas, el caso es que decidió borrarlas con la misma rapidez con la que fueron detectadas. Al fin el tren ha llegado.

Se subió corriendo y se sitúo  justo en el grupo de sillas que hay a la izquierda, cerca de la puerta, para poder vigilarlo todo.  Entró tan ensimismada y asustada que no reparó en la preponderante ausencia de personas en el vagón. El tren tardó justo ciento ochenta segundos en llegar a Atocha.  Sara se pasó el corto trayecto escuchando música, intentando que su cabeza no divagase demasiado en lo que le estaba pasando. No podía permitírselo. Sería demasiada presión e impresión que echarse a la espalda.

Salió corriendo del tren, subió las escaleras y caminó apresuradamente hacia el andén número nueve, cuyo letrero le enviaba, con el vaivén del mensaje,  que estaba apunto de perderlo. Bajó las escaleras de nuevo y llegó con un margen de diferencia suficiente para darse cuenta de que allí tampoco había nadie.  Sin embargo, parece que el aire gélido de la noche sigue trayéndole consigo voces de desconocidos. Al subirse al tren sintió un vuelco en el corazón y como las luces del mismo le deslumbran hasta casi cegarla.  Se sentó, muerta de frío, pálida por lo que acababa de pasarle, muerta de terror ante la fachada macabra de las circunstancias. Volvió a ponerse los auriculares, mas en esta ocasión no tuvieron el mismo efecto tranquilizador.

Mientras estaba sentada sintió el roce que produce el pasar de la gente por los lados, nota el pararse y sentarse de éstos cada vez que el tren llega a una nueva parada, escucha las palabras de encuentros inesperados y de despedidas. Tiene la certeza de que el vagón, a pesar de estar despoblado, esta vivo. Está a una parada de su casa.

Una vez el tren hubo llegado a su destino y tan deprisa como le fue posible, salió disparada de la estación.  Descendió las escaleras, pasó el tique por la máquina correspondiente y, en movimiento ascendente, atravesó el último tramo de escaleras que la separaban de la salida de la Estación de Fuenlabrada Central y la seguridad de su casa. Caminó, una vez en la calle, casi con amagos de trote hacia su hogar, dobló la esquina que le faltaba en su trayecto y, al llegar por fin a su portal, metió la mano en su bolso para coger las llaves sin lograr hacerse con el tacto de las susodichas. Estaba desesperada, tanto que no se le pasó por la cabeza la opción de llamar al timbre y cuando ya estaba al límite que existe entre la cordura y la locura,  la puerta  se abrió aunque seguía sin haber nadie.  Escuchó lamentos que provenía de dentro, así que entró y, acto seguido, la puerta se cerró tras ella. 

La casa estaba despoblada. Sólo permanecían en su sitio los olores y los ruidos característicos del que son poseedores sus habitantes.

Se metió en la cama para intentar dormir, creyó que no lo conseguiría pero nada más rozar su cabeza la almohada cayó rendida.

Al acostarse tenía la firme creencia de que para cuando se despertará a la mañana siguiente, en la cocina de su casa la esperaría el olor a café con leche y a tostadas con mantequilla que le preparaba su compañera de piso para desayunar cada día. No había rastros ni restos de actividad humana.  Se dirigió al salón y encima de la mesa de centro se topó con una factura y una dirección. Seguro que allí encontraría a su amiga, Alba -pensó en su interior-  y le podría contar todo lo que le estaba sucediendo.

Cuando se disponía a salir de nuevo, sonó el teléfono fijo pero decidió no prestarle atención, de modo que continúo con su camino hacia la puerta, sin embargo, antes de abrirla, lo que escuchó hizo que se detuviera en seco. Paulatinamente, se encaminó al salón, le dio al botón de la grabadora del buzón de voz y tomó asiento para escuchar de nuevo el mensaje:

“Alba, el velatorio de Sara se va celebrar finalmente en casa de sus padres, por favor ven cuanto antes, mis padres quieren que estés junto a ellos desde el principio, sinceramente, yo también lo deseo. No tardes. Te quiero”

Sara se quedó sentada, asimilando lo que acababa de escuchar, cavilando e intentando entender lo que se alzaba ante sus ojos. Lo comprendió todo: las voces ocultas, la soledad de las calles, el frío interminable…
                
Permaneció en la misma posición, con el amago de una larga espera.




29 abr 2012

Repaso de una vida vivida




A veces, aquí sentado, en este banco, viejo y desgatado por el paso del tiempo y la corrosión del ciclo natural de las cosas, pienso en la manera en que las personas vamos evolucionando, convirtiéndonos en cosas que antaño rechazábamos por el mal intrínseco que llevaban consigo y, en otras ocasiones,  convirtiéndonos en algo que creíamos ajeno y demasiado bueno para llegar a ello. A veces,  también, tengo la certeza de que la vida es como un remolino que se alza irregular y se presenta sin invitación, que llega y se eleva, revolviéndolo todo a su paso, a pesar de nunca llegar a ser lo suficientemente grande como para destruirlo todo y, que al quedarse sin aire, se desvanece y lentamente se aleja y difícilmente retorna al mismo lugar.

En cierto modo, las personas somos iguales a esos pequeños remolinos, nos quedamos insignificantes ante la grandilocuencia del tiempo,  tenemos la capacidad de destruir todo cuanto nos rodea para luego, concluido nuestro ciclo, desmaterializarnos y pasar a ser un simple recuerdo en la memoria de unos pocos.

En mis casi 90 años de vida, he visto tantas cosas y al mismo tiempo tan pocas, he vivido cerca de personas que aún significándolo todo en un momento concreto de nuestras vidas, pasan a convertirse en nuestros peores verdugos,  he podido contemplar como la gente, bañada y cegada por su propia estupidez, ponen su cabeza en bandeja de plata y se alejan poco a poco hasta terminar por irse del todo, y tengo que reconocer que  cuando se atraviesa una despedida, el dolor lo envuelve todo hasta que, al final, un día te despiertas y descubres que donde estaba antes remplazándolo  hay un lugar vacío  pero  es que , al fin y al cabo, la gran mayoría de seres humanos estamos destinados a terminar nuestros días en soledad.

Cuando se es tan mayor como yo, sobrevives el día a día basando tu vida en rutinas, que respetamos incluso en los días más tediosos y duros. Con mi edad, aprendes a vivir mirando al pasado para poder desenvolvernos de la mejor manera posible en el presente, porque del futuro, a estas alturas de la vida, es mejor olvidarse. Además, hay otra razón para vivir la vida como una reminiscencia sin fin y es que,  con los años, nos hacemos vulnerables y un simple paso en falso, con toda seguridad, nos llevaría a la tumba.

Ahora mismo veo a tanta gente diferente pasearse  en pareja, solos, con sus mascotas,  veo a gente discutiendo, cantando mientras mueven los labios y la cabeza, gente con la mente en otro lado, personas tristes, personas felices, y así más y más personas. Seguramente, algún día, ellos también estarán sentados en un banco, analizando su vida pasada, esforzándose por vivir un día más, sintiéndose en paz porque saben que de lo hecho tiempo atrás poco puede deshacerse.

Hoy tengo la certeza de que estoy aquí, vivo y feliz, más tengo otra certeza aún mayor  que me dice que  posiblemente mañana ya no estaré aquí. Lo sé porque a mi edad estas cosas se saben y por lo tanto sabes cuando despedirte del mundo y prepararte para cerrar los ojos y dormir plácida y perpetuamente

30 mar 2012

La parte de mí que se quedó contigo



Mi queridísimo amigo:

No quiero que tomes esto como un ataque o como un reproche porque las palabras que vas a leer cierran hoy, perpetuamente, una puerta que abrimos mucho tiempo atrás juntos, son palabras de desahogo, son palabras que, como todo, terminarán por desaparecer para dar paso a otras nuevas, que contarán nuestras nuevas vidas que proseguirán su curso paralelamente mas sin volverse a cruzar. Esto es para ti:

Le prendí fuego a tus recuerdos y esparcí las brazas tras tus pasos para ver si, al mirar atrás, las llamas consumían tu conciencia y llenaban de llagas tu cuerpo pero, ni de ese modo, podrías sentir el dolor que viví cuando tuve que recoger los trozos que dejaste cuando te alejaste de mi lado.

Odio, rencor, nostalgia, amor y otra infinidad de sentimientos destrozaban cual tornado todo lo que yo era, mas al final conseguí aplacarlos uno por uno y enterrarlos muy hondo y, junto a ellos, cabe tu tumba y aniquilé todo lo que quedaba de ti en mí para dejarlo allí y nunca más volver a mirar atrás.

Te amé y, por primera vez en mi vida, te odié.

Dulce sentimiento es el odio, nunca antes experimentado en mi propia piel, fácil perderse en él y delicioso gusto que deja en las entrañas cuando destripa algo tan bello como lo que había entre tú y yo. Sin embargo, con el paso el tiempo, pude dominarlo y dejarlo en el pasado como otro de mis muchos recuerdos.

Te olvidé, a medias, porque para bien o para mal, siempre formarás parte de lo que soy ahora, parte de mis recuerdos más hermosos pero, especialmente, porque fuiste el causante del dolor y la pena más grandes que han azotado mi existencia y, lamentablemente, las cicatrices que dejaron están grabadas con fuego y olas de lágrimas en mi ser. A pesar de ello, no me arrepiento de haberme entregado de la manera en que lo hice cuando me sentía tuyo, de haberte amado con ceguera y sordera ni de haberte dado lo que jamás podré darle de nuevo a nadie, la inocencia y la pureza del primer amor. En cierto modo creo que una parte de mí siempre, sin importar lo que pase, será tuya.

Ahora, todo mi “Yo” se encuentra en barbecho, y la paz y la tranquilidad se han adueñado de todo cuanto me rodea, protegiéndome de ti y de cualquier otro ser que intente entrar en un lugar que reservo sólo para mí, mi corazón. El perdón siempre llega, el olvido suele tardar más, pero finalmente siento que las costuras que tuve que remendar de lo que quedó de mí son más fuertes de lo que han sido nunca.

Te perdono y, también, a tus mentiras y a tus juegos maquiavélicos y fríos, a tu cobardía y a tu necedad, a tus infinitas ganas de querer amarme cuando tu corazón ya no las tenía, te perdono por tus falsas caricias, tus palabras vacías, por tus gestos fingidos, por tu falta de inocencia, por enredarme con excusas ficticias y me perdono a mí mismo por dejarme engañar, por fingir que te creía cuando sabía que no había verdad en lo que decías, me perdono por dejarme aplacar, me perdono por no ser quien era, por mi propia cobardía para afrontar la realidad, por arrastrarme ante ti y por conformarme con lo restos que eras capaz de darme. Y, también, me aplaudo por haber sido capaz de enfrentarme a ti aún cuando no tenía fuerzas, por haber vuelto a ser quien era, y te aplaudo porque conseguiste hacerme sentir vivo y te aplaudo, anticipadamente, por el ser en el que sé que te convertirás, pero sobre todo te aplaudo porque perdiste el tesoro más valioso que alguien puede tener: el amor que alguien como yo te entregó una vez.


P.D Gracias por esos momentos que vivimos juntos alguna vez y espero que el tiempo consiga hacer de nosotros los mejores amigos jamás conocidos.

Recibe el más cálido de los abrazos.


15 mar 2012

Tan lejos, tan cerca.




Tan cerca y tan lejos, así nos encontramos ahora, tan cerca para poder olernos, tan lejos para poder tocarnos. Tan lejos y tan cerca, como La Luna y La Tierra, y es que así eres, como La Luna, que me guía en las noches, que me regocija en tu ausencia, porque incluso sabiéndote ajeno, sé que una parte tuya siempre estará conmigo. Me consuelan tus ojos de color avellana, sinceros y pulcros ya que de tan lejos con una mirada consigues ponerte muy cerca.

En las mañanas cuando me abrazo al viento intentando sentirte y en las noches en que sé que tu mente y tu amor están con otro, sé que, incluso, aunque no lo sepas de tan lejos que se halla tu mente, tu cuerpo de tan cerca anhela fundirse conmigo.

En las horas muertas que vienen cuando el sol se oculta, cuando el calor devora sin remordimientos mi cuerpo y muero en deseos de que me hagas tuyo, duele el saber que tus besos, tus caricias y tu sexo jamás dibujaran de nuevo mi figura, pero lo mismo me da que me da lo mismo, porque de tan lejos que se haya tu cuerpo, el recuerdo de nuestros momentos a solas hacen que te sienta muy cerca. Al menos eso basta para saciar mis ansias por perderme y desdibujarme en tu anatomía.

Y es que de tan lejos que te hallas, tan cerca te encuentras ya que cuanto a más distancia intentas ponerte de mí más cerca te quedas y contigo tu alma y tu ser y, conmigo, tu esencia. Y te amaré cuanto más lejos te vayas y te amaré aún más si decides quedarte cerca.

11 mar 2012

Reflejos



Alguna vez os habéis preguntado qué tiene la oscuridad que la hace tan atractiva o por qué resulta tan peligroso buscarse a uno mismo en ella, la respuesta a esas preguntas puede ser definida en una única palabra: el miedo. El temor a conectar con nuestro lado más oscuro y ajeno a nosotros mismos, el miedo a descubrir la manera en que nos afectaría el dejarnos absorber por su seductora fragancia y, de la misma manera, no querer volver a ser lo que éramos antes de dejarla entrar en nuestras vidas.

A pesar de eso, la cuestión que realmente importa es: ¿Qué nos puede llegar a motivar para hacer ese viaje de autoexploración? Para poder responder a esta pregunta debemos ahondar en lo más profundo de nuestra conciencia e inconciencia e intentar encontrar allí la respuesta.

Yo, por mi lado, últimamente me paso los días contemplado la posibilidad de realizar ese viaje al otro lado, barajando las posibles consecuencias que podría acarrearme el dejarme llevar, en cierto modo, es casi como un anhelo que hace que muchas veces pueda, incluso, sentir como esa oscuridad acaricia mis dedos como intentando deslizarse a través de ellos y penetrar por cada recoveco de mi piel. Sin embargo, por algún motivo termino por frenarla e impedirle tomar el control.

A veces, resulta realmente complicado ponerle un alto ya que parece tan fácil, como parpadear, el abrirle la puerta y darle paso. Y es ahí donde realmente radica el peligro, en esa ejemplificación de un acto tan simple como dar un parpadeo, puesto que con consentírselo, con la misma velocidad que se tarda en realizar esta acción se adueñaría de mi ser y tomaría el mando absoluto e irrevocable de lo que soy.

Noche tras noche me despierta un ruido apenas perceptible del que desconozco su procedencia. Me castiga con su silencio a pesar de que lo que consigue perturbarme es la suavidad de su sonido. Ciertamente me desconcierta la idea de querer descubrir su origen.

No obstante, esta noche ha sido distinta a las otras. Hoy parece que por primera vez he sido capaz de ponerle sílabas a su eco, de haberlo entendido. Y lejos de ser una coincidencia, creo que esta ligado al hecho de que la oscuridad ha llegado más hondo en mi ser de lo que lo había hecho nunca.

Sin darme cuenta he salido de la cama y ahora me hallo frente al espejo, enfrentándome a mi mismo, convirtiéndome en el propio juez de mis actos, y no puedo evitar sentir que mi reflejo es más verdadero que mi figura material, pues su existencia es más sincera y pura de lo que jamás será la mía.

He escuchado mi nombre, eso es lo que decía la voz de ese ruido, he podido ver como sus labios, y digo “sus” porque aunque se trate de mi propio reflejo lo encuentro un sujeto desconocido, pronunciaban mi nombre intentando captar mi atención.

Contemplo como su boca dibuja palabras y, simultáneamente, siento como con cada una me adentro más y más en la calidez que desprende la tenebrosidad que la caracteriza y, por primera vez en mucho tiempo, siento paz y encuentro reconfortante el hecho de dejarme arrastrar por su imponente figura.

Cierro los ojos y sigo cayendo, palpo el espejo como buscando fundirme con mi propia naturaleza, esa que se haya tras el cristal, y es que ahora sé que esa es mi verdadera esencia.

Siento la suavidad y el calor que desprende el frio cuerpo del espejo al besarme a mi mismo. Lo más extraño es que nunca había experimentado tantos sentimientos en una acción tan simple y pura como esa, ni siquiera cuando tenía a mi lado al ser al que amo. Ahora, ese ser que esta de pie al otro lado del espejo ya no es desconocido, soy yo mismo.

Ya no hay ruidos, ni miedos, ni juicios. Hay quien teme enfrentar la oscuridad por el temor a que su conciencia se convierta en su juez más implacable. Yo ya no.

11 feb 2012

Tu huella



Negras cortinas de humo
Oprimen y oscurecen nuestro lugar
Encuentro el alivio pronunciando tu nombre
Grandilocuente y curativamente pacífico
Uniones y juramentos rotos
Zambullen mi ser en las profundidades
Manejando el dolor y la amargura a su antojo
Avivando las ganas de perderme en tu esencia
Negándome el derecho y la libertad de olvidarte

Mirarte recuerda lo perdido
Ejemplificarte dificulta la búsqueda de tu sucesor
Limita mi perspectiva y enarbola tu ser a mi ser
Intriga el futuro, el presente y sobre todo el pasado
Arrojándome a la desesperación y la culpa
Niquelando el rastro que dejan tus huellas

Reverbera tu voz en mis adentros
Omnipresente sombra divina
Dulce sentimiento de vida
Represéntate como el sol en las mañanas
Ilumina el sendero por el que deambulo
Guíame devuelta a tus brazos
Úneme de tu nuevo a tu pecho
Entrégame de tu nuevo tu alma
Záfame de la pena que conlleva el alivio.

6 feb 2012

Quédate



Quédate, solo si la luz no ciega tus pasos
Quédate, solo si tu propio eco no te ensordece
Quédate, si al mirarme consigues verme
Quédate, si las palabras consiguen brotar de tu boca
Quédate, si en lo hondo de tu ser encuentras el espacio en el que habito
Quédate, y haz lo que dicte tu conciencia
Quédate, y haz que de hacer tus actos sean hechos
Y los hechos se conviertan en historia
Y la historia en tiempo
Y el tiempo en olvido
Y el olvido en vacío
Y el vacío en la nada
Y de la nada las cenizas
Y de las cenizas la esperanza
Y de la esperanza el destino
Pero quédate aunque duela el saber que te quedas y que no eres mío
Quédate, si tus labios pueden buscar los míos
Y quédate, si eres capaz de regalarme una sonrisa
Y quédate, si con una sonrisa puedes darme la vida
Quédate, si tu corazón te lo dicta
Quédate, y me convertiré en tu luz y en tu eco
Quédate, y desharé la historia para rescribirla
Pero quédate conmigo y haremos de la nada el olvido.

1 feb 2012

Apenas





Aquí donde me encuentro apenas hay luz.

Aquí donde me encuentro solo las sombras me hacen compañía, incluso a veces me susurran cosas al oído. Sus palabras son una especie de cura que cose la cicatriz que hay en lo más profundo de mi ser. Quizá esta sensación signifique que estoy muerto porque se puede vivir y estar muerto al mismo tiempo.

Aquí donde me encuentro, apenas hay ruido, solo se escucha el sonido del propio silencio, es casi como si mantuviera una batalla consigo mismo por mantener la quietud y tenebrosidad en la que se encuentra envuelto. Esa tenebrosidad se ha convertido en mi nuevo hogar. Dentro, las paredes están bañadas por el cálido tono de la oscuridad y adornado por una soledad que sosiega cualquier sentimiento de añoranza que puedan echar abajo los cimientos que tanto me han costado construir desde que se fue.

Aquí donde me encuentro estoy bien, y lo estoy porque he aprendido a vivir medio muerto, solo que es el alma la que esta bajo tierra, porque el cuerpo apenas está en periodo de descomposición.

Aquí donde me encuentro, no hay sitio para nadie ni para nada más. Solo estoy yo.

30 ene 2012

Cicatrices



Corrí con todas las fuerzas con las que me fue posible, tan rápido como pude pero no conseguí llegar a tiempo. La oscuridad se me echó encima y me atrapó con sus miles de brazos gélidos y putrefactos, dejándome igual que ellos, no parecido, sino igual.

Lo perseguí por largos caminos, atravesando senderos cubiertos de espinas que con cada paso me cortaban la piel y hacían sangrar cada poro de mi piel. Lo perseguí incluso cuando no quedaba ni una gota de sangre en mi cuerpo porque no me importaba morir desangrado si lo hacia entre sus brazos. Aún sigue sin importarme. Continúo corriendo tras él, siguiendo las huellas que deja allá por donde va.

No podría hablar jamás de desamor, porque sé que el amor está presente siempre en mi vida y, de alguna forma, un poco en la suya. Puedo hablar de un vacío interno, de un desgarro por el que me arrancaron el alma, como a un pescado al que le quitan las entrañas.

Siempre he creído en el destino, en su justo juicio y en la sabiduría de sus decisiones. A ese respecto puedo añadir que verdaderamente estoy convencido de que si nuestro destino debe ser estar juntos algún día él volverá, sólo espero que si ocurre no sea lo suficientemente tarde como para haberme perdido y, es por eso por lo que aún sigo corriendo tras su rastro.

Es un sabio consejo y un sabio consejero él que intenta enseñarte que nunca se debe amar con todo el corazón y darlo todo por el todo, mas de qué otra manera se puede amar. Yo nunca supe quererlo de otra forma.

Me hizo tan inmensamente feliz, incluso ahora, cuando nuestras miradas ya no se cruzan, ni existen caricias ni besos, al escuchar su risa o al ver una sonrisa dibujada en su rostro, me hace inmensamente feliz.

Yo estoy convencido de que el primer amor es el único y el verdadero, porque es el que te abre las puertas a un mundo lleno de pequeños detalles maravillosos, a un torbellino de sentimientos y sensaciones que sólo se pueden vivir una vez en la vida, aunque después, con el paso del tiempo, surjan otras que intentan suplantarlas. Nunca serán igual de mágicas. Por eso creo que si se tiene más amores únicamente sirven para olvidar al primero.

Y es que, qué valor se le puede dar a una mirada cómplice, a un gesto de amor del ser amado, yo creo que cualquier cantidad se torna una nimiedad ante algo así, porque cuando se ama de verdad esos momentos dejan de ser esencia y es casi como si adquirieran vida propia.

No puedo estar seguro a ciencia cierta de que algún día él vuelva a mí ni tampoco de que yo le esté esperando o de que le siga amando eternamente, pero de lo que si puedo estar seguro es que la mitad de mi ser, mi alma y mi capacidad de amar se fueron con él, y de que ahora es dueño perpetuo de ellos. Porque el primer amor no se olvida, se aprende a vivir sin él, porque no te pueden arrancar el alma sin dejar una cicatriz que no se borrará nunca, porque no se puede enterrar lo vivido sin dejar barro en los zapatos, porque sus caricias, sus besos , su esencia se quedaron grabados en mi piel, en mis recuerdos.

Quizá con el tiempo consiga dividirme y ser dos seres distintos: él que lo amó y murió con su partida y él que aprendió a vivir tras ésta.

23 ene 2012

Te quiero, adiós.



-¡Cállate! le grité con toda la frialdad con la que fui capaz- No quiero que te muevas, que respires, que mires, que oigas, que escuches, no quiero que hagas absolutamente nada, todo cuanto tienes que hacer es quedarte tal y como estas…

Eres muy guapo, ¿te lo habían dicho alguna vez?, supongo que sí, de lo contrario estarían ciegos, mas esta sociedad de mierda está plagada de personas que aún teniendo la capacidad para mirar, contemplar y observar no son capaces de ver nada.

Mientras le decía eso, él apenas se movía, estaba bañado en sudor y me miraba con una cara mezcla de expectación y de miedo. Me ponía muchísimo verlo así.

En clase fueron pocas las veces que me mirabas o que te dirigías a mí, yo en cambio nunca he parado de mirarte, de admirar tu belleza, tus labios que tan dulces y jugosos se me antojan, de imaginarte entre mis sábanas, de espiarte en las duchas mientras fingía tomar un baño, aunque esos pequeños espacios mojados y repelentes me dieran más asco que nada el mundo, todo con tal de poder estar cerca de ti.

Pensé que eras diferente, que no eras el típico muchacho de 17 años que se ríe de los demás sin motivos, que se dedica a aprovecharse de los que son más débiles, pero me equivocaba.

Fui yo quien te envió la carta, aquella por la que estuviste preguntando porque querías saber su remitente. Todo lo que deseabas en ese instante era encontrar a ese ser, el cual te confesaba sus sentimientos, unos profundos, férreos y sinceros sentimientos que te conmovieron, al menos fue lo que yo escuché que le decías a tu mejor amigo, quien simultáneamente se burlaba de ti. Nunca llegaste a preguntarme si sabía algo relacionado con la carta, en cierto modo deseaba que lo hicieras porque quizá hubiera sido lo suficientemente valiente como para confesarlo.

Deja de mirarme así, yo no tengo la culpa de quererte de esta manera, eres tú con tu maravillosa e impactante belleza quien me obnubila y me paraliza, eres tú que no paras de exhibirte y de provocarme desnudándote delante de mí, haciéndome perder la razón.

Voy a quitarte la mordaza, quiero besarte, ¿verdad que vas a dejarme?.... ¡por supuesto que lo harás! En el fondo lo deseas tanto como yo. Voy acercarme a ti, no te muevas, no lo hagas por favor.



“No lo hagas por favor” es lo único que recuerdo haberle escuchado decir con claridad, mientras su boca se acercaba peligrosamente a la mía. Me besó, el muy cabrón sólo me quitó la mordaza, lo único que quería de verdad era besarme, al menos eso es lo que puedo deducir ahora. Ojalá todo se hubiera quedado en un simple beso, ojalá....

Después del beso sus labios empezaron a resbalar por mi cuello mientras sus manos descendían poco a poco por mi cuerpo hasta llegar a mi entrepierna, luego las dejó allí, moviéndolas y acariciándome, nunca había sentido tanto asco. Posteriormente, sus manos desabrocharon mi pantalón, las introdujo dentro de mis calzoncillos y se entretuvo mucho rato es esa posición. Yo únicamente podía mirar y gritarle con los ojos, con la boca, con mi cuerpo vacío de sensaciones, que parara, que no siguiera, él dijo algo de que las personas no éramos capaces de ver con claridad, sin embargo, ahora era él quien no podía atender a razones y escuchar algo más que no fueran sus propios impulsos.

Por un momento se alejó prudentemente de mí, me miró de arriba a abajo, acto seguido se arrodilló, volvió a acercarse y me hizo una mamada, lo más sorprendente de todo es que, incluso detestando lo que me hacia, y sintiendo más asco que en toda mi vida, mi pene no podía dejar de estar completamente erecto. Después de hacerme eso, se subió encima de la cama donde me tenía tumbado, nunca me di cuenta en qué momento se quitó la ropa y se postró encima de mi cintura, sentí todo, como lubricaba mi pene y el calor interior de su cuerpo. Estaba aterrorizado, pero él parecía estar en la gloria.

Una vez hubo terminado, se echó a mi lado, y puso su cabeza entre la mía y mi hombro, inclinada en dirección a mi cara, mientras sus manos y píes rodeaban mi cuerpo. Se quedó un rato en esa postura, luego se levantó, me colocó un pañuelo en la nariz, me besó en la frente, me dio la espalda y vi como se alejaba. Finalmente desapareció del alcance de mi vista, aunque creo que me quedé dormido.

Al despertar estaba desatado, al lado de la cama había una mesita de noche con un sobre, lo abrí:

“Siento mucho haberte hecho esto, siento mucho haberme hecho esto, no soy un loco, ¿sabes? Únicamente estaba enamorado de ti. Me faltó valor para contarte mis sentimientos pero todo cambia cuando las parcas y el barquero te piden el dinero de un viaje sin retorno. Me he entregado a ti por primera vez, nunca antes lo había hecho con alguien, no era la manera de hacerlo, lo sé, pero no conocía ninguna otra, espero puedas perdonarme algún día. Te dije que las personas eran ciegas incluso pudiendo ver, con esta carta espero darte la luz para que me ayudes a encontrar el perdón y puedas ver más allá de todo lo que ha sucedido esta noche, es mucho pedir, pero sé que tú no eres de esa clase de ciegos. Te quiero”


Me quedé en silencio y sin moverme durante un buen rato, cuando reaccioné me acerqué a la ventana de la habitación donde estaba, saqué la cabeza, respiré el frío aire del invierno, y descendí por las escaleras que ese tipo de edificios comunitarios suele tener en esta parte del país. Al llegar a casa se lo conté a mi madre, ella llamó a la policía. Lo buscaron pero no lo encontraron hasta unas semanas más tarde. Cuando lo hallaron, su cuerpo era un bloque de hielo y su cara un espejo inquebrantable, pálido, helado. Sentí pena, dolor, y un gran remordimiento por no poder perdonarle. Es estúpido que lo haya intentado siquiera, y más estúpido aún el sentir dolor. Lo cierto es que se equivocó, al fin y al cabo soy tan sólo un ser humano incapaz de ver más allá de la esencia de las cosas.

18 ene 2012

[...]



Odio esos silencios imperturbables porque parecen perpetuarse y congelarse en el espacio y el tiempo, reduciendo lo verdaderamente importante a un simple adorno que pulir cuando se quiere.

Y es que, a veces, así me siento, como un simple adorno al que limpiar de vez en cuando y que, luego, se vuelve a dejar en su sitio.

Odio esos silencios en los que las personas están juntas en cuerpo y, al mismo tiempo, a kilómetros luz las unas de las otras. En esos instantes ni las miradas ni las palabras, ni siquiera los gestos tienen lugar ya que terceras partes interfieren en sus caminos.

Odio esos silencios imperturbables porque hacen que nos demos cuenta de que hay algo que no funciona y que no volverá a funcionar jamás y, los odio porque parece que con cada segundo que se prolongan mi camino se separa del suyo y él apenas se da cuenta.

Y odio esos silencios imperturbables y sigilosos porque cuando se ama en estas circunstancias únicamente se puede odiarlos y, aunque duela, sólo y, tan sólo, se puede aceptarlos y empezar a decidir los senderos por los que empezar un nuevo camino.

Jearci Brown

Jearci Brown
Hoy han de llover estrellas porque no he de llorar por penas, hoy te haré el amor? yo, el enamorado poeta con letras de mil poemas mientras el sol paga su condena.

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